Carmen Virginia Carrillo
Acrílico Gustavo Reyes
Gonzalo Rojas (1917) una de las voces poéticas fundamentales de la literatura
latinoamericana, publica su primer poemario La miseria del hombre el año
de 1948. En 1964, la editorial universitaria de Santiago edita su segundo libro
Contra la muerte, que obtuvo
el Premio Municipal de Literatura de la Ilustre Municipalidad de Santiago, y el
Premio Atenea de la Universidad de Concepción. Luego vendrán Del relámpago (1981), El alumbrando (1986); Materia de testamento 1988; Desocupado
lector (1990). Zumbido (1991); Las hermosas. Poesías de amor
(1994); La miseria del hombre (1995). En 1996 Río turbio fue publicado
simultáneamente en Chile, México y España. El año 2000 se edita ¿Qué se ama
cuando se ama?, a estos títulos habría que agregar las numerosas antologías
de su obra que han sido editadas.
Rojas ha sido ganador de los más importantes
premios de poesía y literatura, no sólo
de su país, sino de los países de habla hispana, entre ellos el Premio
Cervantes del 2003, galardón que hoy conmemoramos con este congreso en torno a
su obra.
La palabra poética de Gonzalo Rojas celebra
la belleza femenina y la posibilidad del amor; aclama un erotismo
exacerbado y a veces desbordado;
reflexiona sobre el problema del tiempo y sobre el propio acto de
poetizar; desafía la muerte y busca trascender lo efímero de las vivencias por
medio de una memoria imaginativa que le permite traer al presente su pasado.
En este trabajo me
referiré a dos de los ejes temáticos fundamentales en la poesía de su poesía:
el amor y la muerte. El amor se nos presenta como la más gozosa manifestación
del hablante, a través
del amor se combate el horror a la muerte. En la obra del
poeta chileno encontramos una constante referencia a la mujer, al goce que el
hablante experimenta al apreciar el caudal de belleza del cuerpo femenino y el
placer que le produce poseerlo.
El amor es el
principio creador, poiesis. Este sentimiento
induce al hombre a crear analogías, símiles y metáforas que le permiten
expresar sus intuiciones a través de la imaginación:
Por mucho
que la mano se me llene de ti
para
escribirte, para acariciarte
como
cuando te quise
arrancar
esos pezones que fueron mi obsesión en la terraza
donde no
había nadie sino tú con tu cuerpo,
tú con tu
corazón y tu hermosura,
y con tu
sangre adentro que te salía blanca
reseca,
por el polvo del deseo,
(Rojas,
2004:250)
En Rojas erotismo y
escritura forman parte de un mismo proceso vital a través del cual el ser
finito del hombre alcanza el infinito, la perpetuidad. Percibimos en su obra una relación entre
erotismo y poesía que dialoga con la
apreciación de Octavio Paz: “el primero es una
poética corporal y la segunda es una
erótica verbal” (Paz, 1995:10).
Tanto la procreación
como la poesía son formas de vencer a la
muerte, de ahí que el hablante insista en la imagen de lo seminal:
No con
semen de eyacular sino con semen de escribir
le digo a
la paloma: -ábreme, paloma, y
se abre;
-recíbeme,
y me
recibe, erecto
y
pertinaz; ahí mismo volamos
inacabables
hasta más allá del Génesis
(Rojas,
2004:282)
El sentimiento amoroso en los poemas de Rojas se
expresa de múltiples formas; debatiéndose entre lo profano y lo sagrado, va del
amor carnal, el deseo, la vivencia
erótica y la sexualidad, a ratos explícita, a
experiencias de amor sublime. Las mujeres, objeto del deseo amoroso del
hablante, en ocasiones representan la seducción, en otras la perversidad, o la
vía para alcanzar lo sublime. Ellas son la “hembra”, la “individua”, la
“personaja”, la “animala” y cada parte del cuerpo femenino es descrito con
minucioso detalle y apasionado afán. El mismo Rojas, en una entrevista que le hiciera Jacobo Sefamí calificó su
escritura como “poesía del cuerpo” (Rojas, en Sefamí, 1996:39). Cuerpos que
obsesionan al hablante, depositarios de su simiente, fuente eterna de
inspiración poética. Sus poemas se nutren de un lenguaje que posee una gran
carga sensorial:
