Carmen Virginia Carrillo
Tuve el privilegio de conocer
personalmente a Iuri Lotman en el Primer Encuentro Internacional de Teoría de
las Artes Visuales, el año 1992, en Caracas. En esa oportunidad dictó una
conferencia sobre “el tonto y el loco”, que luego constituiría un capítulo de su
libro Cultura y Explosión lo previsible y
lo imprevisible en los procesos de cambio social, (1993), publicado pocos
meses antes de su muerte. Durante los días del encuentro, en dos oportunidades
pude conversar con él, gracias a la ayuda de un traductor que lo acompañaba.
Cuando le comenté que yo había hecho mi tesis de maestría a partir de los
planteamientos que había expuesto en su libro Estructura del texto artístico, (1978) me dijo que me olvidara de
eso, que quemara ese libro, que él ya no creía en lo que allí había escrito,
que se había dado cuenta de que había que cambiar el enfoque de los estudios
literarios y que estaba preparando un nuevo libro, que lo buscara y tomara en
cuenta sus nuevos planteamientos.
Del Lotman cercano al formalismo, al
Lotman semiólogo de la cultura hay una diferencia radical. Del texto concebido
como una entidad autónoma se pasa al texto percibido como espacio semiótico que
interactúa con otros textos de la cultura.
El haber estudiado las dos facetas de los
planteamientos para el análisis de los textos, desarrollados por Lotman, me
permitió dar un vuelco en mis propuestas de lectura de la literatura, en mi
carrera como investigadora y como docente universitaria.
Considero que las propuestas
desarrolladas por Lotman en torno a la semiótica de la cultura constituyen un
aporte fundamental para el abordaje de las producciones literarias y
artísticas, ya que ofrecen la oportunidad de poner en relación los problemas de
representación y la reflexión crítica, sobre los aspectos estéticos e ideológicos que están
involucrados en la obra de arte y la literatura, lo que indiscutiblemente
enriquece el objeto de estudio con una serie de factores que no le son ajenos,
y que dan al estudioso un horizonte de sentidos mucho más amplio.
Es necesario partir de la definición que Lotman ofrece
de la cultura como parte de la historia
de la humanidad, la cual va desde la revisión
de la relación del hombre con el hábitat no cultural que lo rodea, hasta
aspectos particulares, entre otros el de la cultura como sistema comunicativo
que se basa en el lenguaje natural, o la
cultura como texto. Todo ello permite concebir a la cultura como un sistema de
signos que posee una estructura
dinámica.
Para Lotman, la cultura estructura la realidad del
ser humano y hace posible la vida de relación en la socioesfera creada por ella
misma. Las dimensiones de la sociosesfera varían dependiendo del ámbito que
seleccionemos para interpretar. Podemos entenderla desde una perspectiva
general o particular, un espacio
geográfico, una época dada o una comunidad determinada. Sin embargo, la
dinámica de la cultura siempre está condicionada por la influencia que el afuera ejerce sobre ella.
En este sentido, estimo que el
estudio de la literatura, tanto en bachillerato como en los primeros semestres
de las carreras que la tengan en su pensum de estudios, debe llevarse a cabo a
partir del reconocimiento de la
socioesfera del entorno escolar en el cual desarrolla el proceso educativo: el
espacio geográfico regional, su presente y su pasado histórico, y desde ese
cruce de coordenadas espaciotemporales ampliar la esfera de relaciones hacia la
cultura inmediata. En ese conjunto que es la cultura, se explicará
la literatura como un sistema de comunicación con estructura dinámica:
un texto dentro del texto de la cultura, que unido a otros textos (expresiones
artísticas, folklore, historia, etc.) establece
relaciones con la realidad extracultural.
Para ello es imprescindible entender el concepto de
texto, desde la perspectiva semiótica lotmaniana, ya que el mismo es uno de los
conceptos fundamentales de este planteamiento teórico y analítico. El texto no es
un objeto estable sino que va a definirse en relación a sus funciones: un texto
puede ser la obra, o una de sus partes; un grupo compositivo, un género o la
literatura en su conjunto. El autor y sus lectores forman parte del concepto de texto. La obra
puede ser leída como un texto diferente infinidad de veces, ya que el arte,
como sistema de signos codificados, permite una multiplicidad de lecturas,
dependiendo del contexto desde el cual sea interpretado.
