domingo, 29 de mayo de 2016

El hijo de Gengis Khan, del escritor venezolano Ednodio Quintero.

Carmen Virginia Carrillo








            
        Temujin, hijo de Yesugei, el jefe de las tribus de los kiutes y descendiente de Khabul Khan,  fue nombrado rey de los mongoles en 1196. Unificó a las tribus nómadas del noreste de Asia y en 1206, tras dominar las tribus de la Alta Mongolia, se hizo nombrar Gran Khan adoptando el nombre de Gengis, “gobernante universal”. Construyó el imperio contiguo más grande de la historia, el cual se extendió desde las orillas del Pacífico hasta Europa oriental. 
            Con un ejército que llegó a tener cientos de miles de guerreros feroces y los más diestros jinetes,  cruzó la gran muralla china en 1211 y tomó Pekín el año 1215. En 1221 acabó con la dinastía Khwarizm, musulmana de origen turco, que incluía Turquestán, Persia y Afganistán.
            Este legendario personaje del mundo asiático ha inspirado numerosas novelas históricas, entre ellas La trilogía Gengis-Kan, Batú y Hasta la última mar  del escritor ruso Vasili Yan; Gengis Kan el soberano del cielo de la escritora feminista norteamericana Pamela Sargent; la saga épica Conquistador, compuesta por los libros El lobo de las estepas, El señor de las flechas  Los huesos de las colinas y  El imperio de plata, del inglés Conn Iggulden y El hijo de Gengis Khan (2013), del escritor venezolano Ednodio Quintero, novela que analizo en esta ocasión.

La obra de ficción de Quintero toma al emperador mongol como referente para construir una historia desde  los principios de alteridad  que rigen la literatura fantástica. En el texto, el hijo neonato del Gran Khan se transfigura en un jinete insomne que reconstruye su vida mientras cabalga solitario por los Andes venezolanos.
A través del soliloquio del protagonista, el autor describe algunos rasgos del Khan y la idiosincrasia de sus seguidores.  El despotismo del conquistador mongol,  la crueldad  de sus ejércitos, y  la desolación que éstos dejan a su paso son contados por este narrador en primera persona, cuyas facultades sobrenaturales le permiten tejer una red de acontecimientos y ensoñaciones en las cuales se entrelazan realidad y ficción, pasado y presente, vida y muerte.
En la ficcionalización que hace Quintero de Gengis Khan, la astucia, la valentía, el liderazgo y la fuerza de carácter son descritos como parte de la idiosincrasia de una raza que ve en su señor el reflejo de sus propias aspiraciones:

El Khan supo encarnar la imagen que miles y miles de individuos aislados tenían de sí mismos, y que había permanecido empañada por el tiempo, la incomunicación, la ignorancia y el egoísmo. Mi padre les habló con palabras sencilla y rotundas, sembró en ellos una idea novedosa que en realidad es muy antigua: la idea de reconocerse. Conocerse de nuevo, que es como adquirir el conocimiento de nuestro propio poder.” (Quintero, 2013: 17).

