Carmen Virginia Carrillo
(Este ensayo forma parte de un trabajo más amplio sobre la extranjería y el bilingüísmo en la poesía venezolana escrita por mujeres, que estoy realizando en la actualidad)
Carmen
Leonor Ferro (1962) Nació en Caracas. Es licenciada en Química por la
Universidad Simón Bolívar. En la Universidad Metropolitana fundó la Editorial “Luna
Nueva”. Ha traducido a Giuseppe Ungaretti
y Sandro Penna al español. Ferro vive en Italia desde el 2005, donde dirige la
Colección de poesía Latinoamericana de Raffaelli Editore.
Su
primer poemario El viaje obtuvo el
año 2004 el premio Monte Ávila de Poesía para escritores inéditos. Su libro Acróbata publicado en Italia el año 2011, reúne
su anterior poemario y los libros inéditos Acróbata
e
Inestabilidad, editados por primera vez en italiano y español.
El
viaje (2004) está dividido en cuatro partes tituladas “El viaje”, “El
jardín”, “La casa” y “El puerto”. En los
poemas, el yo lírico realiza una
travesía que surge del sueño y concluye en el diálogo intertextual con Giuseppe
Ungaretti y Antonia Pozzi.
La
existencia de los descendientes de emigrantes está llena de imágenes y memorias
de una realidad ajena: la vida dejada atrás por los padres o los abuelos, a la
que se accede a través de la palabra y la imaginación. La historia familiar se
articula a partir de un antes, que solo habita en el recuerdo y un ahora, el
presente vivido en el espacio familiar
construido en un territorio nuevo que constantemente se contrapone al añorado, al
perdido.
La
necesidad de habitar los espacios de los ancestros, de experimentar la vida de
los que vinieron del otro lado del océano, incita al yo lírico al viaje:
Mis abuelos
me
habían
dejado
como regalo
un libro
que describía
el mar de un pueblo
pequeño y pobre
del sur de Italia
yo llené
todo el espacio de esperar
todos los orificios
de mi existencia
con esas
imágenes
azules
(p.7)
Sin
duda alguna, la condición de extranjería comienza en el viaje. El sujeto abandona
su patria, su hogar, sus parientes y amigos
y comienza su travesía hacia un país ajeno en el que ha depositado la
esperanza de un futuro mejor. No obstante, la relación con el nuevo espacio se
lleva a cabo desde la extrañeza.
En
el poemario de Ferro, el viaje ya no es el del emigrante que huye de una
situación de conflicto, o que va en busca de un mundo de nuevas oportunidades,
sino el que realizan los descendientes en sentido inverso, hacia los orígenes. Viaje en dos dimensiones: una espacial, el yo lírico viaja a Italia, la tierra de los
antepasados, y otra temporal, hacia el pasado. Este último es una quimera y solo
puede realizarse a través de la recreación imaginaria de las memorias heredadas:
Mi primer intento
de viaje
fue fallido
hice y rehice
una ciudad
con personajes
y árboles extranjeros
el sueño
costó
algunas retiradas
del mundo
ya la niñez
me había enseñado
a imaginar
la casa de mi padre
una y otra vez
sabiendo –en el fondo-
que nunca la vería
( p.9)
Los
poemas de la primera parte se articulan a partir del binomio sueño/realidad. El
viaje se lleva a cabo en el sueño. Como un andariego, el yo lírico viaja a las
estrellas, al paraíso; viaja en barco por un “mar congelado/del norte” (p.15),
por un río turbulento. La necesidad del viaje pareciera surgir de un deseo de
retornar a las fuentes para luego surgir regenerado, de ahí que las imágenes
del viaje generalmente ocurran en el agua.
Del
otro lado está la realidad:
...
Por momentos
uno cree
que el viaje
se acabó
y piensa
esta es la realidad
voy a vivir en ella
como un huésped
a ver
si algún día
habla conmigo
(p.14)
Una existencia menos
apetecible que la travesía onírica hacia mundos acuáticos espera al yo lírico.
En la segunda parte del poemario el yo lírico ya se ha desplazado a Italia,
allí visita Perugia, y llega al jardín, microcosmos del paraíso terrenal soñado en la
primera parte, espacio de sosiego y silencio que le habla de los ancestros:
Al huerto se viene
a oler
a bendecirlo
a sentir
el murmullo
de la vida que pasa
a saber
de preferencias
aflicciones
a escuchar el pasado
a recordar
el perfume de los fantasmas
y los abuelos
al huerto se viene
a buscar recetas
para combinar sabores
que habíamos perdido
(p.45)
La tercera parte del poemario tiene como referencia fundamental la casa familiar, ese
espacio físico, imagen del universo, símbolo
de protección, “nuestro rincón del mundo” (Bachelard, 2000, p.18) que guarda las huellas de los antepasados.
