sábado, 22 de junio de 2013

Minicuento

Carmen Virginia Carrillo






 
AMOR A DESTIEMPO


Hola, ¿puedes hablar? O al menos, ¿escucharme un rato? Necesito mimos, hoy estoy down. Anoche se me ocurrió leer uno de esos poemas excelentemente escritos, pero terriblemente desoladores y he estado todo el día con ganas de llorar. Seré breve, en unos 20 minutos llega Mateo.   
A ratos siento que estás dejando de ser mi aventura energizante, ahora te siento   más dulce, tierno, y también  más distante. Hace días que no puedo dormir  pensando justamente en esto. De un tiempo a esta parte, nos permitimos menos locuras y las ilusiones han ido perdiendo cuerpo, tal vez sea porque  dentro de unos días seré una cuarentona.  
En la madrugada te escribí un mail.  Te decía que se me estaba acabando la fuerza para luchar por lo nuestro y que quizás estaba a punto de desquererte. Lo redacté con esa ambigüedad literaria que tanto me criticas. Luego lo eliminé.  En ese momento, recordaba tu última visita. La excusa era la misma de siempre, recuperar el libro de arquitectura que me habías prestado para el trabajo que estoy desarrollando. Apenas estuvimos tres minutos solos y al despedirte me dijiste al oído que hiciera lo posible para que pudiéramos perdernos unas horas el sábado por la mañana.
Siempre te dije que me encantas, pero que no suelo enamorarme fácilmente. Habíamos acordado simplemente disfrutarnos sin engancharnos en el juego de los apegos. Tampoco quiero suponer nada, pero es indiscutible que dominas las estrategias clandestinas, y no me interesa ser una más de tus aventuras transitorias.   
Dices que me contradigo? Tal vez sea porque hemos vivido por partes sin alcanzar jamás el todo, y si en algún momento lo hemos tropezado ha sido de forma tangencial y efímera. No sé qué me atrae más, la magia de nuestra historia o las peripecias de este amor a destiempo.
Tu sonrisa al verme aparecer, tu abrazo. Murmurabas en mi oído frases ininteligibles y creí sentir que ese instante fijaba  un futuro posible. Te di demasiado ese día, nos divertimos y nos amamos tanto que ese desborde me dejó expuesta al terror de perderte.  Ahora siento algo parecido a la desdicha. Una angustia pesada se ha instalado en mi estómago. Odio la melancolía. Hace años  juré no sentirla nunca más. Ahora, esta pasión que supera todas mis expectativas, se muta en una nube que opaca mi felicidad.
Ya sé que enamorarse no entraba en las reglas del juego,  que fuiste muy claro en tus planteamientos y que odias el melodrama.
Time out!
Están abriendo la puerta del garaje, tal vez…  
Click!

martes, 18 de junio de 2013

La experiencia de la extranjería y el bilingüísmo en las poéticas de Margara Russotto y Miyó Vestrini




Carmen Virginia Carrillo.


Texto publicado en: Formación de la sensibilidad. Filosofía, arte, pedagogía.  
Caracas: Coedición de Ediciones del Decanato de Postgrado y el Grupo de 
Estudios de filosofía, Infancia y Educación de la UNESR. 2011. Pp. 411-424.




                                                                                                             dasain
Lo propio del ser humano –Dasein- es no estar en casa –Un zuhause-, es vivir en la extranjería –Unheimlichkeit-; el hombre reside en el mundo pero como extranjero,    unhaimlichkait  como extraño
Fullati Genís




