martes, 9 de diciembre de 2014
"Tiempo y memoria en la poesía de José Emilio Pacheco", en La Colmena
Mi artículo: "Tiempo y memoria en la poesía de José Emilio Pacheco" ha sido publicado en la revista La Colmena, N° 83, de la UAEM, México.
Pueden leerlo en este enlace:
http://www.uaemex.mx/plin/colmena/Colmena_83/docs/Tiempo_y_memoria.pdf
sábado, 15 de noviembre de 2014
Mi general Hilario (relato breve)
Carmen Virginia Carrillo
Pedro José
había ido a visitar a su
viejo amigo Hilario Briceño días después de su regreso. Lo
encontró solo, sentado en
el portal, con el sombrero
en las
piernas, medio adormecido, muy
decaído.
-La
vida se hizo para llevar vainas,
y si no que lo diga el compadre,
que duras la pasó en la cárcel.
-¿No
es así don Pedro?
- Don
Hilario, usted tiene que cuidarse,
mire que si no
le pone empeño se va a enfermarse
de verdad.
- Míreme don Pedro, después de tanto bregar y bregar, aquí me tiene, todo cojo y arrastrado, sin que nadie me
asista.
El
general esperaba todas las tardes el regreso
de su hija.
- Mi niña Isabel, qué será de ella, solita por esa mentada
ciudad de París.
–Verá que cumple con el encargo– le aseguró Pedro José.
-Será que todavía no ha encontrado los
remedios que me fue a buscar?. No debió irse al otro lado del
océano, total yo el reuma lo
controlo con el guarapo de hierbas
que me hace misia Ana.
–Siempre hay contratiempos en un viaje,
mi general. Pero Isabel va a regresar.
Nada parecía animar al viejo, ni siquiera las antiguas historias que Pedro José solía narrarle años atrás,
cuando el espíritu de aquel inmenso hombre de barbas
espesas, se alimentaba de las heroicas hazañas de sus antepasados.
Don Hilario ofreció a su visitante licor de la casa. Pedro José y el
viejo Hilario ingresaron al comedor para beber el licor. Como toda la casa el
comedor estaba tapiado de oscuridad para aplacar el bochorno del sol. El
comedor olía a vejez y a los remedios de
la vejez.
La sirvienta resuelta le entregó al invitado la copa y
cuando estaba a punto de retirarse, el general Briceño le dijo:
-Misia Ana,
cuando llegue la niña Isabel me
la pasa a su
cuarto a que deje el equipaje,
que se asee y venga a pedirme la bendición.
-Pero
don Hilario, usted no se da
cuenta que ya hace veinte años que se
fue la niña y que no va a volver.
-Usted obedezca misia Ana.
La
criada se retiró preocupada y el
silencio invadió los pasillos, se posesionó de los patios y las
habitaciones, de toda aquella inmensidad
de tierra, del monte, del cielo.
Don
Pedro se quedó pasmado, no sabía
qué hacer para consolar a su amigo. Apuró la copa y se
despidió del general.
Pedro José retornó a su casa entre sombras y silencio. Cuando los
últimos trotes del
caballo dejaron de escucharse, don
Hilario se levantó
parsimoniosamente de la mecedora, cogió su bastón y se dirigió
hacia el pasillo.
El último cuarto a la derecha estaba
siempre con llave, sólo el general podía entrar allí. Él mismo se ocupaba de
limpiar y mantener aseado aquel lugar,
en esa habitación guardaba su más preciado tesoro:
quince máuseres que le sirvieron para
hacerle frente al general Araujo, dos revólveres recién traídos de la capital,
la última novedad,
una espada de
hierro fundido, herencia familiar y varios machetes y puñales. Allí
pasaba horas limpiando, puliendo y
acariciando las armas como sólo había hecho en su vida a una mujer: su perfecta
Isabel María, esa virginal criatura que
hizo suya cuando le despertaban los
encantos, el mismo día que
cumplió catorce años.
Muchas otras
mujeres pasaron por su camastro;
para ellas no hubo caricias, sólo deseo, violencia animal. El recuerdo de Isabel María estaba impregnado
de olor a pólvora, pólvora de fuegos artificiales que se lanzaron el día de
la boda,
del revólver que disparó esa noche cuando ella
le esperaba en la cama,
para advertirle que
así como destrozaba la
jarra de agua
de un tiro
certero, así la destrozaría si le faltaba
alguna vez. Pólvora
de las dos revoluciones en que participó mientras ella vivía.
Pólvora de las salvas que se lanzaron cuando nació
Isabel, horas antes de que la madre muriera a consecuencia del
difícil parto.
Por
las noches se quedaba dormido
sobre una silla de caoba negra que hacía juego con un
escritorio del mismo material. En
el rincón había una mesa sobre la
cual se desparramaban las partes del
arma en turno. Cada día una diferente.