En relación a lo dicho anteriormente, es necesario
recalcar que el profesor debe asumir una
postura abierta frente a las posibles lecturas de los alumnos, sin
encasillarlos en su propia interpretación del texto. Solo así estaría
respetando la cualidad polisémica de la obra y permitiendo que el horizonte de
lecturas se amplíe.
Explicar a los estudiantes el concepto lotmaniano de
la cultura como texto o como conjunto de textos que
interactúan y producen un modelo
significante propio, organizado de manera compleja que se escinde en jerarquías
de textos dentro de textos, y que forma
una compleja trama con ellos (Lotman, 1999:109), les permitirá entender la cultura como un mecanismo generador textos, del que ellos
forman parte en tanto lectores.
La cultura definida como memoria no hereditaria de
la colectividad (Lotman y Uspenskij (1979:71)
implica una permanente relación con el pasado. La historia registrada se
convierte en un elemento de la cultura cuya existencia dependerá de la
continuidad que alcance en los textos de la memoria colectiva. En este sentido, considero que la lectura de los textos
de la historia oficial debe acompañarse de relatos de la memoria oral, de la
tradición, la literatura, entre otros, de una época dada, que permitan al estudiante tejer una red de
conexiones que amplíe su esfera de significación de su cultura. Una lectura sincrónica que permita el
autonocimiento y el autodesciframiento de los textos de la cultura en un
periodo de tiempo, que luego podrá interpretar de forma diacrónica.
El aspecto diacrónico de la cultura toma en cuenta
la “ritmicidad del cambio de formas estructurales en el arte y en la ideología”
(Lotman, 1996:59). Cuando una cultura vieja se pone en relación con una cultura
nueva, los textos, códigos y signos que la conforman pasan a la nueva
“desvinculándose de los contextos y los nexos extratextuales que les eran
inherentes en la cultura madre, adquiere típicos rasgos «sinitrohemisféricos»” (Lotman,
1996:57). La memoria colectiva la conserva como
un valor autosuficiente, hasta que pasado un tiempo es interpretada por
la cultura hija. En esta nueva lectura de los textos se transforman.
Es importante tomar en consideración el concepto
lotmaniano de cultura como “sistema funcionante complejo, jerárquicamente
organizado” (Lotman, 1996:102) en el cual los textos tienen que ser
considerados en su contexto, en su interacción con otros textos y con el medio
socio-significante. En mi experiencia docente he podido constatar que la lectura
de textos literarios o de otros textos de la cultura desde esta perspectiva
resulta mucho más esclarecedora y productiva para los estudiantes, que la inmanentista. El poder establecer
relaciones con su medio y su experiencia de vida les permite una comprensión
más profunda del estudio de la literatura y el arte, ya que los sentidos de los
textos se entretejen con las vivencias de los estudiantes.
Insistir en el carácter complejo de la cultura, en su
capacidad de organización como sistema
que funciona jerárquicamente permite comprender en qué medida la cultura
hace posible la vida de relación en la socioesfera por ella creada, y cómo genera
modelos que a su vez determinan las dominantes sobre las que se construye el
sistema unificado.
Si consideramos la literatura como un hecho social
coherente, debemos prestar atención a los conflictos de índole social que se
manifiestan no sólo a un nivel
pretextual sino también en el textual, a las formas en que lo social se ha
inscrito en los textos. Para adentrarnos en la reflexión de los problemas de
representación y los aspectos estéticos
e ideológicos de las obras, es importante tener presente el contexto en el
que éstas se produjeron.
Para explicar
las producciones literarias desde los planteamientos semióticos sobre la
cultura, de Iuri Lotman, es necesario que los estudiantes utilicen ciertas
nociones como la de semiosfera y la de frontera ya que éstas permiten interpretar
el mecanismo dinámico de la misma cultura y los conjuntos de textos que la
componen.
Lotman define la semiosfera como “el espacio
semiótico fuera del cual es imposible la existencia misma de la semiosis” (1996:
24). Está determinada por su carácter abstracto, la mutabilidad de su
estructura, la heterogeneidad, la irregularidad semiótica y el carácter delimitado. Un conjunto de
textos y de lenguajes cerrados unos
respecto a los otros puede ser considerado como un universo semiótico (Lotman, 1996:
23). La organización interna de la semiosfera es una estructura irregular, una
diversidad integrada de forma orgánica.
