lunes, 11 de noviembre de 2013

"Mustia memoria" de Laura Cracco, el discurso poético de la extranjería.



Carmen Virginia Carrillo

Laura Cracco nació en Barquisimeto. Es Licenciada en Filología clásica. Ejerció la docencia en la Universidad de Los Andes, Venezuela. Ha publicado los poemarios: Mustia memoria. (1985). Premio Municipal de Poesía de Mérida; Diario de una momia. (1989); Safari club. (1992). y Lenguas viperinas, bocas Chanel (2009).
En su primer libro, la ilusión inicial de que el tiempo transcurre hacia adelante es confrontada con la noción de  tiempo circular: “La historia mordiéndose la cola” (1983:14), el eterno repetirse de experiencias que no son más que nuevas versiones del pasado.
La vida es entendida  como un viaje hacia el destino final, que es la muerte; y en el trayecto, pérdidas, búsquedas, encuentros van acumulando memorias, mustias memorias, como apunta el título del libro, que tratan de preservar la verdad de otros tiempos, el pasado mítico de los dioses antiguos:

Nosotros apenas balbuceamos la verdad de otro tiempo
Hablamos de la verdad de otro tiempo, la única, decimos
y
hablamos del tiempo aquel en que los dioses no habían 
                                                          entrado  en disputa
Tiempos idos de armónicas palabra, de lunas invioladas
Tiempos idos en que la justicia ejercía hegemonía en los
                                                                           hombres.
(1983:9-10)


O como sueño de infinitas posibilidades, aunque al final siempre esté aguardando el inexorable destino:
A qué construir hermosos templos
apisonar la tierra con sangre de toros  
erigir túmulos macizos
urnas de oro cuidadosamente labradas
si existe un mar peor que lava
eternamente lejano
…..
si el tiempo pasa sobre mí y no se empoza
si al final cuando cerramos los ojos
solo quedan, una isla en el cerebro,
sus aguas peor que lava mordiendo las ciudades.
(1983:33)

A pesar de que los emigrantes intentan conservar su pasado  a través de la memoria, el presente va borrando las huellas, de ahí que su identidad pase a ser un devenir, y su condición un modo de estar en el mundo.
En los poemas “Éxodo” y “Extranjera” se sintetiza la problemática que nos atañe. Si bien a lo largo de todo el libro se lleva a cabo un diálogo intertextual con el mundo clásico grecolatino, a través de la presencia de personajes que se caracterizan por su  condición de extranjeros y de viajeros, entre ellos Edipo, Circe y Odiseo, es en estos dos textos donde encontramos una referencia puntual al concepto griego del extranjero como ese “otro” que se presenta en oposición al “nosotros”.
Los ciudadanos, aquellos que comparten un mismo idioma y un espacio, que tienen los mismos derechos y toman las decisiones de la polis, se contraponen a los que vienen de fuera, los que balbucean, porque no hablan la lengua. Esos “otros” podían ser considerados “xénos”, sujetos con derechos a los que se les brindaba la hospitalidad; o “héteros” aquellos que portaban la otredad más radical representada en el bárbaro, el esclavo, el enemigo.
No obstante, como apunta Martínez de la Escalera, “se podía ser griego, es decir hombre, y al mismo tiempo, otro, un extraño, un exilado privado de sus derechos de ciudadanía” (Martínez de la Escalera, 2005: 78).
El concepto del extranjero que pareciera perfilarse en los textos poéticos de Laura Cracco está más cerca del “hétero”: “extranjeros los hombres que nunca podrán ser más que bagazos de una caña rota” (1983: 41).
En los poemas mencionados, la extranjería es percibida como condición irrenunciable. El extranjero vive en una perenne y fallida búsqueda de una patria que pueda considerar como suya, sin embargo, no logra  la conciliación en un mundo que le es ajeno, y vive en la incertidumbre de no reconocerse en  los espacios, en la lengua, en las costumbre y en las cosas.