Por orden estricto las iba bajando de la enorme estantería que
cubría las paredes de lado a lado. Sólo
despertaba cuando el gallo del corral lanzaba su primer canto a las 3,30; a esa hora
terminaba su labor, regresaba el arma a su lugar, recogía la lámpara de Kerosén
y se encaminaba a su habitación,
se quitaba la chaqueta y se tiraba
sobre la cama, aun a sabiendas de que no dormiría más, que
contaría una a una las campanadas
lejanas de la catedral hasta las 5,30
cuando el olor a café colado le avisaría que ya podía levantarse. En ese
momento se incorporaba, alisaba el ajado cobertor, se arrodillaba en el
reclinatorio que tenía frente al Corazón de Jesús y rezaba por el alma de su Isabel María.
Año
tras año la misma rutina, la misma
soledad, el mismo anhelo. Ya no podía montar a caballo, y para recorrer sus tierras utilizaba una carreta que el mismo había
diseñado y cuya construcción inspeccionó paso a paso.
A la mañana siguiente don Pedro se
alistaba para montar en su alazán favorito y recorrer las plantaciones de café,
cuando entró corriendo y gritando un peón del general Hilario:
- Don Pedro, don Pedro, dónde está
don Pedro? Misia Ana lo manda a llamar de urgencia.
- Qué sucede muchacho? Le salió al paso Pedro José.
- El general no responde, misia Ana le
toca la puerta una y otra y otra vez y nada, ella está muy asustada.
- Adelántate, ya yo te alcanzo. Terminó
de montar a Chirere, el caballo más fuerte de la Represa, y se dirigió al
Capataz, le dio unas órdenes y salió al galope hacia la hacienda de Briceño.
- El general tampoco contestaba a
sus llamados, así que Pedro José decidió tirar la puerta y entrar a la fuerza.
Encontró al viejo Hilario tirado en el piso,
con la foto de Isabel María vestida de novia entre las manos.
Seguramente la muerte lo alcanzó antes de que llegara al reclinatorio.
lunes, 30 de junio de 2014
LA TRILOGÍA DE LA PATRIA BOBA, DE MARIO SZICHMAN UNA PROPUESTA DE NOVELA HISTÓRICA DEL SIGLO XXI. TRABAJOS CRÍTICOS SOBRE SU OBRA
Carmen Virginia Carrillo
A partir
del año 2010 se iniciaron las conmemoraciones de los bicentenarios de las
independencias de los países del continente americano. En el marco de estas
celebraciones, el Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad de los Andes, Núcleo
Trujillo, realizó un seminario sobre Novela Histórica, entre los meses de marzo
y mayo de 2012, dicha actividad estuvo dedicada a las novelas del escritor
argentino Mario Szichman: Los papeles de
Miranda, Las dos muertes del general Simón Bolívar y Los años de la guerra a muerte, textos que conforman la llamada Trilogía de la patria boba. En las tres novelas se lleva a cabo una interpretación del período independentista de la historia de
Venezuela a través de la ficción.
El seminario estuvo organizado por
los profesores Margot Carrillo, Luis Javier Hernández y Carmen Virginia Carrillo. Se contó con la participación de varios profesores del área de
Castellano y Literatura, entre ellos la profesora Libertad León González, y con
la profesora Alexis del Carmen Rojas
Paredes, de la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez. Asistieron al
seminario estudiantes del último año de
la carrera de Educación Castellano y Literatura y estudiantes de postgrado.
Para el cierre del seminario contamos con la presencia de Mario Szichman, quien
dio dos conferencias magistrales.
Los trabajos reunidos en este libro
son resultado de estas jornadas de reflexión crítica. Sus autores, tras las
sesiones de trabajo, elaboraron ensayos críticos que fueron arbitrados y
compilados en este volumen que ofrecemos a los lectores.
Margot Carrillo discurre sobre la teoría
sobre la novela histórica. Carmen Virginia Carrillo presenta las novelas de la
Trilogía de la patria boba. Alexis Rojas reflexiona sobre Los papeles de Miranda. La novela Las dos muertes del general Simón Bolívar es abordada por Libertad
León, Juan Joel Linares (estudiante de la maestría en literatura
latinoamericana de la ULA, núcleo Trujillo) y Lucía Parra (para el momento
estudiante del último semestre de la carrera). De Los años de la guerra a muerte se ocupan Luis Javier Hernández y Liberad
León. Abren y cierran
el libro las conferencias que Mario Szichman leyó en la sesión final del seminario.
El libro estará a la venta, en versión digital, apartir del 30 de julio, en las tiendas Amazon, Kobo, Barnes & Nobel, Itunes store, entre otras.
martes, 24 de junio de 2014
Poemas y acrílicos
Carmen Virginia Carrillo
Me lleno
del verde oblicuo de sus montes.
Devoro
con vertiginosa violencia
arbustos, mariposas, gavilanes
para fundirme luego
en la demencial carrera de los astros
y combatir junto a la aurora
la mortífera desidia del ayer.
La noche no quiere
abandonarnos.
Insiste.
Con obstinada negligencia
se queda pegada a la
ventana
mientras inventamos
desabridas historias
tropicales
y nos dejamos llevar por el
hastío.
Hurgo,
retrocedo,
me duplico.
Sin embargo,
todo sigue igual.
Me resisto,
forcejeo,
condesciendo.
Para luego amanecer
en mi dolor de zarandaja
y ese acre sabor a vino rancio.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)