viernes, 18 de abril de 2014

La poesía de Carmen Leonor Ferro, del viaje y la extranjería



Carmen Virginia Carrillo

(Este ensayo forma parte de un trabajo más amplio sobre la extranjería y el bilingüísmo en la poesía venezolana escrita por mujeres, que estoy realizando en la actualidad)



Carmen Leonor Ferro (1962) Nació en Caracas. Es licenciada en Química por la Universidad Simón Bolívar. En la Universidad Metropolitana fundó la Editorial “Luna Nueva”.  Ha traducido a Giuseppe Ungaretti y Sandro Penna al español. Ferro vive en Italia desde el 2005, donde dirige la Colección de poesía Latinoamericana de Raffaelli Editore.

Su primer poemario El viaje obtuvo el año 2004 el premio Monte Ávila de Poesía para escritores inéditos. Su libro Acróbata publicado en Italia el año 2011, reúne  su anterior poemario y los libros inéditos  Acróbata  e Inestabilidad, editados por primera vez en italiano y español.  

            El viaje (2004) está dividido en cuatro partes tituladas “El viaje”, “El jardín”, “La casa” y “El puerto”.  En los poemas, el yo lírico  realiza una travesía que surge del sueño y concluye en el diálogo intertextual con Giuseppe Ungaretti y  Antonia Pozzi.

La existencia de los descendientes de emigrantes está llena de imágenes y memorias de una realidad ajena: la vida dejada atrás por los padres o los abuelos, a la que se accede a través de la palabra y la imaginación. La historia familiar se articula a partir de un antes, que solo habita en el recuerdo y un ahora, el presente vivido en el espacio familiar  construido en un territorio nuevo que  constantemente se contrapone al añorado, al perdido.

La necesidad de habitar los espacios de los ancestros, de experimentar la vida de los  que vinieron del otro lado del océano,  incita al yo lírico al viaje:

Mis abuelos

                         me habían

dejado

como regalo

un libro

que describía

el mar de un pueblo

pequeño y pobre

del sur de Italia



yo llené

todo el espacio de esperar



todos los orificios

de mi existencia



con esas

imágenes

azules

(p.7)



Sin duda alguna, la condición de extranjería comienza en el viaje. El sujeto abandona su patria, su hogar, sus parientes y amigos  y comienza su travesía hacia un país ajeno en el que ha depositado la esperanza de un futuro mejor. No obstante, la relación con el nuevo espacio se lleva a cabo desde la extrañeza.

En el poemario de Ferro, el viaje ya no es el del emigrante que huye de una situación de conflicto, o que va en busca de un mundo de nuevas oportunidades, sino el que realizan los descendientes en sentido inverso, hacia los orígenes. Viaje  en dos dimensiones: una espacial,  el yo lírico viaja a Italia, la tierra de los antepasados, y otra temporal, hacia el pasado. Este último es una quimera  y  solo puede realizarse a través de la recreación imaginaria de las memorias heredadas:   




Mi primer intento

de viaje

fue fallido



hice y rehice

una ciudad

con personajes

y árboles extranjeros



el sueño

costó

algunas retiradas

del mundo



ya la niñez

me había enseñado

a imaginar

la casa de mi padre

una y otra vez

sabiendo –en el fondo-

que nunca la vería

( p.9)



Los poemas de la primera parte se articulan a partir del binomio sueño/realidad. El viaje se lleva a cabo en el sueño. Como un andariego, el yo lírico viaja a las estrellas, al paraíso; viaja en barco por un “mar congelado/del norte” (p.15), por un río turbulento. La necesidad del viaje pareciera surgir de un deseo de retornar a las fuentes para luego surgir regenerado, de ahí que las imágenes del viaje generalmente ocurran en el agua.

Del otro lado está la realidad:


...

Por momentos

uno cree 

que el viaje

se acabó

y piensa



esta es la realidad

voy a vivir en ella

como un huésped

a ver

si algún día

habla conmigo

(p.14)



           

       Una existencia menos apetecible que la travesía onírica hacia mundos acuáticos espera al yo lírico.