En el siglo XX, la guerra civil española (1936-1939) y la segunda guerra mundial (1939-1945) provocaron el éxodo de miles de europeos hacia América. El triunfo del fascismo y el horror nazi condujeron al exilio a españoles republicanos, judíos de diversas nacionalidades, junto a portugueses e italianos deprimidos económicamente por la debacle de la postguerra. Todos ellos venían en busca de un mundo mejor. Los extranjeros y sus descendientes se integraron a los diversos ámbitos de la vida social y cultural de los países que los acogieron, y con su experiencia contribuyeron al proceso de transculturización de nuestro continente.
Los emigrantes traen consigo costumbres, valores, manifestaciones culturales y sus respectivas visiones del mundo. Para salvaguardar su idiosincrasia, recurren a la exaltación de sus particularidades socio-culturales. No obstante,  las diferencias de hábitos, creencias y convenciones se imponen en su acontecer cotidiano, particularmente entre los miembros más jóvenes del grupo familiar, generando confrontaciones entre éstos y los adultos,  quienes sienten el deber de preservar las raíces.  Ese debatirse entre dos visiones de mundo hace que en unos se refuerce la condición de extranjeros, la cual busca afianzar la consciencia de pertenencia a una tradición ancestral foránea, y en otros se acentúe el deseo de borrar los orígenes para integrarse al país que los hospeda.
El sujeto que emigra, en su nueva condición de ajenidad, ve amenazadas todas sus convicciones. El universo de signos, que el nuevo espacio geográfico, con sus particularidades socio-culturales y su nueva lengua ofrece, y que hasta ese momento le era desconocido, debe ser descifrado para, de esta manera,  superar la extrañeza y hacer propios los nuevos supuestos semióticos.  
La ausencia de los seres queridos,  los espacios familiares y los objetos preciados, conduce a la pérdida de las certezas en el sujeto, quien busca   el reconocimiento de su identidad entre los habitantes del nuevo territorio; de ahí la necesidad de acceder al otro que impulsa al extranjero a tender puentes; sin embargo, tal como plantea Mariflor Aguilar, existe la posibilidad “de que nunca se puedan abandonar los puentes, … [y] nos quedemos siempre en el camino hacia el otro o la otra sin nunca tener realmente acceso a él.”[1]
La lengua es la expresión del grupo social, fija el pensamiento  y constituye un aspecto determinante en la conformación de la identidad, impone valores que aglutinan a la comunidad lingüística, llegándose a convertir en requisito fundamental para la supervivencia del grupo. El encuentro con la lengua extranjera, tal como señala Gadamer, constituye una experiencia límite en tanto que, “en lo más profundo del alma, el hablante individual probablemente nunca llegará a convencerse del todo de que otras lenguas nombren de forma distinta cosas que a él le son muy familiares.”[2]
En los procesos migratorios hacia países con otras lenguas, este elemento de identificación cultural se ve amenazado ante la necesidad de la traducción, sin embargo lo que para algunos supone una traición, para otros es una posibilidad de expansión del universo de referencias y percepciones. Claudio Guillén incluso va más allá al considerar que  la condición bilingüe amplía la conciencia del lenguaje y el compromiso con la verdad y con la literatura[3].  
A pesar de que los espacios de bilingüismo garantizan un permanente contacto semiótico entre los dos mundos que se hallan en relación, ciertos elementos de la semiosfera identitaria no son traducibles. En estos universos semióticos, algunos procesos de significación se presentan como cerrados respecto a los otros, lo que  genera un espacio de incertidumbre en las relaciones interculturales.[4]
En medio del estado de extrañamiento frente a la otredad  espacial,  cultural y lingüística, la poesía ofrece al extranjero el consuelo y la compensación a la desgarradura de sí. La experiencia de la extranjería y el bilingüismo conforman en la obra poética de las escritoras venezolanas de origen foráneo isotopías recurrentes. Tal es el caso de Márgara Russotto, Miyó Vestrini, Blanca Strepponi, Laura Cracco, Jaqueline Goldberg, Verónica Jaffé, Carmen Leonor Ferro. En sus textos encontramos la rememoración de las vivencias de la emigración y del proceso de incorporación a otra cultura y a otra lengua, en quienes buscan preservar su identidad, a la vez que intentan integrarse al país de acogida, mientras se debaten entre dos visiones de mundo.
Centraré la atención en las obras de Margara Russotto (1946) y Miyó Vestrini (1938-1991). Nacidas en Italia y Francia respectivamente; ambas escritoras llegaron a Venezuela siendo niñas y crecieron a la sombra de una educación familiar de marcada tradición europea, signadas por la lengua materna y las huellas de la cultura nativa; de ahí que el proceso de construcción de la identidad implique, en ellas,  una conciencia de la otredad y un oscilar entre el deseo de integración y el sentimiento de separación, que se contraponen y complementan. A través de un lenguaje poético comprometido con lo autobiográfico,  Russotto y Vestrini poetizan su condición de mujeres y extranjeras  en un país y un continente que  han de hacer suyos, no sólo a través de la experiencia de vida, sino también a través de la palabra.
Esta doble exclusión será representada a partir de la rememoración de  anécdotas  ocurridas a lo largo de sus vidas —infancia, adolescencia, madurez—   que ponen en cuestión las marcas de identidad heredadas y actualizadas en el hogar,  que a su vez son permanentemente confrontadas con la diversidad del nuevo entorno. Todo ello  articula una hibridez que enriquece los procesos de simbolización de la auto-representación como mujer  extranjera en una sociedad excluyente.
Margara Russotto nació en Palermo, Italia, en 1946. En 1958 emigra con su familia a Venezuela, donde cursa estudios de bachillerato y universitarios. Su proceso de formación  marcado por el bilingüismo supone una experiencia de vida en la cual el “diálogo de culturas que se extrañan, se traducen y rectifican mutuamente sin llegar a ninguna verdad”[5] constituye el gran pilar de  su formación como persona y como escritora.
En una entrevista con Roland Forgues,  Russotto se refiere a la condición de emigrante y la experiencia de la extranjería en los siguientes términos:
Tal vez los emigrantes sean los héroes de este tiempo inasible que nos tocó, los que han aprendido a vivir en muchas casas, porque las verdaderas casas no se pueden poseer. Tal vez esté surgiendo un nuevo género humano, neo-renacentista, políglota, tolerante a las diferencias, desprovisto de cualquier posesión. No sé. Un género capaz de superar fronteras, amándolas al mismo tiempo con el respeto del huésped o visitante. Ciertamente las fronteras nos defienden de lo ininteligible, pero deben considerarse algo provisional y perecedero. Somos los dueños de la tierra, como dice un verso de Hölderlin, porque sabemos que somos nadie. Ser nadie es el sentido más hondo de cualquier identidad. Durante mucho tiempo, la «extranjeridad» significó una escisión dolorosa para mí, un no lugar, y muchos poemas son testigos de ese conflicto.[6]

