jueves, 9 de junio de 2011

Reflexión metapoética en la obra de José Barroeta y Eugenio Montejo

Carmen Virginia Carrillo 
Entendemos por metapoesía la reflexión sobre el hecho poético que se lleva a cabo en el poema mismo.  En El arco y la lira Octavio Paz dice: “la palabra es un símbolo que emite símbolos” … “la constante producción de imágenes y de formas verbales rítmicas es una prueba del carácter simbolizante del habla, de su naturaleza poética” (Paz, 1986:34) En la metapoesía este carácter simbolizante del habla, que en el texto lírico alcanza su máxima expresión,  se relaciona con  asuntos que pertenecen más al espectro de lo teórico-crítico que al de la creación artística, sin embargo en el discurso utilizado en estos textos predomina la función estilística, lo que permite al metapoema la construcción del sentido sin perder de vista la estilización formal, la densidad retórica y la búsqueda de la belleza, características de la poesía.
A partir del romanticismo los poetas se ocupan de temas como la poesía, el acto de la escritura, la figura del poeta, la relación del poema con sus lectores.  Esta herencia romántica ha prevalecido hasta nuestros días y forma parte de una tradición moderna de auto-reflexividad del discurso literario. En oportunidades los textos apuntan hacia la cualidad nominativa del lenguaje poético, al deseo de enunciar, o a  la dificultad para  hacerlo,  así como también  a la relación entre la palabra y el silencio.
La poesía venezolana no se ha sustraído a esta tradición, así encontramos escritores como José Barroeta y Eugenio Montejo, quienes han escrito textos metapoéticos de extraordinario valor. He seleccionado algunos de ellos con la finalidad de interpretar las poéticas que sus autores desarrollan.
José Barroeta (Pampanito, 1942-2006)  no sólo ha desarrollado planteamientos teóricos en ensayos, sino que también ha expresado sus ideas sobre la poesía en forma metafórica.  Palabras signos que circunscriben al ser a un universo simbólico que guarda su esencia:
Una palabra nos encierra.
El viento pule en ella. El fuego.
El mar también.
Sobra la palabra que gira alrededor
del sol
las cosas tambalean,
oscurecen o tornan en destello el cuerpo.
(Barroeta, 2006: 244)

El yo lírico nos habla de la materialidad de las palabras: “palabras de agua”, “palabras de aire”, “palabras de sol” elementos que encarnan la comunicación, la transmutación y la purificación, tres ejes hacia los que apunta la  poesía de Barroeta.
El autor  recupera, a través de la palabra poética, el paraíso perdido de la infancia en la comarca, sus poemas nos hablan de esa región que la memoria edifica con fragmentos de vivencias, anhelos y sensaciones. Esta privilegiada herencia espiritual marca el destino del poeta y los textos se proyectan como símbolos de la búsqueda de la trascendencia a través de la palabra y de la repetición de una tradición moderna que busca explicar el hecho poético.  En  “Códigos” dice:

PRIMERO y este recuerdo es de la infancia yo era
un poeta de la luz. Pasaba las horas mirando una copa
de árbol, un río, un rostro, una calle y sentía el placer
imborrable de quien sueña con un hombre y una mujer
y amanece en la vida.
   Y concluye:

TERCERO. Cuando sea la muerte habrá pasado mi cuerpo
por la infancia
por los poemas de mi lengua
por la metáfora podrida del paraíso.
(Barroeta, 2006:353-354)