La semiosfera
está formada por sistemas de signos que interactúan entre sí y se transforman
sin perder la unidad. Entre el ámbito de la semiosis y la realidad
extrasemiótica, hay un espacio que es penetrado por elementos de las esferas
extrasemióticas. La dinámica de estos elementos transforma el espacio, a la vez
que dichos elementos son transformados. El
intercambio con la esfera extrasemiótica proporciona dinamismo a la semiosfera.
El espacio semiótico no es homogéneo, en él
encontramos una estructura de niveles. En
el núcleo se encuentran los sistemas semióticos dominantes y la
periferia está constituida por
estructuras externas que pasaron a formar parte de la órbita al ensancharse el
espacio semiótico. Las formaciones periféricas están representadas por
fragmentos de lenguajes y textos aislados que cumplen la función de catalizadores
de lo nuevo (Lotman, 1996:31). En esta interrelación, el centro y la periferia
se oponen, siendo el centro una estructura más rígida y la periferia más
flexible, por lo que en ella los procesos se desarrolla a mayor velocidad, pues
encuentran menos resistencia. Estos procesos dinámicos se relacionan sincrónica
y diacrónicamente.
Los niveles interactúan gracias a los procesos
dinámicos que se desarrollan dentro de la semiosfera, mezclándose unos con
otros, transgrediendo la jerarquía de los lenguajes y de los textos. Las subestructuras de la semiosfera
tienen que apoyarse unas a otras para que ésta pueda funcionar.
La frontera es una individualidad semiótica, un
elemento fundamental en el metalenguaje espacial; posee carácter territorial y demarca la
dimensión del espacio por ella delimitado.
La frontera separa el interior de la semiosfera del exterior, perteneciendo
bien a uno o al otro, pero nunca a ambos a la vez. La frontera es permanentemente franqueada en
forma parcial, su existencia es
indispensable para la sobrevivencia de un modelo de cultura determinado. Si en
una cultura llegara a ser destruida la frontera, aquella se acabaría.
La frontera también actúa como mecanismo de
traducción entre el lenguaje interno de la semiosfera y el externo a ella. En
la semiosfera encontramos una frontera general y fronteras de los espacios
culturales particulares; una y otra se interceptan continuamente, lo que genera procesos
dinámicos dentro de la semiosfera.
En su obra Cultura
y explosión (1999), Lotman, explica cómo el artista alcanza, en su obra, un
grado de libertad superior al que le ofrece la realidad. En el mundo de la obra
se pueden violar todas las leyes que organizan al mundo, incluyendo las leyes
del tiempo y del espacio. Lotman habla de los cambios que ocurren dentro del
mundo creado por la obra y que ofrecen la posibilidad de experimentar una mayor
libertad. El autor divide los cambios en dos grupos: los cambios posibles y los
imposibles. Dentro de los cambios posibles incluye los prohibidos y los
permitidos, éstos últimos no llegarán a ser considerados verdaderos cambios
(Lotman, 1999:203).
En su ensayo “El arte canónico como paradoja
informacional” (Lotman, 1996) plantea el autor que en la poética histórica hay
dos tipos de arte: uno orientado a los sistemas canónicos “(el «arte
ritualizado», el «arte de la estética de la identidad»)” (Lotman, 1996:182),
cuyo valor está dado por el cumplimiento de las normas prescritas, y el otro
encaminado a transgredir los cánones y las normas prescritas, este último
obtiene su valor estético de la transgresión misma. A lo largo de la historia
de la literatura se puede observar la fluctuación de los sistemas canónicos y
los transgresores.
Si tenemos siempre presente que, como bien dice
Lotman, el arte es un medio de
conocimiento y, en particular, del conocimiento del ser humano, daremos
prioridad al estudio de las expresiones artísticas, capacitando a los
estudiantes para la lectura crítica de los sistemas culturales, lo que les permitirá
reconocer los modelos que determinan las dominantes sobre las cuales se construyen
dichos sistemas, y describir cómo interactúan los textos que constituyen la
cultura. Esto les permitirá producir modelos significantes propio, desde los
cuales pueden leer las obras literarias.
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