     Su poemario Viola d'Amore comienza con una sección que  lleva por título “La extranjera”, a su vez,  Épica mínima, está dedicado “A mis padres que lo olvidaron todo. Y a sus amigos sicilianos que aún recuerdan en vano” En su primera parte, titulada “Dibujo de emigrantes”, encontramos el poema “Caracas 1958” Escrito en tono epistolar, el texto reproduce la simbiosis que se lleva a cabo entre la lengua materna y  la lengua de adopción, que en oportunidades se ha convertido en una especie de dialecto intermedio. Se demarcan explícitamente las fronteras que separan el nosotros del ellos, el aquí  del allá,  así como también las diferencias en las prácticas sociales, los saberes y los valores:
Caro figlio  mio adorato.
Tutti bene. Questo país é una vaina.
Tuo padre se fue con una negra asquerosa.
Pero volverá.
Aquí no falta el dinero
ma  el agua sabe a petróleo.
Tu tranquilo figlio mío,
que lí, al nostro paese,
tu devi crecer
estudiar.
Porque aquí no hay futuro
y las muchachas
no te digo que son
por rispetto
di questa muchachita que me hace la caridadd
de escribirme la carta.[7]

        No en balde el afán que tenían la mayoría de los emigrantes europeos de enviar a sus hijos a estudiar en sus países de origen.


     En el poema “Términos de comparación”, se aprecia la oposición entre la idiosincrasia de la primera y la segunda generación de emigrantes:

Mientras mi padre
embotellaba salsa de tomate
para todo el año y se dispone a salar
sardinas
sicilianas de La Guaira
          dos para Sara
          dos para Enzo
           una para I´araba de enfrente
           otra que alguien vendrá
           pidiendo siempre
yo escribo un libro
sobre las mujeres
que no salan sardinas
y escriben otros libros
sobre los libros
que serán refutados y vindicados
en el humo asignificante
de las academias.

Con reverencia de vez en cuando
       por no dejar
me voy a mordisquear sus ácidas anchoas
rubias aceitunas
con la obscena intención
de alimentar nuevas teorías.
[8] 

        Llama la atención el tono irónico a través del cual este texto poético pone en escena toda una confrontación de experiencias y motivaciones.
        El escepticismo atraviesa el texto, al final, pareciera que ni el ritual culinario, ni la escritura pueden constituirse en testimonios fieles de la irrepetible experiencia vital, de ahí que el poema cierre con los siguientes versos:
Y libro tras libro entre sardinas
y tomates
se ensombrece la escena originaria:
amos solícitos
se esfuma su fervor
si bien resiste un poco
en la actitud inclinada
de cum grano salis
y ya no es seguro que midan
con sus frágiles dedos
el equilibrio de cada sabor y cosa.
Es apenas residuo
       como mis libros
el polvillo efímero
y tenaz
de aquella perdida
       alada
              experiencia.[9]