Para
Bachelard, cuando evocamos los recuerdos de la casa, “sumamos valores de sueño”,
de ahí que “en los poemas, tal vez más que en los
recuerdos, llegamos al fondo poético del espacio de la casa.” (p.29). En la
casa, pasado y presente conviven en la placidez del recuerdo:
…
comienzo a conversar contigo
como si hubieras vuelto a la casa
allí
en medio
de una noche de Napoli
(p.58)
En
los poemas de Carmen Leonor Ferro, el padre y la madre habitan la casa que el
yo lírico reconstruye con “el olor de la memoria/y el agua de los sueños” (p.75).
Y ese encuentro con las raíces, se convierte en un viaje hacia el interior de sí
misma. Ejemplo de ello son los dos siguientes poemas:
Mi
padre
cojea
en los rincones
aparece
con su mirada triste
la habitación en blanco
y el poco cuerpo
que llevaba
Allí se queda
fijo
como un cartel que guarda
una oración
en otra lengua
Yo repito
esas raras palabras
sin poder entender
(p.61)
Sueño una bruma helada
cayendo en el mar
me cubre su aire oscuro
en una mesa mi madre
recibe algo
que ofrece un extraño
comen de esa especie de olla
grande y curtida
yo mira a una joven mujer
servirse del brebaje
la viste un traje inmenso
con flores coloreadas
va a casarse
quizás
y mueve el cuerpo
como si fuera parte
de una ceremonia extranjera
bienvenida a tu casa
me dice alguien
y yo despierto con ese eco punzante
que desde entonces va conmigo
(p. 67)
Para
Bachelard: “la casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos
permite soñar en paz” (p. 29). No en balde, el tiempo pareciera detenerse en
esa casa soñada, imaginada o, tal vez, visitada, para reencontrarse con los
parientes y reconstruir la memoria heredada.
Una
vez realizada la travesía hacia la casa de los ancestros, el yo lírico regresa:
Vuelvo a la casa
donde descansan
mis objetos
la biblioteca
de madera roída
la alfombra debajo
de las sillas de mimbre
al principio
me siento entrar
en un palacio
de tesoros
…
poco a poco
se desprenden historias
de las habitaciones
las plantas adoran
su inmovilidad y no reclaman nada
tanto tiempo hacia que no visitaba
estos bosques
la vida entra y sale
de ellos
algún día vendré
con el olor de la memoria
y el agua de los sueños
(p.p. 74-75)
La
nostalgia pareciera conducir este viaje poético en el cual lo sensorial se mezcla
con lo onírico y que concluye en “El puerto”, último apartado, en el que Ferro
nos habla desde la voz poética de Giuseppe Ungaretti y Antonia Pozzi.
Carmen
Leonor Ferro vive la extranjería no solo
desde la memoria de los ancestros, sino a partir de sus propias experiencias. Las travesías en dos
tiempos se reflejan en la obra de esta poeta venezolana que nos habla de
viajes, de exclusiones, de la búsqueda
de una patria que pueda considerarse como propia, de la imposibilidad
del regreso y del temor al olvido.
Referencias
bibliográficas:
BACHELARD, Gastón.
(2000). La poética del espacio. Buenos
Aires-Argentina.
Fondo de Cultura Económica.
Fondo de Cultura Económica.
FERRO,
Carmen Leonor. (2004) El viaje. Caracas-Venezuela.
Monte Ávila Editores
Latinoamericana
1 comentario:
Carmen Virginia, sigues explorando con mucha inteligencia la tarea de poetas que viven entre dos orillas. Algunos críticos dicen que quien usa más de un idioma, deja de considerar su lenguaje como algo natural y lo convierte en un instrumento. En el caso de Carmen León Ferro, eso es muy claro, especialmente en la sabiduría de sus imágenes. Algo que me gustó mucho de tu texto es que analizas el viaje en sentido inverso al que realizan los descendientes. Me parece una idea luminosa. El inmigrante que busca un nuevo espacio, que inicia el viaje, marcha hacia el futuro. Es sólo el descendiente que retorna tras el periplo el único capaz de recopilar la experiencia, de darle un sentido, tal vez de clausurarla. (Aunque esa es también una quimera, tan irrealizable como quien desea cortar amarras con su pasado).
Y estoy de acuerdo contigo, la relación del inmigrante "con el nuevo espacio se lleva a cabo desde la extrañeza". Y el viaje de recopilación ¿desde donde se lleva a cabo? Algunos pensarían que desde la decepción. Pero tú también aúnas al optimismo, una esperanza poética. Prefiero creer contigo que ese viaje se hace desde la quimera, y como señalas con precisión, "a través de la recreación imaginaria de las memorias heredadas". Es un texto no sólo bellamente escrito, sino que también enuncia una verdad. Muchos te agradecen que rescates esas voces y las difundas.
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