martes, 12 de abril de 2011

Una aproximación a la palabra poética como expresión de lo inefable


La experiencia de los poetas
es  privilegiada: nos  entrega
silenciosamente el sentido de
las  palabras  en  la Palabra.
Ramón Xirau
 
En nuestra cultura, el silencio ha sido vinculado a la  sabiduría y a la contemplación, pero también a la esterilidad creativa  y  a la muerte. Estas dos sendas, por las que puede transitar el hombre, han de  conducirle a la inspiración o al  desconsuelo.  
Si bien la palabra y el silencio parecieran excluirse, ambos se contienen mutuamente, “la palabra entraña silencio y el silencio palabra; solamente podemos dejar de hablar si antes, después, aun y, acaso sobre todo, durante el proceso de hablar estamos habitados por silencio”[1] dice Xirau  y es que ese “animal dotado de palabra”[2]  que es el  hombre supera  la materia silente y se asemeja a los dioses a través del poder creador del verbo. El silencio esencial del que nos habla Xirau habita en la palabra misma, es parte de ella y  le da sentido.
En su libro La muerte, Vladimir Jankélévitch nos habla de dos formas diferentes de silencio: el silencio indecible y el inefable, el primero corresponde al silencio de la muerte y provoca en nosotros angustia;  el segundo corresponde al silencio de Dios, por tanto remite a lo sublime. Para el autor, la muerte es indecible porque no hay nada que decir de ella y el temor que nos produce conduce a un mutismo concluyente[3];  ella es negación  del ser, por tanto es el no-sentido y es anti-divina,  absurda  e ininteligible;  representa la inconsistencia de lo humano[4]. En cambio el silencio de Dios es inefable, místico, exterior y superior, inspira al poeta y le otorga “el poder lírico del verbo”[5] Ese imperceptible y confuso rumor de voces y armonías invisibles que pueblan el universo y que inspira múltiples discursos en el hombre que está atento a sus murmullos, forma parte del sublime silencio de Dios.
El poeta, en su rol de demiurgo, rescata las voces que desde el silencio le hablan y las traduce al lenguaje de los hombres. En su afán de alcanzar lo incognoscible, de conocer “el misterio que sólo puede dar sentido a lo inteligible”[6] persigue la palabra fundamental,  esa que es anterior a todas y que no tiene límites, ya que sólo ella es capaz de otorgar unicidad a la multiplicidad.
La conciencia de la muerte hace que el hombre establezca una relación  atormentada con el tiempo. Todo muere, sólo la memoria de lo vivido puede prevalecer  a través de la escritura. Steiner ha  insistido en  la “íntima relación de la poiesis y la muerte, de la individuación del acto estético y metafísico y de la soledad de la extinción personal”[7];  para el autor, aproximarse a la creación implica un aislamiento ontológico igual al que vivimos con la muerte.
En la palabra poética, la vivencia íntima del tiempo está reflejada de tal forma que trasciende las instancias del orden cronológico. A través de la poesía podemos volver sobre los recuerdos, de esta manera,  lo indecible de la muerte cede paso a la inspiración de lo inefable y el hombre alcanza la inmortalidad a través de  la creación artística. La poesía infunde la esperanza de un futuro abierto a la eternidad y la inspiración poética se convierte en “insuflación del soplo vital”[8].  
La inspiración de lo inefable es sublime e intransferible, permite al hombre  responder a sus dudas y celebrar la vida, aunque a menudo pareciera desbordar la capacidad expresiva de las  palabras. Lo inefable otorga  la facultad del canto a los poetas; también el amor, como principio creador, es poiesis y es inefable en tanto que induce al hombre a crear analogías, similitudes y metáforas.
El silencio forma parte del poema y  hace posible su productividad semiótica, precede a la escritura y a su vez es el fin último de la experiencia poética, su esplendor, de ahí que voz y silencio conformen un vínculo inseparable. Para Eduardo Chirinos  el poema alberga y da sentido al silencio[9].