Marie-Jose FauvellesMiyó Vestrini—, nació en Francia en 1938  y emigró a Venezuela con su madre, su hermana y su padrastro, el escultor italiano Renzo Vestrini, en 1947. 
En su primer poemario, Las historias de Giovanna, la hablante se afana en la búsqueda de auto-reconocimiento, y el deseo de sintonizar con un mundo que se muestra hostil e inarmónico; en oposición a la figura materna cuyo sentimiento de desarraigo y de no pertenencia, de rechazo  a todo lo que la rodea persiste a lo largo de los textos:
En el autobús, Giovanna ha visto el gesto del anciano cuando escupe una gruesa y roja saliva en un vaso de  cartón   y  trata  de vaciarlo por la ventana. El viento abate sobre Giovanna el líquido viscoso que ahora resbala en su brazo. La madre grita furiosa mientras limpia a Giovanna con un pañuelo blanco y agua de colonia. El viejo se voltea para mirarlas: Giovanna se ríe con él, sucio y desdentado, con ese azul impreciso que tienen los ojos de los viejos. Llegan. La madre le cuenta todo al padre y termina llorando, preguntando otra vez cuándo nos iremos de aquí, cuándo regresaremos a Europa a celebrar la Pascua Florida. Desde la plaza los muchachos silban a Giovanna, de nuevo, y ella los mira, riendo y haciendo gestos. Giovanna llora y se pasa la lengua, allí donde el viejo la había escupido.[10]

En el poema, el territorio foráneo constituye una otredad amenazante que en ningún momento llega a considerarse como propio. La madre en todo momento se representa como desencajada y negada a toda posibilidad de integración. Esta rigidez es rechazada por la enunciante, quien pareciera utilizar la semiosis poética para tratar de entender la postura de la progenitora  y entenderse a si misma en función de ella:
Aprendí al mismo tiempo La Marsellesa
 y el Himno al árbol.
Tuve que leer a Rimbaud y a Andrés Eloy.
Tomé scotch y beaujolais,
Con tequeños y caracoles y borgoña.
(…)
Me leen a Víctor Hugo en voz alta
para que aprenda francés
 y todavía no sé quién es Ismael Rivera
y Luis Alfonzo Larrian.[11]

           La misión que la madre se impone es evitar que la descendencia cambie la lengua  materna por otra ajena. De forma intuitiva, o con clara consciencia del poder de la palabra, entiende que, de ser así, la nueva lengua ha de borrar las resonancias y las conexiones significativas, que  constituyen el fundamento de la identidad.
La simbiosis entre la cultura francesa, impuesta por la madre en el hogar, y la venezolana, recibida del contexto, permite a la hablante familiarizarse con lo extraño, a la vez que preserva su alteridad.
En la escritura de Russotto  y Vestrini, la dimensión simbólica de la extranjería se constituye a partir de las marcas de la separación, el extrañamiento y  la ajenidad que la figura materna proyecta respecto al lugar que se habita. Los desplazamientos conducen al desarraigo y el espacio de lo familiar es invadido por lo foráneo.
Con un discurso irónico, irreverente y de marcado tono narrativo, ambas escritoras muestran la angustia que genera en las hablantes la condición de hijas de emigrantes, el cuestionamiento de sí mismas, de sus diferencias con respecto a los otros y la extrañeza respecto al entorno.
En los poemas de ambas autoras, la transculturalidad[12] constituye un núcleo semántico fundamental, que a su vez teje una trama dialógica con consideraciones sobre el ser  femenino —en tanto conciencia de género que reclama un rol protagónico y un espacio social propio en la sociedad patriarcal— y la reflexión metapoética.   
________
[1] AGUILAR RIVERO, Mariflor. 2008. Diálogo y alteridad. Trazos de la hermenéutica de Gadamer. México: Paideia. P. 105.

[2] GADAMER, Hans-Georg. 1998.  Arte y verdad de la palabra. Barcelona: Paidós. P. 147.

[3] Guillén, Claudio. 1998. Múltiples moradas. Ensayo de literatura comparada.  Barcelona: Tusquets. P. 76.

[4] Lotman, Yuri. 1996. La Semiosfera I, semiótica de la cultura y del texto. Madrid: Cátedra.

[5] Russotto entrevistada por Forgues: 2006. Casa de la poesía. http://www.casadellapoesia.org/altreinfo/114/margara-russotto

[6] Ibid.

[7] Russotto, Márgara. 2005. Obra poética 1969-2002. Mérida: El otro el mismo. P. 172.
[8] Ibden. P. 183
[9] Ibden. P. 184.
[10] Vestrini, Miyó. 1993. Todos los poemas. Caracas: Monte Ávila. P.41
[11] Ibden. P. 120.
[12] La noción de transculturalidad  entendida no sólo en cuanto transmisión de imaginarios, sino también en tanto  intercambio entre dos sistemas culturales.