Ignea.
Soy lava,
fuego
materia
que corre lenta
sobre la superficie doliente del planeta.
Río ardiente y espeso que serpentea buscando un rumbo.
¿A dónde voy?
Al mar, a enfriar mis entrañas,
a solidificar este ardor al contacto con el agua.
Me deslizo perezosa, no tengo apuro
abarco superficies, las transformo.
De mi corazón brota un volcán enorme, potente, irreverente.
Tiene premura,
quiere encender todos los fuegos artificiales
que guarda en su cofre más preciado,
para llamar tu atención,
para que puedas ver dónde me escondo
para que escuches este grito que te reclama.
Ahora soy explosión que ilumina la oscuridad.
Humo negro que ciega y asfixia.
Salgo disparada en todas direcciones.
¿Hacia dónde me encamino?
Y me hago dragón verde, inmenso, esplendoroso.
Con mis alas enormes vuelo hacia el infinito.
De mi hocico salen llamaradas.
No te veo
te anhelo
te deseo.
Ahora soy dragón sideral,
índigo
platino
astral.
Asciendo, Andrómeda me llama.
¿Acaso estás allí?
Dos millones y medio de años luz
no son suficientes para separarnos.
Solo escucho tu voz que me pregunta:
-¿Tienes una hoja de ruta?
-Acompáñame
a Islandia,
quiero ver una Aurora Boreal.
Bajemos luego a Viena en busca de Klimt
pasemos a Praga a deleitarnos con los colores del otoño,
acerquémonos a Budapest y crucemos el Danubio,
en uno de sus puentes
escuché el susurro de tu voz
anunciando tu próxima llegada.
Esa noche imaginaba a Sisi, la atormentada y melancólica
emperatriz.
Para despejar la tristeza sigamos a Italia,
recorramos la península de norte a sur.
En el camino,
comamos deliciosas pizzas
bebamos magníficos vinos
hagamos el amor en los verdes prados de la Toscana
y en una recóndita playa de Sicilia
Interpretemos nuestro eterno reencuentro
en el teatro romano de Taormina.
Demos un salto a la Polinesia,
algo desconocido me pide que la visitemos.
Una vez descubierto el misterio, volemos a Japón.
En Tokio cerraremos el anillo de fuego y nos fusionaremos
para siempre.
Somos UNO.
Esta vez, hemos reencarnado para amarnos con final feliz.