Carmen
Virginia Carrillo.
Texto publicado en: Formación de la sensibilidad.
Filosofía, arte, pedagogía.
Caracas: Coedición de Ediciones del Decanato de
Postgrado y el Grupo de
Estudios de filosofía, Infancia y Educación de la
UNESR. 2011. Pp. 411-424.
dasain
Lo
propio del ser humano –Dasein- es no estar en casa –Un zuhause-, es vivir en la
extranjería –Unheimlichkeit-; el hombre reside en el mundo pero como
extranjero, unhaimlichkait como extraño
Fullati Genís
En el siglo XX, la guerra
civil española (1936-1939) y la segunda guerra mundial (1939-1945) provocaron el
éxodo de miles de europeos hacia América. El triunfo del fascismo y el horror
nazi condujeron al exilio a españoles republicanos, judíos de diversas
nacionalidades, junto a portugueses e italianos deprimidos económicamente por
la debacle de la postguerra. Todos ellos venían en busca de un mundo mejor. Los
extranjeros y sus descendientes se integraron a los diversos ámbitos de la vida
social y cultural de los países que los acogieron, y con su experiencia contribuyeron
al proceso de transculturización de nuestro continente.
Los
emigrantes traen consigo costumbres, valores, manifestaciones culturales y sus
respectivas visiones del mundo. Para salvaguardar su idiosincrasia, recurren a la
exaltación de sus particularidades socio-culturales. No obstante, las diferencias de hábitos, creencias y
convenciones se imponen en su acontecer cotidiano, particularmente entre los
miembros más jóvenes del grupo familiar, generando confrontaciones entre éstos
y los adultos, quienes sienten el deber
de preservar las raíces. Ese debatirse
entre dos visiones de mundo hace que en unos se refuerce la condición de
extranjeros, la cual busca afianzar la consciencia de pertenencia a una
tradición ancestral foránea, y en otros se acentúe el deseo de borrar los
orígenes para integrarse al país que los hospeda.
El sujeto
que emigra, en su nueva condición de ajenidad, ve amenazadas todas sus
convicciones. El universo de signos, que el nuevo espacio geográfico, con sus
particularidades socio-culturales y su nueva lengua ofrece, y que hasta ese
momento le era desconocido, debe ser descifrado para, de esta manera, superar la extrañeza y hacer propios los
nuevos supuestos semióticos.
La ausencia de
los seres queridos, los espacios familiares
y los objetos preciados, conduce a la pérdida de las certezas en el sujeto, quien
busca el reconocimiento de su identidad
entre los habitantes del nuevo territorio; de ahí la necesidad de acceder al
otro que impulsa al extranjero a tender puentes; sin embargo, tal como plantea
Mariflor Aguilar, existe la posibilidad “de que nunca se puedan abandonar los puentes, … [y] nos quedemos
siempre en el camino hacia el otro o la otra sin nunca tener realmente acceso a
él.”[1]
La lengua es
la expresión del grupo social, fija el pensamiento y constituye un aspecto determinante en la
conformación de la identidad, impone valores que aglutinan a la comunidad
lingüística, llegándose a convertir en requisito fundamental para la
supervivencia del grupo. El encuentro con la lengua extranjera, tal como señala
Gadamer, constituye una experiencia
límite en tanto que, “en lo más profundo del alma, el hablante individual
probablemente nunca llegará a convencerse del todo de que otras lenguas nombren
de forma distinta cosas que a él le son muy familiares.”[2]
En los procesos migratorios hacia países
con otras lenguas, este elemento de identificación cultural se ve amenazado
ante la necesidad de la traducción, sin embargo lo que para algunos supone una
traición, para otros es una posibilidad de expansión del universo de
referencias y percepciones. Claudio Guillén incluso va más allá al
considerar que la condición bilingüe
amplía la conciencia del lenguaje y el compromiso con la verdad y con la
literatura[3].