Las vivencias tienen para el hablante tanto valor como la  palabra poética ya que ésta restituye la vida frente al inexorable olvido que  representa la muerte. Se conjugan en el texto la imagen del poeta como dador de luz –por ende de vida– con la noción del sueño como espacio generador de mundos, elementos éstos heredados del simbolismo y el surrealismo y que constituyen dos ejes fundamentales del ars poética del autor.  
En “Escalas”, primer poema del libro Todos han muerto (1971), dice: “Advierto que soy un iluminado” (Barroeta, 2006:38). Esta declaración del yo lírico nos remite  a la concepción del poeta como vidente y a la figura de Rimbaud. Heredero de los epígonos del romanticismo, Barroeta hace alarde del culto al yo y exalta su espíritu contemplativo.  Una actitud mesiánica prevalece en estos textos que modulan la auto-representación del poeta. Proyección subjetiva de un  espíritu  angustiado que busca en la palabra la salvación.
En “Canto a mi mismo” leemos:
Yo era el mejor poeta de mi tierra
y de toda la tierra.
Adentro de mí llovía y relampagueaba
y sentía siempre unas inmensas ganas
de llorar.

Yo era un gran poeta de los muertos
como jamás hubo otro en la comarca
y me asustaba de ver subir las flores
hacia la cal ambigua de las tumbas.
Soñaba
cantaba por las noches una desgarrada melodía
y volvía a soñar entre muros y ciudades perdidas
Yo era un poeta
y me enamoraba de mí y de ti y de todas las miradas

Yo me cantaba y me celebraba a mí mismo
 (Barroeta, 2006:356-358)

  Nuevamente encontramos la relación entre la palabra poética y el sueño; la  experiencia estética y la metafísica confluyen en la íntima relación  que se establece entre poiesis y  muerte. El yo lírico no sólo rememora el pasado, demuestra los afectos y celebra  la vida, sino que también vive, muere y resucita en el poema.
La  relación intertextual que en este poema se establece con Walt Whitman nos remite a ese ímpetu creador que busca armonizar las vivencias personales con el sentir de un colectivo del cual el hablante se erige como voz cantante. 
En la poesía de Barroeta el texto se constituye en morada, en ley, en su paraíso perdido y recuperado: “Estoy ordenando mi vida con el poema/ y en el poema es difícil vivir.” (Barroeta, 2006:355)
El tiempo funciona como  generador de imágenes; la percepción y la memoria se mezclan en los textos logrando que los acontecimientos adquieran nuevos contornos y tonalidades.  Esa metafórica y espectral manera de retornar, que es el recuerdo (Jankélévitch), se combina con vivencias del presente del hablante  en el espacio de la escritura:
Antiquísimo es el presente
y viejo lo inmediato. De esa casa que miras
de ese ventanal de ese huerto de pétalos y
dentelladas hay tanto de la muerte como nosotros
mismos.
(Barroeta, 2006:323)

            Un sentido trágico recorre los versos y la palabra se hace conjuro que intenta inútilmente vencer a la muerte. En oportunidades la relación que se establece entre el texto y el hablante se muestra conflictiva, tal es el caso del poema “Hostil”:
Escribo por roto.
El poema sirve de guarida
a mis escombros de espejo perverso
de transparencia de sueños dibujados
con debilidad
por el alfabeto hostil.
El poema ha sido rama
Trampa de viaje.
(Barroeta, 2006:317)

La escritura se presenta como una vía de expiación y el texto es mostrado a la vez como espacio de seguridades  y lugar de engaño, paraíso y abismo. Las dudas que el hablante tiene en relación al acto de la escritura se  ponen de manifiesto en  “Diálogos del poeta y la mujer”

No han llegado palabras sino actos
al poema.
¿Cómo hago yo: recojo lenguaje o actos,
los combino?
Qué debo poner en la página:
lo que oí, lo que dijeron todos antes de marchar,
el mal tiempo, el ruido que acompaña.
¿Trataré de ser claro en la página?
Espero que se cope de signos
seré riguroso y oscuro
(Barroeta, 2006:324)


En “Primer mundo” nos explica la elaboración poética como un acto divino,  fundacional y de auto formación:

Comienzo la creación
en un instante del poema separo tinieblas.
Me creo a mi mismo.
Desde la soledad saco otra soledad de mis
costillas.
Paseo al amanecer del primer mundo
nombro.
 (Barroeta, 2006:329)