Porque no hay lugar para el regreso
no volveré a ver mi ciudad teñida de siena
en las tardes 
“Extranjero serás hasta el fin de tus días
y aún después de ellos.
Extranjero serás porque has nacido.
Esa es tu condición
nunca patria alguna será tuya
ni encontrarás puesto para ti bajo estos cielos.
Vete y no descanses de buscar
lo que nunca hallarás.”
(1983:45)

El largo poema “Extranjera” está escrito en un discurso poético de corte narrativo, un yo poético relata el periplo de la extranjera en su viaje hacia el destierro. En oportunidades, la mujer toma la palabra para replicar,  mostrando el desconsuelo que le causa su condición:

“La vida pasó a mi lado y me llamó extranjera
en el sol, en las estrellas, en los ríos
en tu propia tierra
extranjera serás en la arcilla que te modeló
extranjeros serán tus dioses
que llevas como un saco vacío a tu espalda
extranjera la muerte que no encontrará en ti
más que un adelanto de sí:
huesos en vez de carne
nada en vez de alma” 
(1983:43)

El desarraigo y el extrañamiento son la consecuencia de la pérdida de la relación con lo permanente y lo estable.  A su vez, el mar, símbolo de la dinámica de la vida; lugar de nacimientos, transformaciones y renacimientos (Chevalier/Gheerbrant,1995: 689) aparece en algunos de los poemas como espejo y espejismo. Espacio del viaje, de la profunda soledad del viajero, pero también, esperanza de un futuro mejor, puerta a la vida:

Surca ese mar porque mañana solo habrá veneno
peces muertos en la orilla
y las ciudades donde alguna vez estuvimos
creyendo haber encontrado templos eternos
pronto no serán sino ruinas
piedras amontonadas en el recuerdo.
Antes de partir, sus murallas nos parecían más duras que
                                                                             el tiempo
(1983:18)

Al compararse con el mar, el yo lírico  del poema “Ícaro”, elabora una metáfora del ser del extranjero: “ser como el mar que sin dejar de ser él mismo es siempre otro” (1983: 8)
            El emigrante vive en el afuera y su condición es el tránsito. Si bien anhela regresar, en el fondo reconoce la imposibilidad del deseo, pues el lugar del origen ya no es el mismo:
Éxodo

Porque tu vida es un largo caminar
un eterno periplo que no conoce cansancios ni nostalgias
me has dicho que debes continuar
adelante hay rutas insinuantes
ciudades grandes como mundos
(1983:24)


En el poemario Mustia memoria de Laura Cracco, el extranjero está representado en su condición de viajero cuya eterna travesía  está hecha de intervalos, interrupciones y pérdidas, de memorias y olvidos, pero sobre todo de una profunda nostalgia por lo que ya nunca más ha de ser igual. 
En su obra encontramos el desarrollo de una poética de la interiorización del yo, del estremecimiento, el desenmascaramiento y del autoconocimiento a partir de la vinculación con los orígenes. En la poesía de Cracco la herencia extranjera se plasma en el discurso poético para dar cuenta de la relación del ser consigo mismo y con el otro.

Referencias bibliográficas:     

CRACCO, Laura. 1983. Mustia memoria. Mérida: Universidad de los Andes.
MARTÍNEZ DE LA ESCALERA, Ana María. “El extraño: metáfora de la situación
      humana”. En Esther Cohen; Ana María Martínez de la Escalera (coordinadoras)
      Lecciones de extranjería. Una mirada a la diferencia. México, siglo XXI, 2005.