En oportunidades el silencio irrumpe en el texto como materialidad que  participa en la configuración de los versos a través de los espacios en blanco, las pausas, los puntos suspensivos, etc., recalcando, de esta manera, la presencia de ese fondo vacío sobre el que brotan las palabras; en otras, los autores  utilizan  el discurso metapoético para reflexionar sobre este binomio causa y efecto del poema. 
El poeta se convierte en escucha y voyeur, el gran contemplador que entra en los territorios del silencio y desde ahí comienza a verbalizar. El acto de creación  es un acontecimiento que se realiza en solitario, al igual  que la muerte. Esta aproximación a la palabra se lleva a cabo en un recogimiento a través del cual el escritor avizora lo inefable y lo indecible.   
Para María Zambrano, la poesía es “un oír en el silencio y un ver en la oscuridad”[10]. En este sentido,  es en el vacío donde se lleva a cabo el milagro de la creación, el espacio donde se alcanza el absoluto; a decir de la filósofa española,  ese absoluto que se evidencia a través de la palabra poética conduce a la plenitud  del ser, y ese ser enamorado del mundo, que es el poeta,  ahonda en su origen a través del olvido de sí[11] para, de esta manera, designar lo inexpresable. La carencia resulta ser lo más verdadero ya que se convierte en lo imborrable y esencial[12].  
Olvido, silencio, ausencia, sólo se conciben en función de sus opuestos: recuerdo, palabra, presencia; cada uno de estos pares representa una variante del binomio vida-muerte,  lo más opuesto y más próximo que podemos concebir, según Marc Augé, y que inevitablemente nos remite  “a la imposibilidad de decir la última palabra, de no poder pronunciar jamás la palabra final.” [13]
A partir de la Modernidad, los poetas están conscientes de que la esencia de la poesía es la esencia del lenguaje; la preocupación por la palabra les conduce inevitablemente a suprivación, y es así como el silencio se convierte en  “experiencia purificadora  … exigencia de totalidad que se vuelve sobre si misma y se hace crítica … nostalgia de la Palabra”[14].
Rimbaud y Mallarmé problematizan al lenguaje y aspiran a convertir la poesía en una práctica de silencio; es así como el poema pasa a ser  el espacio de representación del acto de la escritura y su imposibilidad.
En Latinoamérica, la relación entre la palabra y el silencio ha sido tema de reflexión metapoética; para algunos autores el silencio da cuenta de la imposibilidad de congregar las voces, es vacío y esterilidad,  para otros es la esencia misma de la palabra fundacional.
Entre las poetisas y los poetas contemporáneos, que en el siglo pasado se ocuparon del tema, cabe destacar a Olga Orozco  y Alejandra Pizarnik en Argentina, Emilio Adolfo Westphalen y Javier Sologuren  en Perú, Gonzalo Rojas  en Chile y Cintio Vitier en Cuba. Las obras de estos autores dialogan con la vasta tradición que invoca al silencio desde la literatura y que convierte al poema en su espacio privilegiado.
En la poesía venezolana de la segunda mitad del siglo XX encontramos, al igual que en el resto del continente, autores preocupados por esta temática, entre ellos, Eugenio Montejo y Rafael Cadenas, de cuyas obras nos ocuparemos en este trabajo. En sus textos percibimos la necesidad de ahondar en los abismos de la creación, de recorrer sus fronteras; para ello han de entrar en contacto con ese espacio vacío que es anterior y posterior al verbo, de esta manera se acercan al silencio, fuente primigenia de la palabra.
A lo largo de la obra poética de Eugenio Montejo encontramos una serie de  reflexiones metapoéticas que giran en torno a la conciencia del lenguaje y su relación con el silencio. En sus versos se pone de manifiesto la angustia del hablante frente a la muerte y el deseo de alcanzar la inmortalidad a través de la  palabra. Leer lo ilegible, traducir lo indescifrable para luego volverlo verbo agradecido que celebra la vida y la regala al lector, quien ha de continuar la interminable cadena de interpretaciones posibles.
En su texto “Guarda silencio ante el poema”,  propone una concepción del silencio como vía para la interpretación  de los signos, presagio de lo indecible que se anticipa con la irrupción del canto del gallo.  Grito o pregón, este canto funciona como metáfora de la palabra poética:

Guarda silencio ante el poema,
circula entre sus versos, no interrumpas el paso.
Es casi una oración atea, pero es una oración.
Desde que nace los hombres se congregan
y repiten en sueño sus palabras.
Es como si quedara algo sagrado
Sobre la tierra todavía,
el  misterio los junta a cada instante.
Tal vez rechaces tanta ceremonia
O te colme el ritual que los convoca,
da lo mismo. No hables.
Descifra despacio cada letra
como quien oye un gallo a medianoche
y siente que su canto, en vez de gritos,
es el pregón de un obituario.
Indaga si tu nombre acaso se menciona,
Si para ti también ya cantó el gallo.[15]

            El sentido místico que el hablante otorga al acto de leer el poema nos hace pensar en la cualidad purificadora que se le adjudica al silencio, su sentido iluminador. En este caso el silencio del lector y el del autor han de entrar en sintonía como una forma de plenitud creativa que pareciera conectarse con la posibilidad de la muerte. El canto del gallo, en medio de la noche, es un diálogo con el silencio que  refuerza las dicotomías presencia – ausencia; vida – muerte.
            En el metapoema “La poesía”, Montejo nos ofrece su reflexión a partir de la personificación de lo poético y de su relación con lo real. La relación palabra y silencio  se establece como un acto mágico en el cual se  involucra el lector haciéndolo partícipe de ese resplandor que es la materialización de lo inefable.

  La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
-ni siquiera palabras.

Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
Tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
Una flor o un guijarro, algo secreto,
Pero tan intenso que el corazón palpita
Demasiado veloz. Y despertamos.[16]

         
La  transformación que se lleva a cabo cuando  somos tocados por la palabra poética permite expresar lo inexpresable, convierte lo ajeno en  propio y transporta al ser “hacia dentro y hacia fuera al mismo tiempo”[17]. La vivencia onírica que  describe  el texto nos asoma a la Palabra esencial. La poesía se revela como anterior a la palabra y el poema como el espacio en el cual se instala el silencio y se consagra el lenguaje.
El silencio del que habla el poema está, a su vez, representado en la configuración del texto; la disposición gráfica, los espacios en blanco y el guión intensifican la pausa y dejan ver la conciencia privilegiada del poeta en relación a la palabra y su ausencia. El lector debe reconstruir y decodificar estas señales para dar significado a lo  no dicho.
Un tercer poema de Montejo nos amplía la reflexión sobre la palabra y el silencio en función del acto creador y de  la correspondencia que existe entre la realidad y su referente verbal.


    Práctica del mundo


Escribe claro, Dios no tiene anteojos.
No traduzcas tu música profunda
a números y claves,
las palabras nacen por el tacto.
El mar que ves corre delante de sus olas,
¿para qué alcanzarlo?
Escúchalo en el coro de las palmas.
Lo que es visible en la flor, en la mujer,
reposa en lo invisible,
lo que gira en los astros quiere detenerse.
Prefiere tu silencio y déjate rodar,
la teoría de la piedra es la más práctica.
Relata el sueño de tu vida
con las lentas vocales de las nubes
que van y vienen dibujando el mundo
sin añadir ni una línea más de sombra
a su misterio natural.[18]

El hablante propone una poética de la inmediatez; el escritor ha de convertirse en un intermediario a través de cuya voz se manifiesta el mundo, para ello es fundamental acatar una actitud silenciosa y dejar que la naturaleza registre sus propios signos en el poema.
¿Es acaso la escritura poética el espacio por excelencia para el desciframiento del misterio de la vida? Escuchar, interpretar, escribir, transmitir…,  esa cadena infinita de actos de comunicación apunta a  una poética que busca la palabra luminosa, plena  de referencias y alusiones, que da cuenta de la existencia y sus misterios y permite al lector  ampliar su mundo de percepciones.
En Montejo, la escritura persigue lo que el autor denomina la terredad, que, como bien  describió Guillermo Sucre, supone “una busca de inmediatez anímica con el mundo”[19]; el hablante de estos poemas desea integrarse al mundo, escuchar su ritmo, inmortalizar su heredad:

             Escritura
ALGUNA vez escribiré con piedras,
midiendo cada una de mis frases
por su peso, volumen, movimiento.
Estoy cansado de palabras.

No más lápiz: andamios, teodolitos,
la desnudez solar del sentimiento
tatuando en lo profundo de las rocas
su música secreta.