Poesía de la nostalgia y la melancolía, del amor y la muerte, del sueño, la locura y la ebriedad, que pone en escena las más intensas emociones de un hablante que nos relata aventuras e infortunios. Para vencer a la razón el poeta recurre al poder transfigurador de la poesía.
El autor privilegia la analogía en la construcción de sus versos, como hicieran  simbolistas y surrealistas, quienes pretendían abolir las antinomias relacionando elementos disímiles -cuerpo y alma, mundo y obra,  tiempo y eternidad- y, a partir de ellos edificar esa realidad simbólica llamada poema. Esa alquimia de la palabra, tan ansiada por Rimbaud, permite al hablante liberarse de la conciencia juzgante y abrir nuevos rumbos hacia el delirante mundo de la alucinación.
En su obra percibimos un diálogo sostenido con la tradición, son constantes las referencias a la cultura clásica, así tenemos la presencia de Orfeo, el mago del canto que falla en su intento por recuperar a Eurídice y que, tras su infructuoso viaje al mundo de los muertos, se consagra como poeta. El canto de Orfeo, la poesía, se convierte en el instrumento a través del cual el hombre alcanza la trascendencia. Símbolo del poder del canto y el desgarramiento ante  la pérdida, este arquetipo del poeta mago, que habla del mundo de los muertos y se lamenta acongojado ofrece, a su vez,  una imagen gozosa del poder mágico de la palabra:
Que música de Orfeo
te cante y seas conmigo. Que la mesa sea servida
por pájaros.
Quede en mí la sonata
Que la muerte segura me cantaba en los bosques.
(Barroeta, 2006:120)

             Orfeo encarna la facultad del encantamiento y la poesía órfica nos habla de las fuerzas que originan los opuestos: vida – muerte, amor – odio, felicidad – dolor.
En la poesía de José Barroeta descubrimos un microcosmos textual en el que se lleva a cabo la reconciliación de los contrarios, el fluir de ritmos secretos y la  búsqueda de la consonancia universal.  A través de sus metapoemas el autor reflexiona sobre  el acto creador, el poder de la palabra poética  y ofrece una imagen del poeta como un ser iluminado que encuentra en el poema un espacio de protección y auto afirmación. A su vez Barroeta habla de la poesía como el elemento fundamental de su propia vida, como alimento y  salvación.  
             Eugenio Montejo (Caracas, 1938), es una de las voces poéticas más significativas de la literatura venezolana actual;  su palabra  honra  la vida, cuestiona la muerte, revela el prodigio de la naturaleza y  reflexiona sobre el que-hacer literario. El poeta escucha los ecos de voces lejanas y los traduce a los hombres; árboles,  aves,  objetos domésticos resuenan a través de sus versos, aunque por  momentos el hablante confiese la imposibilidad de interpretar el mensaje de estos seres. Consciente de la fugacidad de la vida recurre a la memoria para fijar los instantes esenciales; nostalgia por un pasado en perfecta comunión entre hombre y naturaleza. En su poesía  se rescatan memorias fundamentales, acto de comprensión de la historia personal y del mundo articulada a la tradición cultural de occidente.  Un  imaginario poético que transgrede  el orden temporal y lo  transfigura; el yo lírico transita por tiempos diversos,  pasado y futuro se mezclan en un presente poético que funciona como espacio de atemporalidad.   
En su afán por reflexionar sobre el quehacer poético, ha producido dos libros de ensayo: La ventana oblicua (1974) y El taller blanco (1983), y una serie de poemas en los que desarrolla una reflexión metapoética; hemos hecho una selección de algunos textos desde los cuales prefiguramos el ars poética de Montejo.
La capacidad creativa del poeta es indisoluble de su vocación de solitario, como lo ha señalado Steiner: “la individuación del acto estético y metafísico y de la soledad de la extinción personal, es una cuestión central. Creamos o nos aproximamos a la creación igual que morimos en un aislamiento ontológico, en «soledad».” (Steiner, 2001:221). Este  planteamiento ha sido un tema de preocupación de los creadores. Ese momento en que el artista se separa del mundo para crear estaría metaforizado en el texto de Montejo “Poeta expósito”:

Me dejaron solo a la puerta del mundo,
poeta expósito cantándome a mí mismo,
un día de otoño hace ya mucho tiempo.
De un golpe seco me arrancaron a la nada,
troncaron de raíz,
con dos ojos  abiertos y un grito,
el hondo grito de quien soñó ser pájaro
y no trajo las alas para el vuelo.
Poeta expósito, errando a la intemperie,
mi único padre es el deseo
y mi madre la angustia del huérfano en la tierra.
(Montejo, 2007:63)

 Su poema “Los árboles” alude al silencio como ese espacio de reflexión y característico de la sabiduría:
Hablan poco los árboles, se sabe.
Pasan la vida entera meditando
sólo conversan los más viejos,
los que reparten las nubes, los pájaros,
pero su voz se pierde entre las hojas
y muy poco nos llega, casi nada.
(Montejo, 1997:22)
La acción de conversar, de hacer uso del lenguaje, en el poema está reservada a los más viejos y es precisamente esa capacidad la que genera la vida, simbolizada en ese repartir nubes y pájaros.  Tradicionalmente se ha atribuido a la experiencia de los ancianos la fuente del conocimiento. A su vez, la imagen ascendente del árbol remite a los espacios de lo alto, lo sagrado, del poder creador de los dioses, espacio negado a los hombres y del que sólo logramos obtener una aproximación: “pero su voz se pierde entre las hojas / y muy poco nos llega, casi nada”. Y con esta queja se cierra la primera estrofa.
El hablante revela su  incapacidad para descifrar las voces  de la naturaleza, a partir de esta declaración se muestra la conciencia del desgarramiento del poeta quien no logra alcanzar el objeto de su deseo: escribir las palabras que den justa cuenta de la vida:

Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago,  fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
De un tordo negro, ya en camino a casa,
Grito final de quien no aguarda otro verano,
Comprendí que en su voz hablaba un árbol,
Uno de tantos,
Pero no sé qué hacer con ese grito,
No sé cómo anotarlo.    

            Esta dificultad para transcribir  demuestra  una especie de esterilidad creativa que  sólo puede conducir a una nueva forma de silencio, el fin del poema. La ausencia de palabras,  por analogía, es la muerte representada en el grito del tordo negro.
En “Algunas palabras” y  “Contramúsica” encontramos una concepción animista de las palabras. En ambos poemas están representadas como parte esencial del ser que nombran y parecieran  tener vida propia:

Tan pronto llegan, las palabras se retan,
se baten, se combaten, no cesan,
viven en guerra como los átomos del mundo,
como los glóbulos de la sangre.
(Montejo, 2007:109)

Las palabras son descritas por el hablante como  organismos vivos, microcosmos que reflejan el macrocosmos social en el que el hombre vive:
Ya se sabe que se odian sólo con verse,
que se detestan como la gente que las dice
o que las calla.
     (Montejo, 2007:109)

Que a su vez es imagen del universo:
      Su desprecio es el mismo que en las ondas del éter
       se profesan los astros,
       el mismo que a cada instante los separa.
       (Montejo, 2007:109)

            El  macrocosmos tiene en el  poema  su  doble verbal. El principio  rítmico  de la poesía refleja  el  ritmo  universal,  y el poeta  actúa como el receptor que ha de reproducir la  totalidad del cosmos.
En  “La  poesía” Montejo  desarrolla toda una reflexión sobre la creación poética.  Este metapoema describe, a través de un proceso de personificación de la poesía,  lo que podría considerarse como parte del ars  poética del autor.  Si partimos del concepto de poiesis como creación,  el poema se convierte en  la consagración del lenguaje:
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
-ni siquiera palabras.

Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
Tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
Una flor o un guijarro, algo secreto,
Pero tan intenso que el corazón palpita
Demasiado veloz. Y despertamos.
        (Montejo, 1997: 68)
La poesía se muestra previa a  toda palabra, ubicada en el silencio y la soledad,  se ofrece como errante, atemporal, sin una espacialidad fija, una suerte de mago que nos regala la plenitud de la vida, que nos ilumina y nos hace despertar. Pero todo este esplendor es posible  a partir del diálogo que la voz de la poesía entabla con el silencio, fuente primigenia de toda creación.  
La disposición gráfica y la distribución de los versos intensifican el silencio;  el espacio en blanco obliga a hacer una pausa, nos hace cómplices de ese momento de vacío  que se vuelve altamente significativo.
La reflexión sobre el silencio y su fundamental importancia en el hecho poético se encuentra también expresada en el poema  titulado “Guarda silencio ante el poema”:
Guarda silencio ante el poema,
circula entre sus versos, no interrumpas el paso.
Es casi una oración atea, pero es una oración.
Desde que nace los hombres se congregan
y repiten en sueño sus palabras.
Es como si quedara algo sagrado
sobre la tierra todavía,
el misterio los junta a cada instante.
Tal vez rechaces tanta ceremonia
o te colme el ritual que los convoca,
da lo mismo. No hables.
Descifra despacio cada letra
como quien oye un gallo a media noche
y siente que su canto, en vez de gritos,
es el pregón de un obituario.
Indaga si tu nombre acaso se menciona,
si para ti también ya cantó el gallo.
(Montejo, 2007:99)

En este caso, el metapoema se ocupa directamente del lector y le propone una estrategia de lectura que implica una actitud reverencial frente a la palabra poética. El hombre ha de actuar  como un atento escucha al mensaje cifrado en el poema, ya que la palabra es perpetuidad del ser, revelación del conocimiento. El hablante tiene conciencia de la dimensión del silencio, él es retorno al origen, contacto con el vacío primigenio, espacio para el desciframiento. Montejo nos invita a desentrañar los símbolos y, a través del recogimiento,  alcanzar el esclarecimiento. El silencio se plantea como única actitud posible frente al texto poético, como espacio generador de la infinidad de lecturas posibles.
Eugenio Montejo, al igual que José Barroeta establece una red interdiscursiva con la tradición clásica y la figura de Orfeo, como metáfora del poeta cantor, aparece en su obra poética. 
En los poemas de Montejo encontramos que el silencio es asumido como el principio generador de la vida del lenguaje. La capacidad expresiva de éste sólo es posible a partir de la relación que el hablante entabla con  el vacío, de ahí que el poeta además de exaltar el poder de la palabra de primacía al valor de su ausencia.  En oportunidades el poeta expresa su angustia ante la imposibilidad de traducir al lenguaje de los hombres las voces de la naturaleza, de revelar los misterios de la vida y de los seres.  El poeta busca dominar el lenguaje para luego hacerlo resplandecer en la obra, la palabra poética modeliza la realidad y le otorga al lector una  imagen transfigurada del mundo.
La reflexión metapoética que Barroeta y Montejo desarrollan a través de su obra manifiesta esa conciencia crítica que está presente en los escritores a partir de la modernidad. Una nueva relación se establece entre el autor y el texto que da cuenta del acto creador y lo problematiza.  
BIBLIOGRAFÍA:
BARROETA, José. 2006. Todos han muerto. Poesía completa (1971-2006). Barcelona :
       Candalla.
JANKÉLÉVITCH, Vladimir. 2002. La muerte. Valencia: Pretextos.
MONTEJO, Eugenio. 1977. Azul de la tierra.  Bogotá: Norma.
_________________. 2007. La terredad de todo. Mérida: El otro @ el mismo
STEINER, George. 2001. Gramática de la creación. Barcelona: Círculo de Lectores.