Carmen
Virginia Carrillo
Las horas claras, de Jacqueline Goldberg, ganó el XII Premio Anual Transgenérico de la
Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana en el 2012. Un texto híbrido en el que
confluyen diversos géneros: La historia, el reportaje, la novela, la poesía.

La muerte abre y cierra la novela en un círculo perfecto.
Esta mujer melancólica sufre. No
encuentra alegría en el matrimonio, ni en la maternidad. Solo desea una casa
“para ser en ella” (32). Las nociones de tiempo y espacio confluyen en el motivo de la casa, que a su vez funciona como un "cuerpo de imágenes que da razones o ilusiones
de estabilidad" (Bachelard, 1983).
La casa constituye el eje simbólico
del texto. La historia de
la villa Savoye, su nacimiento, destrucción y resurrección, tiene su correlato
en un periodo de la historia de Europa
en el cual la segunda guerra mundial y
el holocausto judío configuran un eje de inflexión entre la ilusión de habitar la
casa y la tragedia de ser despojada de ella.
Al inicio de la construcción, Madame Savoye se siente
desahuciada, carga con la tristeza a cuestas. Un día, la villa emite “aullidos
de cal”, “el ruido natal” que “aleja el
vacío congénito” y su dueña la habita. Sin embargo, pronto se
vuelve inhabitable.
El cuerpo de la mujer
y el cuerpo de la casa parecieran vivir en sincronía, padecen al unísono el proceso de deterioro físico. La
memoria corporal de su dueña se asocia a
los recuerdos de ese espacio tan anhelado, tan amado y tan padecido.
Habitante de un perpetuo traslado, Madame Savoye es descrita
en su condición de extranjera: “Extranjera
fue siempre, pero no suscitaba desconfianza, no lloraba, no palidecía en los
festines”. (p. 28). A lo largo de la narración somos testigos de
constantes desplazamientos desde París a
la casa de verano en Poissy, en
oportunidades, estos traslados solo
ocurren en la mente de la protagonista, en el deseo de retornar a su morada.
En el texto, la escritura de la historia está articulada
desde la imaginación poética. La cadencias de un lenguaje tenue y vacilante
propicia intersticios, espacios de
indeterminación, que juegan un papel fundamental en la propuesta transgenérica
de esta magnífica obra.
Goldberg ha logrado conjugar, en este texto cargado de
poesía, la vida íntima de la
protagonista, la historia de la Villa Savoye y la memoria colectiva de un país,
de tal manera que, tras hurgar en heridas particulares y colectivas, solo queda el inefable silencio.