Dibujaré con líneas de guijarros
mi nombre, la historia de mi casa
y la memoria de aquel río
que va pasando siempre y se demora
entre mis venas como sabio arquitecto.

Con piedra viva escribiré mi canto
en arcos, puentes, dólmenes, columnas,
frente a la soledad del horizonte,
como un mapa que se abra ante los ojos
de los viajeros que no regresan nunca.[20]

Ese objeto silente, que es la piedra, se presenta en el texto como opuesto a la palabra, no obstante, la condición fundacional de ambas se relaciona con la energía creadora y la escritura. El hablante se percibe como constructor de lo perdurable, de ahí su afán de escribir con piedras. Producto de la intervención humana sobre lo natural, la piedra labrada ofrece los signos silenciosos que nombran al mundo y al ser. Por su parte, el poema es palabra que cartografía el pensamiento y la percepción.
En Eugenio Montejo el silencio se presenta como telón de fondo para la comprensión de lo poético y  manifestación de  la imposibilidad de reproducir las voces del mundo, de articular la palabra fundamental. El poeta otorga una cualidad casi mítica al silencio y lo presenta como manifestación de lo inefable. No obstante, en los poemas que tienen a la muerte por tema, Montejo ofrece la  expresión indecible del silencio, esa nada que la palabra busca trascender. No en balde la presencia de Orfeo en su poesía. El canto del poeta ha de inmortalizar la memoria de lo vivido poniéndolo a salvo del vacío de la muerte.

       A lo largo  de  su obra poética y ensayística, Rafael Cadenas reflexiona sobre el lenguaje.  Si bien es sabido que la función del mismo es nombrar lo real, el autor pareciera mostrarnos  la dificultad que se le presenta para lograr tal empresa.  En este sentido Cadenas, al igual que Eugenio Montejo,  se inscribe en la tradición moderna que alude a la  toma de conciencia de los poetas sobre la incapacidad nominadora del lenguaje.  En su poemario Gestiones dice Cadenas:

Sólo cuento con tus joyas
idioma ajeno
mío.

Soy
apenas
un hombre que trata de respirar
por los poros del lenguaje.
Un estigma,
a veces un intruso,
en todo caso alguien fuera de papel.

Ahora sabes
por qué debo sentarme solo.[21]

            Esta íntima y difícil relación que el poeta  entabla con el lenguaje, para poder acceder a lo inefable y traducirlo en palabras, se lleva a cabo en el más absoluto aislamiento, sólo así puede experimentarse la palabra silenciosa, esa que “nos devuelve tanto la inmediatez como el misterio de la realidad”[22]

Palabras muy solas
de quien las pone
frente a la nada
que las pesa
y se las deshace
y se las arroja al rostro
para que las rehaga, firmes,
las reviva en su arder,
las llene.

Están probadas
con la terrible piedra.
Han de sostenerse
Como si esperaran. [23]

El poeta emprende la búsqueda de la palabra elemental, aquella que posee la capacidad de concentrar el significado y el sentir del mundo, que se despoja de artificios y excesos y  propicia una aproximación a la realidad desde la inmediatez.
En su libro Anotaciones, Cadenas ofrece textos metapoéticos escritos en prosa en los cuales la realidad y la palabra son interpretadas por un hablante que demuestra su preocupación frente al lenguaje y la escritura.  En este libro, el discurso poético del autor se aleja de la retórica y asume un tono más directo que llega incluso a lo conversacional haciéndose, de esta manera, más acorde con los planteamientos de orden ético que acompañan las reflexiones de índole estético.  

La poesía tiene  que  ver esencialmente  con  la
vida, con ese hecho inefable, y es extraña como
ella que siendo lo más inmediato o sin distancia,
pues la somos, es también lo menos nuestro.[24]


              Angustiosa demanda de lo imposible? decepción ante la dificultad de nombrar lo propio?, fracaso del acto creador?, o la rigurosa aceptación de los límites de la experiencia humana frente al misterio de la existencia. Tal vez no sea la palabra el vehículo adecuado para develar el misterio, de ahí que al final sólo quede el silencio inefable que inspira al hombre hacia nuevos y utópicos intentos de conocer el mundo y conocerse a sí mismo.