La
palabra placer, cómo corría larga y libre por tu cuerpo la
palabra placer
cayendo
del destello de tu nuca, fluyendo
blanquísima
por lo vertiginoso oloroso de
tu
espalda hasta lo nupcial de unas caderas
de cuyo
arco pende el Mundo, cómo lo
músico
vino a ser marmóreo en la
esplendidez
de tus piernas si antes hubo
dos
piernas amorosas así considerando
claro el
encantamiento de los tobillos que son
goznes que
son aire que son
partícipes
de los pies de Isadora
Duncan la
que bailó en la playa
abierta
para Serguei
Iesenin,
cómo
eras eso
y más para mí, la
danza, la
contradanza, el gozo
de olerte
ahí tendida recostada en tu ámbar contra
el espejo
súbito de la Especie cuando te vi
de golpe,
¡con lo lascivo
de mis
dedos te vi!, la
arruga
errónea, por decirlo, trizada en
lo
simultáneo de la serpiente palpándote
(Rojas,
2004:254)
En estos versos
observamos cómo los encabalgamientos producen un ritmo de lectura que
incrementa la fuerza de la emoción expresada, a la vez que recrean la danza erótica. Al no poder realizar la
pausa del verso, las palabras se encadenan como los cuerpos de los amantes. El
uso reiterado de la sinestesia, al amplificar el campo de percepción del
hablante, intenta dar cuenta de un
éxtasis que pareciera no poderse nombrar.
Existe un diálogo
intertextual muy estrecho en la obra de Gonzalo Rojas con los poetas místicos
españoles Santa Teresa, a quien llama “mi santa tan amada” (Rojas en Sefamí,
1996:43) y San Juan de la Cruz, poetas cuya obra da testimonio de una entrega amorosa y
una pasividad gozosa que busca alcanzar
la unión íntima con Dios. Estos autores recurren a expresiones de amor humano
para expresar el amor divino. Ese éxtasis contemplativo que en ocasiones es
descrito con metáforas cargadas de pasión, podemos encontrarlo en la poesía de
Rojas con referencia a algunas mujeres que se convierte en visión sublime ante
los ojos del poeta, o en poemas como “¿Qué se ama cuando se ama?” texto en que
se plantea una reflexión sobre la naturaleza del amor humano en relación con el
amor divino:
¿Qué se
ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz
de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso
amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas,
sus volcanes,
o ese sol
colorado que es mi sangre furiosa
cuando
entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo
es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hombre
sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido
en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de
eternidad visible?
Me muero
en esto, oh Dios, en esta guerra
de
ir y venir entre ellas por las calles,
de no poder amar
trescientas
a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa
una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
(Rojas,
2004:222)
En
la poesía de Rojas encontrarla reiteradamente imágenes que caracterizan
la escritura de los místicos españoles, tales como la “mariposa” y la “noche oscura”.
En la celebración de la mujer se reconoce
la herencia surrealista y romántica; el propio autor ha dicho: “La mujer para mí,
es un absoluto. Soy un romántico, no lo niego, y la mujer es un absoluto: mi
vida eterna” (Rojas, en Sefamí, 1996:64). La filiación de Rojas con el
surrealismo comienza en el grupo de la revista
Madrágora, al que perteneció desde el año 1938.
El poeta chileno llegó
incluso a escribir poemas en honor al fundador del surrealismo: “A
la salud de Breton” y “André Breton
cumple cien años y está bien”, en los cuales menciona a Najda, gran arquetipo femenino del surrealismo.
Si el amor y el
erotismo dan sentido a la vida, la
muerte pareciera ser el sinsentido de la existencia, sin embargo, los seres
vivos estamos condicionados por la muerte; ese acontecimiento por el que
dejamos de ser se proyecta sobre nosotros desde el instante mismo en que
nacemos, y un incontrolable deseo de inmortalidad nos guía hacia la creación de
obras que nos permitan pervivir en la memoria de los otros.