viernes, 2 de agosto de 2013

El testigo silente


Carmen Virginia Carrillo



Preparo la recámara para tu regreso, busco en el armario de la lencería las sábanas de lino blanco bordadas a mano por las carmelitas descalzas de Salamanca, herencia de mi madre. Observo la perfección del trabajo minucioso y delicado e imagino las manos que lo realizaron, de inmediato viene a mi memoria una imagen de la infancia.
        Vamos de visita al convento, por las estrechas calles de la ciudad camino con mis padres y mis hermanos, finalmente llegamos al inmenso edificio cuyos ventanales están herméticamente cerrados. Mi padre toca la campana enérgicamente y pronto se asoma una mujer regordeta vestida toda de negro, con un inmenso pañuelo en la cabeza; abre la pesada puerta y nos hace pasar. La niña que soy, con su vestidito verde sin mangas y sus sandalias veraniegas, entra la primera y mira asombrada a su alrededor. Nos hacen pasar a un patio interior, donde se encuentra  la puerta circular corrediza,  a través de la cual las monjitas reciben las mercancías que les traen las mandaderas y pasan al exterior sus obras artesanales. Puedo escuchar el traqueteo de un  engranaje de maderas gastadas que de pronto se abre y nos ofrece, con su movimiento giratorio,  las joyas textiles elaboradas por aquellas mujeres que han renunciado al mundo.
        Mi madre las toma en sus manos,  observa extasiada  la maravilla del bordado, las toca suavemente y elogia la finura del trabajo. Encantada muestra a mi padre su nueva adquisición mientras él, un tanto distraído, busca la billetera en el bolsillo trasero de su pantalón. Mi madre guarda en un sobre las pesetas y lo deja en el torno que vuelve a rodar con su lento traqueteo.
        -¡Pasar a la sala de visita! ¡Pasar a la sala de visita! —Repetía tras la madera una voz cansada.
        Allí íbamos todos; los chiquillos saltábamos, hacíamos preguntas sobre aquel lugar misterioso y reíamos nerviosos. Mi madre, cargada con las sábanas finamente  envueltas en papeles de seda azul, artificio que les permitía conservar la blancura,  nos pedía compostura. Al entrar, el asombro cortó nuestro regocijo. El recinto estaba oscuro; una inmensa reja de madera de cedro muy labrada dividía la estancia en dos partes iguales. La reja apenas dejaba pequeños orificios en medio de la trama, por donde se colaban algunos rayos de luz provenientes de una pequeña ventana, localizada en lo alto de la pared.
De nuestro lado, había unas sillas dispuestas a prudencial distancia de la reja. Nos sentamos en silencio y de inmediato se escuchó un murmullo de voces femeninas. Lentamente fueron apareciendo las madres, primero las mayores, luego las más jóvenes y finalmente las novicias. Ocuparon las sillas que, simétricamente alineadas con las nuestras, esperaban por ellas.
        Yo miraba asombrada a aquellos seres envueltos en pesadas telas oscuras cuyas caras sonrientes mantenían una compostura marmórea. Comenzó el diálogo. Mis padres eran afectos benefactores de las hermanas desde años atrás, pero aquel era mi primer contacto con un mundo al que siempre miraría con especial asombro  y curiosidad. Como hipnotizada por aquella visión me bajé de la silla y me acerqué imprudentemente a la reja, buscaba casar mi ojo con el orificio para ver mejor, pero la luz que iluminaba a las madres desde la espalda, me cegaba. De inmediato mi madre me amonestó por el atrevimiento, las madres rieron la gracia y me dejaron estar.
        Al fondo pude ver a una novicia con cara de ángel, me sonreía y yo la saludaba tímidamente con la mano. De inmediato sentí un jalón  que de un solo movimiento me devolvió a mi asiento. No me moví más, una lágrima corrió por mi mejilla; cuando llegó a la comisura de mis labios la sorbí y ese gusto salobre mezclado con el sentimiento  de humillación quedó sellado al recuerdo de aquella escena.
        Tres años más tarde, cursaba el cuarto grado en el colegio de monjas, se acercaba el día de la madre y rifaban un hermoso jarrón de porcelana. Yo quería ganármelo para obsequiárselo a mamá y corrí a la capilla, me arrodillé y ofrecí a la Virgen que si obtenía el premio, me haría carmelita descalza cuando fuera grande. La sorpresa se mezcló con terror cuando escuché cantar como número ganador el que apretaba entre mis manos. Llevé orgullosa el jarrón a casa y mi madre lo colocó en un lugar privilegiado. Durante años su presencia me recordó la promesa incumplida.
        Un día, mi hijo tropezó con la mesa sobre la que reposaba el jarrón repleto de gardenias y  lo hizo añicos. En el fondo de mi ser agradecía a mi pequeño la travesura y con el tiempo, una vez desaparecido el testigo silente, olvidé mi deuda.
        Ahora anticipo nuestro encuentro y preparo minuciosamente cada detalle. El baño de espuma con pétalos de rosas para perfumar el agua, las velas en el piso señalando el camino, tu concierto favorito listo para sonar en las cornetas del ipod, el aceite de almendras  y mis manos deseosas de tu cuerpo.
Manos que han aprendido contigo a acariciar apasionadamente y que, de haber yo cumplido aquella promesa, hoy estarían consagradas al Señor, bordando sábanas blancas en las que otras mujeres habrían de festejar sus amores.