            En la segunda parte del poemario  el yo lírico ya se ha desplazado a Italia, allí visita Perugia, y llega al jardín,   microcosmos del paraíso terrenal soñado en la primera parte, espacio de sosiego y silencio que le habla de los ancestros:

      

Al huerto se viene

a oler

a bendecirlo



a sentir

el murmullo

de la vida que pasa



a saber

de preferencias

aflicciones



a escuchar el pasado

a recordar

el perfume de los fantasmas

y los abuelos



al huerto se viene

a buscar recetas

para combinar sabores

que habíamos perdido

(p.45)

  




      La  tercera parte del poemario tiene como  referencia fundamental la casa familiar, ese espacio físico, imagen del universo, símbolo  de protección, “nuestro rincón del mundo” (Bachelard, 2000, p.18)  que guarda las huellas de los antepasados.  

Para Bachelard, cuando evocamos los recuerdos de la casa, “sumamos valores de sueño”,  de ahí que  “en los poemas, tal vez más que en los recuerdos, llegamos al fondo poético del espacio de la casa.” (p.29). En la casa, pasado y presente conviven en la placidez del recuerdo:

          



comienzo a conversar contigo

como si hubieras vuelto a la casa



allí

en medio

de una noche de Napoli

(p.58)



En los poemas de Carmen Leonor Ferro, el padre y la madre habitan la casa que el yo lírico reconstruye con “el olor de la memoria/y el agua de los sueños” (p.75). Y ese encuentro con las raíces, se convierte en un viaje hacia el interior de sí misma. Ejemplo de ello son los dos siguientes poemas:



                 Mi padre

cojea

en los rincones



aparece

con su mirada triste

la habitación en blanco

y el poco cuerpo

que llevaba



Allí se queda

fijo

como un cartel que guarda

una oración

en otra lengua



Yo repito

esas raras palabras

sin poder entender

(p.61)



 



Sueño una bruma helada

cayendo en el mar



me cubre su aire oscuro



en una mesa mi madre

recibe algo

que ofrece un extraño



comen de esa especie de olla

grande y curtida



yo mira a una joven mujer

servirse del brebaje



la viste un traje inmenso

con flores coloreadas



va a casarse

quizás



y mueve el cuerpo

como si fuera parte

de una ceremonia extranjera

bienvenida a tu casa

me dice alguien



y yo despierto con ese eco punzante

que desde entonces va conmigo

(p. 67)




Para Bachelard: “la casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz” (p. 29). No en balde, el tiempo pareciera detenerse en esa casa soñada, imaginada o, tal vez, visitada, para reencontrarse con los parientes y reconstruir la memoria heredada.

Una vez realizada la travesía hacia la casa de los ancestros, el yo lírico regresa:



Vuelvo a la casa

donde descansan

mis objetos



la biblioteca

de madera roída

la alfombra debajo

de las sillas de mimbre



al principio

me siento entrar

en un palacio

de tesoros






poco a poco

se desprenden historias

de las habitaciones

las plantas adoran

su inmovilidad y no reclaman nada



tanto tiempo hacia que no visitaba estos bosques



la vida entra y sale

de ellos



algún día vendré

con el olor de la memoria

y el agua de los sueños

(p.p. 74-75)



La nostalgia pareciera conducir este viaje poético en el cual lo sensorial se mezcla con lo onírico y que concluye en “El puerto”, último apartado, en el que Ferro nos habla desde la voz poética de Giuseppe Ungaretti y Antonia Pozzi.

Carmen Leonor Ferro vive  la extranjería no solo desde la memoria de los ancestros, sino a partir de  sus propias experiencias. Las travesías en dos tiempos se reflejan en la obra de esta poeta venezolana que nos habla de viajes, de exclusiones, de la búsqueda  de una patria que pueda considerarse como propia, de la imposibilidad del regreso y del temor al olvido.



Referencias bibliográficas:   

BACHELARD, Gastón. (2000). La poética del espacio. Buenos Aires-Argentina.    
    Fondo de Cultura Económica.

FERRO, Carmen Leonor. (2004) El viaje. Caracas-Venezuela. Monte Ávila Editores
    Latinoamericana