A pesar de
que los espacios de bilingüismo garantizan un permanente contacto semiótico
entre los dos mundos que se hallan en relación, ciertos elementos de la
semiosfera identitaria no son traducibles. En estos universos semióticos, algunos
procesos de significación se presentan como cerrados respecto a los otros, lo
que genera un espacio de incertidumbre en las relaciones interculturales.[4]
En medio del
estado de extrañamiento frente a la otredad espacial, cultural y lingüística, la poesía
ofrece al extranjero el consuelo y
la compensación a la desgarradura de sí. La experiencia de la extranjería y el bilingüismo conforman en la obra
poética de las escritoras venezolanas de origen foráneo isotopías recurrentes. Tal
es el caso de Márgara Russotto, Miyó Vestrini, Blanca
Strepponi, Laura Cracco, Jaqueline Goldberg, Verónica Jaffé, Carmen Leonor
Ferro. En sus textos encontramos la rememoración
de las vivencias de la emigración y del proceso de incorporación a otra cultura
y a otra lengua, en quienes buscan preservar su identidad, a la vez que intentan
integrarse al país de acogida, mientras se debaten entre dos visiones de mundo.
Centraré la atención en las obras
de Margara Russotto (1946) y Miyó Vestrini (1938-1991). Nacidas en Italia y Francia respectivamente; ambas
escritoras llegaron a Venezuela siendo niñas y crecieron a la sombra de una educación familiar de marcada
tradición europea, signadas por la
lengua materna y las huellas de la cultura nativa; de ahí que el proceso de
construcción de la identidad implique, en ellas, una conciencia de la otredad y un oscilar
entre el deseo de integración y el sentimiento de separación, que se
contraponen y complementan. A través de un lenguaje poético comprometido con lo
autobiográfico, Russotto y
Vestrini poetizan su condición de mujeres y extranjeras en un país y
un continente que han de hacer suyos, no
sólo a través de la experiencia de vida, sino también a través de la palabra.
Esta doble
exclusión será representada a partir de la rememoración de anécdotas ocurridas a lo largo de sus vidas —infancia,
adolescencia, madurez— que ponen en cuestión las marcas de identidad
heredadas y actualizadas en el hogar, que a su vez son permanentemente confrontadas
con la diversidad del nuevo entorno. Todo ello articula una hibridez que enriquece los
procesos de simbolización de la auto-representación como mujer extranjera en una sociedad excluyente.
Margara Russotto
nació en Palermo, Italia, en 1946. En 1958 emigra con su familia a Venezuela,
donde cursa estudios de bachillerato y universitarios. Su proceso de formación marcado por el bilingüismo supone una
experiencia de vida en la cual el “diálogo de culturas que se extrañan, se
traducen y rectifican mutuamente sin llegar a ninguna verdad”[5] constituye el gran pilar
de su formación como persona y como
escritora.
En una
entrevista con Roland Forgues, Russotto
se refiere a la condición de emigrante y la experiencia de la extranjería en
los siguientes términos:
Tal vez los
emigrantes sean los héroes de este tiempo inasible que nos tocó, los que han
aprendido a vivir en muchas casas, porque las verdaderas casas no se pueden
poseer. Tal vez esté surgiendo un nuevo género humano, neo-renacentista,
políglota, tolerante a las diferencias, desprovisto de cualquier posesión. No sé.
Un género capaz de superar fronteras, amándolas al mismo tiempo con el respeto
del huésped o visitante. Ciertamente las fronteras nos defienden de lo
ininteligible, pero deben considerarse algo provisional y perecedero. Somos los
dueños de la tierra, como dice un verso de Hölderlin, porque sabemos que somos
nadie. Ser nadie es el sentido más hondo de cualquier identidad. Durante mucho
tiempo, la «extranjeridad» significó una escisión dolorosa para mí, un no
lugar, y muchos poemas son testigos de ese conflicto.[6]
Su poemario Viola d'Amore comienza con una sección
que lleva por título “La extranjera”, a
su vez, Épica mínima, está dedicado “A
mis padres que lo olvidaron todo. Y a sus amigos sicilianos que aún recuerdan
en vano” En su primera parte, titulada “Dibujo de emigrantes”, encontramos el
poema “Caracas 1958”
Escrito en tono epistolar, el texto reproduce la simbiosis que se lleva a cabo entre la lengua
materna y la lengua de adopción, que en
oportunidades se ha convertido en una especie de dialecto intermedio. Se demarcan
explícitamente las fronteras que separan el nosotros
del ellos, el aquí del allá,
así como también las diferencias en las prácticas sociales, los saberes
y los valores:
Caro
figlio mio adorato.