sábado, 22 de junio de 2013

Minicuento

Carmen Virginia Carrillo






 
AMOR A DESTIEMPO


Hola, ¿puedes hablar? O al menos, ¿escucharme un rato? Necesito mimos, hoy estoy down. Anoche se me ocurrió leer uno de esos poemas excelentemente escritos, pero terriblemente desoladores y he estado todo el día con ganas de llorar. Seré breve, en unos 20 minutos llega Mateo.   
A ratos siento que estás dejando de ser mi aventura energizante, ahora te siento   más dulce, tierno, y también  más distante. Hace días que no puedo dormir  pensando justamente en esto. De un tiempo a esta parte, nos permitimos menos locuras y las ilusiones han ido perdiendo cuerpo, tal vez sea porque  dentro de unos días seré una cuarentona.  
En la madrugada te escribí un mail.  Te decía que se me estaba acabando la fuerza para luchar por lo nuestro y que quizás estaba a punto de desquererte. Lo redacté con esa ambigüedad literaria que tanto me criticas. Luego lo eliminé.  En ese momento, recordaba tu última visita. La excusa era la misma de siempre, recuperar el libro de arquitectura que me habías prestado para el trabajo que estoy desarrollando. Apenas estuvimos tres minutos solos y al despedirte me dijiste al oído que hiciera lo posible para que pudiéramos perdernos unas horas el sábado por la mañana.
Siempre te dije que me encantas, pero que no suelo enamorarme fácilmente. Habíamos acordado simplemente disfrutarnos sin engancharnos en el juego de los apegos. Tampoco quiero suponer nada, pero es indiscutible que dominas las estrategias clandestinas, y no me interesa ser una más de tus aventuras transitorias.   
Dices que me contradigo? Tal vez sea porque hemos vivido por partes sin alcanzar jamás el todo, y si en algún momento lo hemos tropezado ha sido de forma tangencial y efímera. No sé qué me atrae más, la magia de nuestra historia o las peripecias de este amor a destiempo.
Tu sonrisa al verme aparecer, tu abrazo. Murmurabas en mi oído frases ininteligibles y creí sentir que ese instante fijaba  un futuro posible. Te di demasiado ese día, nos divertimos y nos amamos tanto que ese desborde me dejó expuesta al terror de perderte.  Ahora siento algo parecido a la desdicha. Una angustia pesada se ha instalado en mi estómago. Odio la melancolía. Hace años  juré no sentirla nunca más. Ahora, esta pasión que supera todas mis expectativas, se muta en una nube que opaca mi felicidad.
Ya sé que enamorarse no entraba en las reglas del juego,  que fuiste muy claro en tus planteamientos y que odias el melodrama.
Time out!
Están abriendo la puerta del garaje, tal vez…  
Click!