Nota, apunte, registro.
A veces trozo, fragmento, triza.
A veces nada –desgarrón, harapo, silencio.”[25]


La idea del poema como representación de la imposibilidad de escribir, como segmento de un deseo inconcluso  es una variante de la conciencia desgarrada del poeta frente a la crisis del lenguaje.  George Steiner expresa esta incapacidad de poseer la realidad a través del lenguaje con estas palabras: “Paralizado por el vacío de las palabras, por el hiato que hay entre la percepción individual y las generalidades del habla, el escritor cae en el silencio”[26],  es en la ausencia de la palabra que el ser reconoce lo efímero de su existencia, el vacío indecible de la muerte, su inminente final.

No hago diferencia entre vida, realidad, misterio,
religión,   ser,   alma,    poesía.   Son    palabras   para
designar lo indesignable. Lo poético es la vivencia de
todo eso, el sentir lo que esas palabras tratan de decir.[27]

La palabra sustituye lo real, es la alquimia del verbo que lo transforma todo. Esta escritura fragmentaria que da cuenta de los conflictos del ser  moderno, pone en evidencia la precariedad del lenguaje. Para Aníbal Rodríguez “es en la lucha con las palabras en donde el poeta descubre que a pesar de su situación de indigencia el único y absoluto lugar que tiene en el universo es en las palabras”[28], de ahí que Cadenas se empeñe en reclamar la exactitud de la palabra y para ello ha de liberarla de ambigüedades y dualidades.

Casi siempre al ponerme a escribir, balbuceo;
eso es mi literatura últimamente, y no me siento
mal en el seno de esta pobreza.
            En cuanto a hablar, je suis si lent, Mis pausas
son largas, imposibles para los rápidos. No podemos
conversar.[29]

El silencio inefable remite a la plenitud, el silencio indecible al vacío de la muerte. Muchos poetas  se han sentido interpelados por algunos de estos dos polos que  conducen o bien a la creatividad o a la esterilidad. En medio del silencio, la palabra permite al ser manifestarse, nombrar lo real; no obstante la crisis de la era moderna ha conducido al escritor hacia el cuestionamiento de las posibilidades del lenguaje, de su concreción. Este diálogo permanente entre la palabra y el silencio es el fondo sobre el que el escritor cuestiona  la realidad, la vida, la muerte, la trascendencia.
En Rafael Cadenas el silencio es vacío que se complementa con la plenitud de la palabra; es el último estado alcanzable ante la dificultad del lenguaje por nombrar lo real. Para el autor ese decir fragmentado sobre el oficio de la escritura encuentra en el silencio su máximo resplandor.

El lenguaje de  la  poesía  mira  al misterio, lo
tiene presente; es lo que lo hace esencial. Los otros
lenguajes no lo advierten, no le dan cabida, operan
a sus espaldas; muchos de ellos son seguros, afir-
mativos, sapientes; están llenos de suficiencia; re-
zuman autoridad.  Si  algo  tiene  que  ver  con  la
poesía  es la ignorancia fundamental, el no saber,
sobre el cual está erigido el mundo del hombre.
       De ahí lo inconcluyente de la poesía. Se mueve
en un borde donde no cabe certidumbres rotundas.
Esta es su fuerza desconcertante.[30]

            Para Cadenas el lenguaje poético desgarra las convicciones e instaura la sospecha sobre las capacidades nominativas del lenguaje. En los textos analizados el hablante ofrece una visión fragmentaria y siempre asombrada del lenguaje y de la poesía. Silenciosa comunión con el mundo que se traslada a la  palabra sencilla, a la palabra exacta.
Tanto en la poesía de Eugenio Montejo, como en la de Rafael Cadenas, encontramos la palabra que calla para propiciar una relación más directa del hombre con el mundo. Es el silencio inefable que permite develar los misterios de la existencia, donde lo inasible, devenido en acto creador, se hace presente.