Tutti
bene. Questo país é una vaina.
Tuo
padre se fue con una negra asquerosa.
Pero
volverá.
Aquí no
falta el dinero
ma el agua sabe a petróleo.
Tu
tranquilo figlio mío,
que lí,
al nostro paese,
tu devi
crecer
estudiar.
Porque
aquí no hay futuro
y las
muchachas
no te
digo que son
por
rispetto
di
questa muchachita que me hace la caridadd
de
escribirme la carta.[7]
No en balde
el afán que tenían la mayoría de los emigrantes europeos de enviar a sus hijos
a estudiar en sus países de origen.
En el poema “Términos de
comparación”, se aprecia la oposición entre la idiosincrasia de la primera y la
segunda generación de emigrantes:
Mientras
mi padre
embotellaba
salsa de tomate
para
todo el año y se dispone a salar
sardinas
sicilianas
de La Guaira
dos para Sara
dos para Enzo
una para I´araba de enfrente
otra que alguien vendrá
pidiendo siempre
yo
escribo un libro
sobre
las mujeres
que no
salan sardinas
y
escriben otros libros
sobre
los libros
que
serán refutados y vindicados
en el
humo asignificante
de las
academias.
Con
reverencia de vez en cuando
por no dejar
me voy
a mordisquear sus ácidas anchoas
rubias
aceitunas
con la
obscena intención
de
alimentar nuevas teorías.
…[8]
Llama la atención el tono
irónico a través del cual este texto poético pone en escena toda una
confrontación de experiencias y motivaciones.
El escepticismo atraviesa el
texto, al final, pareciera que ni el ritual culinario, ni la escritura pueden
constituirse en testimonios fieles de la irrepetible experiencia vital, de ahí
que el poema cierre con los siguientes versos:
Y libro
tras libro entre sardinas
y
tomates
se
ensombrece la escena originaria:
amos
solícitos
se
esfuma su fervor
si bien
resiste un poco
en la
actitud inclinada
de cum grano salis
y ya no
es seguro que midan
con sus
frágiles dedos
el
equilibrio de cada sabor y cosa.
Es
apenas residuo
como mis libros
el
polvillo efímero
y tenaz
de
aquella perdida
alada
experiencia.[9]
Marie-Jose Fauvelles —Miyó
Vestrini—, nació en Francia en 1938 y emigró a Venezuela con su madre, su
hermana y su padrastro, el escultor italiano Renzo Vestrini, en 1947.
En su primer poemario, Las
historias de Giovanna, la hablante se afana en la búsqueda de
auto-reconocimiento, y el deseo de sintonizar con un mundo que se muestra
hostil e inarmónico; en oposición a la figura materna cuyo sentimiento de
desarraigo y de no pertenencia, de rechazo
a todo lo que la rodea persiste a lo largo de los textos:
En el autobús, Giovanna ha visto el gesto
del anciano cuando escupe una gruesa y roja saliva en un vaso de cartón
y trata de vaciarlo por la ventana. El viento abate
sobre Giovanna el líquido viscoso que ahora resbala en su brazo. La madre grita
furiosa mientras limpia a Giovanna con un pañuelo blanco y agua de colonia. El
viejo se voltea para mirarlas: Giovanna se ríe con él, sucio y desdentado, con
ese azul impreciso que tienen los ojos de los viejos. Llegan. La madre le
cuenta todo al padre y termina llorando, preguntando otra vez cuándo nos iremos
de aquí, cuándo regresaremos a Europa a celebrar la Pascua Florida.
Desde la plaza los muchachos silban a Giovanna, de nuevo, y ella los mira,
riendo y haciendo gestos. Giovanna llora y se pasa la lengua, allí donde el
viejo la había escupido.[10]
En el poema,
el territorio foráneo constituye una otredad amenazante que en ningún momento
llega a considerarse como propio. La madre en todo momento se representa como
desencajada y negada a toda posibilidad de integración. Esta rigidez es rechazada
por la enunciante, quien pareciera utilizar la semiosis poética para tratar de entender
la postura de la progenitora y
entenderse a si misma en función de ella:
Aprendí al mismo tiempo La Marsellesa
y el Himno al árbol.