A lo largo de la vida
nos enfrentamos a la inseparable dualidad de
la presencia y la ausencia, luz y oscuridad.. Nacer, crecer, llegar
a la plenitud y morir es el ineludible destino de todos, en el ciclo vital, tan
presente en la poesía de Gonzalo Rojas, cobra fundamental importancia la imagen
de lo seminal, la semilla o el semen como instrumento regenerador de vida
que permite al hablante proyectarse más allá de la muerte.
La noche relacionada
a su vez la muerte, con el sueño y lo
inconsciente representa el tiempo de
la gestación y del
renacer de la luz y la vida, de ahí que
en su poema “Transtierro” diga el poeta:
comeré tierra
de la Tierra bajo tablas
del cemento, me haré ojo,
oleaje me haré
3
parado
en la roca de la identidad, este
hueso y no otro me haré, esta
música mía córnea
4
por hueca.
Parto
soy, parto seré.
Parto, parto, parto.
(Rojas, 2004:354)
La idea de partir se
relaciona con el parir de una nueva vida que de continuidad al ser que deja de
ser.
Cuando sobrevivimos a la muerte de los otros,
emociones, experiencias y conjeturas se unen al vacío y a las ausencias, por lo
que se siente la necesidad de dar voz a lo que ha dejado de ser. El yo lírico se resiste a aceptar que la muerte es el fin de los que amamos
o admiramos, la duda le asalta, se encuentra ante el
inefable silencio con el que también habla la poesía. Si la muerte es silencio,
la palabra es resurrección y vida, síntesis del mundo, lenguaje que anuncia la continuidad del ser.
Rojas ha escrito una
serie poemas con tono elegíaco a ciertos
personajes como Alfredo Lefebvre, Jorge
Teillier, Jorge Cáceres, entre otros, en ellos, y en otros poemas, el asunto
Heideggeriano de que “el hombre es un ser para la muerte” se hace presente para
luego, en forma desafiante y en oportunidades con una dosis de humor, conjurar la muerte a través de la palabra
poética:
Pasa que
uno muere, eso pasa, quedan por ahí
hijos,
algunas tablas; arrepiéntete le
dice a
uno el cáncer; ¿arrepiéntete de qué? ¡Tu madre
se
arrepienta de haber parido miedo! De Rokha
hablaba
de átomos desesperados que nos hicieron hombres.
No sé.
Diáfano
viene uno.
(Rojas,
2004: 69)
La voz de la poesía entabla un dialogo con el silencio, fuente primigenia de
toda creación. El silencio funciona como el principio generador del lenguaje.
La capacidad expresiva de éste sólo es posible a partir de la relación que el
hablante entabla con el vacío, con la
ausencia, con la muerte. La palabra se inscribe en la vastedad del silencio que
le precede, que está allí para ser
llenado:
Al silencio
Oh voz, única voz: todo el huevo
del mar,
todo el hueco del mar no
bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este
mundo se hundiera,
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en
todas partes,
porque te sobra el tiempo y el
ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi
eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy
más oscuro.
(Rojas, 2004: 146)
La
posibilidad de ser a través de la palabra sólo se entiende a partir de su carencia: el silencio. La
plenitud del poema se logra a partir de la construcción de ese universo
simbólico que está representado por los vacíos y las ausencias. Las voces, los
ritmos y las armonías descansan sobre el
silencio, que a su vez se relaciona con el tiempo, con la
soledad del hombre, con la noche, con la muerte y lo divino.
Ya sé que el
sol de la muerte me está haciendo girar en un eterno
proceso
de rotación
y traslación llamado falsamente Poesía.
A veces,
como hoy, esta aparente confusión me hace reír, me hace
Reír.
(Rojas,
2004: 103)
El tiempo es percibido como disolución de
la vida; la marcada conciencia de lo pasajero se pone de manifiesto en la
angustia del hablante y en el deseo de transgredir el ineludible destino para
alcanzar la inmortalidad.
Más allá del tiempo
situacional, del encadenamiento de recuerdos o emociones que renacen en la
palabra poética, el horizonte temporal del texto poético implica la
relativización del tiempo cronológico.
Vuelvo a
mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie
allá, voy corriendo a la materna hondura
donde
termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque
está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el
pobre gusano que soy, con mis semanas
y los
meses gozosos que espero todavía.