Sin embargo, son los defectos del poderoso lo que más preocupan al hijo, quien lo define como “un hombre cercado por la terquedad y la impotencia, que se rebela, íngrimo y solitario, contra el destino” (52)
En la primera parte de la novela, el neonato monologa desde el  vientre de Zozlaya, su madre, la princesa de los Urales y  favorita del Khan. Un viejo adivino percibe los poderes excepcionales de la criatura e interpreta su canto triste, que  anuncia un presagio funesto.  Ya en el octavo mes de gestación, el desconsuelo se anuncia, mientras el feto entona “la balada del jinete”, cuyo estribillo dice: “¡Ayé, ayé, ayé! ¡Ayé!”
En la segunda parte de la narración, un jinete acompañado de su caballo y su perro monologa mientras se desplaza por la cordillera de los Andes, en Venezuela. Han pasado ocho siglos y este alter ego del neonato retorna al hogar, tras un viaje iniciático en el que busca recuperar la capacidad de soñar, y encuentra al padre muerto.
A lo largo de la obra, el protagonista  se define como “una partícula de polvo vagando por el espacio sideral, acaso dotada con la conciencia de ser” (26), que se limita “a  observar, registrar y grabar” (27)  todo lo que percibe. En el texto, el pasado es entendido como “una fuerza irresistible, colosal.” (26)
Para Paul Ricoeur, la evocación permite traer al presente lo ausente percibido, sentido, aprendido (2003: 47) La reconstrucción de un evento involucra la imaginación, que interviene en la  reelaboración del discurso que da cuenta del pasado. La memoria, como procedimiento de construcción textual,  pone en evidencia la capacidad regenerativa del lenguaje. Así dirá el protagonista: “La memoria, tal como se presenta a mi entendimiento, no es una mera acumulación de experiencias personales.” (25)
El autor privilegia la  hipérbole como figura literaria ya que ésta le permite ofrecer una dimensión exagerada a lo onírico y conectarlo con lo fantástico. La alteridad se manifiesta en la representación del doble y  las transgresiones temporales, espaciales y de causalidad, una estructura binaria simbolizada en la moneda de dos caras iguales que utiliza Gengis Khan para hacer creer a sus súbditos que el azar, o los dioses definen la toma de decisiones.

Mi padre, como si tratara de aleccionar a unos escolares díscolos, les explica con parsimonia que todo se resolverá lanzando al aire una moneda. Si sale cara, ganamos la batalla. Si sale cruz, perdemos la batalla. En ningún caso podemos eludir la confrontación.
Me resulta curioso, curioso por no decir raro, que la moneda utilizada por mi padre para averiguar la voluntad de los dioses tuviera en el anverso su propio perfil. (52)

Las vivencias del yo y su alter ego, en los dos espacios geográficos de Asia y América  están signadas por insólito y lo siniestro. El plano de lo real y el plano de lo irreal se alternan a lo largo de la trama y están  representados, en la primera parte, por las percepciones y ensoñaciones del neonato en su estado prenatal y el viaje que éste realiza en  el canto de un pájaro azul hasta los Andes venezolanos; y en la segunda por el recorrido que realiza el jinete  hacia  la casa paterna, mientras padece la irrupción de un mundo onírico plagado de seres extraños que  amenazan  al solitario soñador. La existencia del  jinete está determinada  por pesadillas en ocasiones aterradoras, en las cuales la integridad física del protagonista se ve amenazada y la única salida es despertar.
            A través del sueño y de  la ensoñación en la vigilia se producen los traslados de un ámbito al otro. Los dos espacios  geográficamente distantes se alternan en la conciencia de los protagonistas, y ambos corren el riesgo de no poder regresar a la realidad: “Cuando estamos dormidos se corre el riesgo  de soñar, y en los  sueños nos podemos extraviar, y perdido el rumbo tal vez no encontremos el camino de regreso.” (32)
Si interpretamos el título de la novela como una señal para determinar la jerarquía de  los protagonistas, podríamos decir que el hijo neonato es el yo y que el jinete, es ese otro que cabalga en las montañas de los Andes venezolanos y que en oportunidades  reconoce una existencia anterior en el vientre de la favorita del Khan.   También podríamos pensar que estamos ante la presencia de un mismo personaje que vive simultáneamente en dos tiempos.  El jinete dice:

Durante un tiempo fantasioso, que ya se estaba convirtiendo en tiempo real, me convencí  de que flotaba en el vientre de una muchacha llamada Zolzaya, la favorita del caudillo máximo de los tártaros, Gengis Khan. Que se entienda de una vez: Zozlaya era mi madre y yo aún no había nacido. Desde aquel refugio cálido y amniótico yo pontificaba acerca de lo humano y lo divino como un airado profeta sentado en la poceta. La sensación de estar resguardado en una especie de búnker antiatómico, donde nada malo me podía suceder, era tan vívida y convincente que todavía creo que aquel evento aconteció de verdad. Hasta la fecha nadie me ha demostrado lo contrario. (…) Creo que estoy en la obligación de dar cuenta de semejante experiencia. Dar cuenta quiere decir contar, echar el cuento, narrar los hechos tratados en lo posible de ser claro y preciso, conciso y enfático cuando el asunto lo requiera. (Quintero, 2013:225)

La alteridad está representada en la proyección del yo en el otro. Identidad y diferencia se determinan por el lugar que se ocupa. Del espacio cerrado del útero al espacio abierto de la montaña.
           Ambos personajes se presentan como hacedores de relatos y establecen un diálogo intratextual con un lector virtual. En la página 28, un lector  interpela al narrador protagonista: “Muy bien, amigo. Lo felicito por su vasto conocimiento en desastres naturales. Aprende usted muy rápido la lección. Pero permítame decirle, y disculpe que me entrometa…”  (28)  A lo que el hijo de Khan replica: “Reconozco su reparo, amigo lector. Tiene usted razón al exigir de este neonato relator una descripción precisa del tema en cuestión.” (28)
El neonato aprendiz de escritor dice:
Soy el hijo dilecto de Gengis Khan”, tal vez sea un comienzo engañoso, pues la frase no prueba que el emisor posea alguna prerrogativa en especial, como la de ser, por ejemplo, el primogénito el único varón. Y tampoco alude al lugar desde el cual se narra. Algún lector apresurado podría presumir que el narrador es un sacerdote que predica desde el púlpito de la iglesia de un pueblito de los Andes, Los Nevados, quizá, y que esa frase inicial no es más que el santo y seña para una masacre que tendrá lugar en el templo en los próximos minutos. No es para tanto, señor. (…) Así que, como ya sabemos que las palabras son instrumentos de aniquilación, con las cuales no es muy recomendable andar jugando ni abusando, ni sobándolas como si fueran las doncellas de un mesón, (…) Será mejor, amigo mío, que postergues para más tarde —o para más nunca— tu vocación de escribano.
         Pues sí, mientras me acercaba a la casa paterna no hallaba cómo dar inicio del relato. La  primera frase se me aparecía como un muro imposible de franquear.
(Quintero, 2013: 226)

Los tiempos de la novela son reversibles. En la primera parte estamos en el siglo XIII, el imperio mongol  se extiende por Asia y Europa oriental. En la segunda parte nos trasladamos al siglo XXI; sin embargo, en el sueño y en la rememoración los tiempos se confunden.

Si el futuro es fuente de sentimientos encontrados, el pasado me atrae con una fuerza irresistible, colosal. Vengo de allá, me digo. He cumplido todos los pasos necesarios para llegar al punto donde ahora me encuentro. Sin embargo, no recuerdo ninguno de los sucesos que me trajeron hasta aquí (…) ¿Tendré entonces que imaginar lo que he venido siendo desde la noche de los tiempos hasta la oscuridad asaetada por relámpagos del día de hoy? (26)



Entre las isotopías fundamentales del texto encontramos la realidad percibida como la puesta en escena de la alteridad. Así, el ser, el tiempo y el  espacio se presentan como duales y mutables. 
La memoria, el sueño, el conflicto con el padre y la reflexión metaliteraria, son los ejes sobre los que gira la existencia y  reflexión de los protagonistas.

Asia y América son las dos caras de la misma moneda en la obra de Quintero. Los dos continente representados en el hijo neonato del Gran Khan, destinado a morir antes de nacer, y  el jinete solitario de los andes venezolanos, son uno mismo en este texto de ficción regido por las leyes de la alteridad.


Referencias:
Quintero, Ednodio. 2013. El hijo de Gengis Khan. Planeta: Caracas.
Ricoeur Paul. 2003. La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Trotta.

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