AMOR A DESTIEMPO
Hola, ¿puedes hablar? O al menos, ¿escucharme un rato? Necesito mimos,
hoy estoy down. Anoche se me ocurrió
leer uno de esos poemas excelentemente escritos, pero terriblemente desoladores
y he estado todo el día con ganas de llorar. Seré breve, en unos 20 minutos
llega Mateo.
A ratos siento que estás dejando de ser mi aventura energizante, ahora
te siento más dulce, tierno, y
también más distante. Hace días que no
puedo dormir pensando justamente en
esto. De un tiempo a esta parte, nos permitimos menos locuras y las ilusiones
han ido perdiendo cuerpo, tal vez sea porque
dentro de unos días seré una cuarentona.
En la madrugada te escribí un mail.
Te decía que se me estaba acabando la fuerza para luchar por lo nuestro
y que quizás estaba a punto de desquererte. Lo redacté con esa ambigüedad
literaria que tanto me criticas. Luego lo eliminé. En ese momento, recordaba tu última visita.
La excusa era la misma de siempre, recuperar el libro de arquitectura que me
habías prestado para el trabajo que estoy desarrollando. Apenas estuvimos tres
minutos solos y al despedirte me dijiste al oído que hiciera lo posible para
que pudiéramos perdernos unas horas el sábado por la mañana.
Siempre te dije que me encantas, pero que no suelo enamorarme fácilmente.
Habíamos acordado simplemente disfrutarnos sin engancharnos en el juego de los
apegos. Tampoco quiero suponer nada, pero es indiscutible que dominas las
estrategias clandestinas, y no me interesa ser una más de tus aventuras
transitorias.
Dices que me contradigo? Tal vez sea porque hemos vivido por partes sin
alcanzar jamás el todo, y si en algún momento lo hemos tropezado ha sido de
forma tangencial y efímera. No sé qué me atrae más, la magia de nuestra
historia o las peripecias de este amor a destiempo.
Tu sonrisa al verme aparecer, tu abrazo. Murmurabas en mi oído frases
ininteligibles y creí sentir que ese instante fijaba un futuro posible. Te di demasiado ese día,
nos divertimos y nos amamos tanto que ese desborde me dejó expuesta al terror
de perderte. Ahora siento algo parecido
a la desdicha. Una angustia pesada se ha instalado en mi estómago. Odio la
melancolía. Hace años juré no sentirla
nunca más. Ahora, esta pasión que supera todas mis expectativas, se muta en una
nube que opaca mi felicidad.
Ya sé que enamorarse no entraba en las reglas del juego, que fuiste muy claro en tus planteamientos y
que odias el melodrama.
Time out!
Están abriendo la puerta del garaje, tal vez…
Click!
2 comentarios:
Sabía que el amor es asocial, Carmen Virginia. Pero ignoraba que podía atravesar galaxias, o que era incapaz de cruzar un portón. Tus minicuentos se cargan de erotismo simplemente porque esquivan la crudeza, y se empecinan en la evocación. El amor termina siendo siempre lo que ha dejado de ser. Nunca lo que es. Me encanta la excursión galáctica de tu amante, perdiéndose en los entreveros del cuerpo, concluyendo en el templo, sintiendo miedo, acompañado de la liturgia, la reverencia que anticipa el encuentro con la divinidad, ese sitio que nunca querríamos abandonar. Pero me gusta todavía más cómo describes ese amor a destiempo, esa pasión cargada de desencuentros, esa pareja tan despareja, esos amantes que parecen amarse más a sí mismos que a quien propicia el deseo.
En medio de la consumación, a través de pequeños detalles, sólo parece existir el alejamiento y la distancia.
Lamento el destino de la protagonista. Al mismo tiempo, me saco el sombrero ante ella, ante su honestidad, ante su rechazo a la mentira. Y es bueno que no se rinda ante el melodrama. El melodrama es casi tan humano como la pasión. Creo que ella merece alguien mucho mejor. Quizás nunca lo consiga. Pero hay ciertas melancolías que nunca incurren en la desdicha. Y maneras de ser derrotado que se parecen extrañamente al triunfo.
¿Cuándo podremos leer más de esos mincuentos?
Like it a lot, dear cousin
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