(Rojas,
2004: 149)
El tiempo vivido
en la simultaneidad de la existencia, posibilidad de conjugar presente y
pasado en un instante poético. Tal como lo refiere Gastón
Bachelard: “el poeta destruye la continuidad simple del tiempo encadenado para
construir un instante complejo, para unir sobre ese instante numerosas
simultaneidades.” (Bachelard, 1975: 115). El instante poético concebido desde una perspectiva metafísica como “conciencia
de la ambivalencia” (116).
En el poema “Del
relámpago”, la imagen de la luz resplandeciente y fugaz funciona como símbolo
de una simultaneidad de percepciones,
situaciones e información en un instante que sólo puede suceder en la
escritura, una suerte de Aleph poético:
Prácticamente
todo estará hecho de especulaciones
y
eyaculaciones, la libertad,
esa rosa
que arde ahí, la
misma
Nada en sus pétalos,
la
memoria de quién, el libro de aire
de los
cielos, esta música
oída
antes, el esperma de David
que
engendró al otro, y ese otro
al otro
como en el jazz, diamantino
el
clarinete del fulgor largo, nueve
el número
de nacer, más allá de los meses
imposible
y faraónico, y el otro
al otro
lo
aullante
del círculo
(Rojas,
2004:141)
El recuerdo de lo vivido prevalece gracias a la escritura. En la palabra
poética, la vivencia íntima del tiempo está reflejada de tal forma que
trasciende las instancias del orden cronológico.
Entre las memorias que Gonzalo Rojas recupera en su
obra se encuentran las imágenes de su pueblo natal Lebu, la minas de carbón, la
figura del padre y de la madre. El padre representa
el eje de una temporalidad y una espacialidad englobantes, tiempo hecho de multiplicidad de tiempos,
de sueño y memoria. Un
hipotético encuentro propone un mundo de
infinitas posibilidades en las que padre e hijo se relacionan a partir de la
acción vivificante de la palabra.
Es él. Está
lloviendo.
Es él. Mi
padre viene mojado. Es su olor
a caballo
mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre
un caballo atravesando un río.
No hay
novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina
inundada, y un rayo la estremece.
(…)
Ah, minero
inmortal, ésta es tu casa
de roble,
que tu mismo construiste. Adelante:
te he venido
a esperar, yo soy el séptimo
de tus
hijos. No importa
que hayan
pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos
enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y
ella estáis multiplicados. No
importa que
la noche nos haya sido negra
por igual a los
dos.
-Pasa, no
estés ahí
mirándome,
sin verme, debajo de la lluvia.
(Rojas, 2002: 54-55)
En el
poema, la imagen del padre está relacionada con el caballo y adquiere las connotaciones
simbólicas de éste: la memoria del mundo y del tiempo asociado a las tinieblas, criatura de la
noche y del misterio. Portador de muerte y vida, abandona la oscuridad para
alcanzar la luz. (Chevalier,
1995:208). El caballo se convertirá en una de los animales emblemáticos de la
poesía de Gonzalo Rojas, al igual que la mariposa cuya simbología está
relacionada con la idea de la muerte y resurrección.
El poeta
busca la trascendencia a la vez que
celebra la materialidad del ser. Si el olvido es una forma de la muerte, el poeta
anhela la perpetuidad y por eso recurre a la escritura, en ella deposita los
recuerdos que desea inmortalizar, huellas que ha de dejar grabadas en el texto
poético para el resto de la eternidad.
Referencias bibliográficas:
BACHELARD, Gaston. (1939) 1973. La intuición del
instante. Buenos Aires: Siglo
Veinte.
CHEVALIER, Jean; GHEERBRANT, Alain.
1995. Diccionario de
los símbolos. Barcelona: Herder.
PAZ,
Octavio. 1995. La llama doble. Barcelona: Seix Barral.
ROJAS, Gonzalo. (1964) 2002. Contra la
muerte. Santiago de Chile: Editorial universitaria.
_____________. 2004. Concierto. Antología
poética (1935-2003). Barcelona: Círculo de lectores/Galaxia Gutenberg.
SEFAMÍ, Jacobo. 1996. De la imaginación
poética. Conversaciones con Gonzalo Rojas, Olga Orozco, Alvaro Mutis y José
Kozer. Caracas:
Monte Ávila latinoamericana.
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