Quiero besarte y no estás. Cierro los
ojos y te busco en la distancia, por instinto llego a ese
lugar imaginario en el que
solemos citarnos cuando la ausencia se nos hace insostenible. Ahora estás
conmigo, el dorso de tu mano acaricia mi rostro, tus dedos dibujan las líneas
de mis labios y mi lengua los invita a descubrir su humedad. Reconozco el sabor
de tu piel, su temperatura. Mi boca
quiere medirse con la tuya ...
En el parque un chiquillo corretea
tras una mariposa, no logra dar con ella. Sufre, lo puedo leer en su
rostro; ella sabe de esas formas de amar tan imposibles, se apiada y besa su
frente por un instante tan fugaz que apenas alcanza para que el dolor de lo
inalcanzable se amortice un poco.
Te gusta imaginarme caminando por la plaza
de Santo Domingo a eso de las 7 de la tarde, cuando los hombres salen de sus
trabajos y se reúnen en los bares a tomarse unas copas y mirarle las piernas a
las chicas. Yo me he puesto las sandalias de tacones altos y una falda corta.
El pelo recién lavado, todavía húmedo cae sobre mis hombros desnudos y el
carmín me sienta bien. No puedo evitar el rítmico vaivén de mis caderas, es el
son del trópico, sabes?. Y, para qué habría de evitarlo si a ti te encanta!
Entro en el café de Traperías y pido un té con limón (Ya se, ya se: -a quién se
le ocurre pedir ese agua pintada, como si
fueras inglesa!, tómate un café solo con coñac para que se te suelte el
morbo). Del café sólo me gusta el aroma, te lo dije la primera vez que
conversamos, pero no lo recuerdas y me espías con un placer voyeurista mientras
el hombre con cara de ejecutivo bancario y traje gris me sonríe escudado tras
su cortado. Desearías verme seducirlo
con mi risa, como lo hice contigo, por eso me llamas al móvil y me dices que
quieres acariciarme impúdicamente en
este preciso momento. Y yo me sonrojo, río y él me mira ... tal vez presiente
tu presencia irrumpiendo, desde cualquier otro lugar, en su ritual de cacería. Ya no puedo prestarle
atención, tu voz lasciva me convoca…
Recuerdas a las mujeres de Klimt?
El proscrito de Viena,
el “gran voyeur”, dibujaba en sus
rostros un placer casi sublime, como el
que me haces sentir cuando me amas. Modelas mi cuerpo con tus manos, cual
arcilla húmeda, lo transformas, lo construyes y destruyes a tu antojo y yo me
dejo hacer.
Este amor no tiene agenda, se va
haciendo de brumosos deseos, da saltos a
otros tiempos y lugares. Ahora soy la joven que acaricia su sexo mientras Klimt
la dibuja en medio de una delirante excitación que alcanzará su climax en el
carboncillo terminado. Es la erótica del
arte, la conoces, también tú eres
demiurgo. Es tarde, sentado frente a la lumbre, escuchas las sugestivas notas
del saxo de Coleman Hawkins, mientras te
deleitas con las poses, curvaturas
y gestos femeninos que el erótico obseso
dejó plasmadas en sus cuadros. Desde esas láminas te hago un guiño y me preparo
para la próxima escena. Mañana, quién querrás que sea? Todo lo interpretaré
para ti: todo - te lo advierto- menos el
olvido.
Carmen Virginia Carrillo
Carmen Virginia Carrillo
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