           
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:
AUGÉ, Marc (1998). Las formas del olvido.  Barcelona: Gedisa.
CADENAS, Rafael. (1983). Anotaciones. Caracas: Fundarte.
_______________. (1992). Gestiones. Caracas: Pomaire.
CHIRINOS, Eduardo. (1998). La morada del silencio. Lima: Fondo de Cultura
             Económica.
SUCRE, Guillermo. (1990). La máscara y la transparencia. Ensayos sobre poesía
                 hispanoamericana. México: Fondo de Cultura Económica.
JANKÉLÉVITCH, Vladimir. (2002). La muerte. Valencia: Pretextos.
MONTEJO, Eugenio. (2000). Adios al siglo XX. Bogotá: Brevedad.
_________________. (2007). La terredad de todo. El otro el mismo: Mérida.
RODRÍGUEZ, Aníbal. (1999). El poema como imposible. Mérida: CDCHT-ULA.
STEINER, George.  (1981). Después de Babel (Aspectos del lenguaje y la Traducción)
                 México: Fondo de Cultura Económica.
_______________. (2001). Gramática de la creación. Barcelona: Círculo de Lectores.
XIRAU, Ramón. (1993).  Palabra y silencio. México: Siglo XXI.
ZAMBRANO, María. (1969). Filosofía y poesía. México: Fondo de Cultura Económico.


[1] Xirau,  Ramón. (1993).  Palabra y silencio. México: Siglo XXI, p. 144.
[2] Aristóteles.
[3] Jankélévitch, Vladimir. (2002). La muerte. Valencia: Pretextos, p. 88.

[4] Id., p. 75.
[5] Id., p.88
[6] Id., p. 92.
[7] Steiner, George. (2001). Gramática de la creación. Barcelona: Círculo de Lectores, p. 221.

[8] Jankélévitch, Vladimir.  Op. Cit., p. 88.

[9] Chirinos, Eduardo. (1998). La morada del silencio. Lima: Fondo de Cultura Económica, p. 18.

[10] Zambrano, María. (1969). Filosofía y poesía. México: Fondo de Cultura Económico, p.110.

[11] Id., p. 112.
[12] Id., p. 120.
[13] Augé, Marc. (1998). Las formas del olvido.  Barcelona: Gedisa, p. 19.

[14] Sucre, Guillermo. (1990). La máscara y la transparencia. Ensayos sobre poesía hispanoamericana. México: Fondo de Cultura Económica, p. 294.
[15] Montejo, Eugenio. 2000. Adios al siglo XX. Bogotá: Brevedad, p. 30.

[16] Id., p. 163.
[17] Zambrano, María. Op. Cit., p. 110.
[18] Montejo, Eugenio. Op. Cit., p. 112.
[19] Sucre, Guillermo. Op. Cit., p. 311.
[20] Montejo, Eugenio. (2007). La terredad de todo. El otro el mismo: Mérida, p. 85.
[21] Cadenas, Rafael. (1992). Gestiones. Caracas: Pomaire, p. 75.

[22] Guillermo Sucre. Op. Cit., p. 306.
[23] Id., p. 89.
[24] Cadenas, Rafael. (1983). Anotaciones. Caracas: Fundarte, p. 33.



[26] Steiner, George. 1981. Después de Babel (Aspectos del lenguaje y la Traducción) México: Fondo de Cultura Económica, p. 213.
[27] Cadenas, Rafael. Op. Cit., p. 83.
[28] Rodríguez, Aníbal. (1999). El poema como imposible. Mérida: CDCHT-ULA, p. 54.

[29] Cadenas, Rafael. Op. Cit., p. 76.
[30] Id., p. 30.

2 comentarios:

Rubén Muñoz Martínez dijo...

Hola, investigando sobre el silencio para mi próximo libro, encontré este magnífico texto. Luego lo volvía buscar y me salió la página del blog. Me hago seguidor y seguiré leyendo tus interesantes escritos.
Si quieres, puedes leer mi blog o buscar trabajos míos de esta índole.

Un saludo y un placer,
Rubén.

Rubén Muñoz Martínez dijo...

Perdona el abuso, pero estoy interesado en los siguientes textos y no sé cómo conseguirlos. ¿Podrías decirme algo al respecto?
En cualquier caso, gracias.

* George Leonard. El pulso silencioso.

* Rolando Toro. Lenguaje verbal, una aventura desesperada hacia la intimidad.

Saludos,
Rubén.