Tuve que leer a Rimbaud y a
Andrés Eloy.
Tomé scotch y beaujolais,
Con tequeños y caracoles y
borgoña.
(…)
Me leen a Víctor Hugo en voz alta
para que aprenda francés
y todavía no sé quién es Ismael Rivera
y Luis Alfonzo Larrian.[11]
La misión que la madre se impone es evitar que la descendencia cambie la
lengua materna por otra ajena. De forma
intuitiva, o con clara consciencia del poder de la palabra, entiende que, de
ser así, la nueva lengua ha de borrar las resonancias y las conexiones
significativas, que constituyen el fundamento
de la identidad.
La simbiosis entre la cultura francesa, impuesta por la madre en el
hogar, y la venezolana, recibida del contexto, permite a la hablante
familiarizarse con lo extraño, a la vez que preserva su alteridad.
En la escritura de Russotto y
Vestrini, la dimensión simbólica de la extranjería se constituye a partir de
las marcas de la separación, el extrañamiento y
la ajenidad que la figura materna proyecta respecto al lugar que se
habita. Los desplazamientos conducen al desarraigo y el espacio de lo familiar
es invadido por lo foráneo.
Con un discurso irónico, irreverente y
de marcado tono narrativo, ambas escritoras muestran la angustia que genera en
las hablantes la condición de hijas de emigrantes, el cuestionamiento de sí
mismas, de sus diferencias con respecto a los otros y la extrañeza respecto al
entorno.
En los poemas de ambas autoras, la transculturalidad[12] constituye un núcleo
semántico fundamental, que a su vez teje una trama dialógica con
consideraciones sobre el ser femenino —en
tanto conciencia de género que reclama un rol protagónico y un espacio social
propio en la sociedad patriarcal— y la reflexión metapoética.
________
[1] AGUILAR
RIVERO, Mariflor. 2008. Diálogo y
alteridad. Trazos de la hermenéutica de Gadamer. México: Paideia. P. 105.
[3] Guillén, Claudio. 1998. Múltiples
moradas. Ensayo de literatura comparada.
Barcelona: Tusquets. P. 76.
[4] Lotman, Yuri. 1996. La
Semiosfera I, semiótica
de la cultura y del texto. Madrid: Cátedra.
[5] Russotto entrevistada por Forgues: 2006. Casa de la poesía. http://www.casadellapoesia.org/altreinfo/114/margara-russotto
[6] Ibid.
[10] Vestrini, Miyó. 1993. Todos los
poemas. Caracas: Monte Ávila. P.41
[12] La noción de transculturalidad entendida no sólo en cuanto transmisión de
imaginarios, sino también en tanto
intercambio entre dos sistemas culturales.
1 comentario:
Carmen Virginia: sin alardes, sin protagonismos, con paciencia, con dedicación, con tu intenso amor por la literatura venezolana, vienes creando, desde hace ya varios años, textos que son indispensables. Este trabajo sobre la poesía de Márgara Russotto y de Miyó Vestrini es uno de ellos. Tu confrontación "entre la pérdida de la casa, los paisajes familiares y la ciudad", y la violencia de una nueva lengua muestra con precisión los avatares de un escritor que es un extraño en tierra extraña. Y además, tienes la virtud de incurrir en ejes temáticos que revelan la verdad o la enfermedad de una cultura. Como ya hiciste en tu libro De la belleza y el furor, tu texto seguramente causará una saludable polémica. Los indigenistas, los adoradores del terruño, los nacionalistas y amapatrias, seguramente se sentirán incómodos. Pero si algo que hace grande a un país es atraer a seres de todas partes del mundo, e invitarlos a participar en su historia con un espíritu crítico, no con la obsecuencia. ¡Qué grato que hayas rescatado el legado de Márgara Russoto y de Miyó Vestrini! Estoy seguro que muchos agradecerán, como decían los fundadores de la revista Contorno, tu rescate del pasado utilizable. Sólo ese pasado puede salvar a la devastada cultura de Venezuela de los vampiros del populismo y volver a fundarla.
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