Carmen Virginia Carrillo
El artículo “Extranjería y desarraigo en dos poemarios de las escritoras venezolanas
Gina Saraceni y Cristina Falcón” fue publicado en: Sociedades y desigualdades Revista del Centro de Investigación en Ciencias
Sociales y Humanidades. Universidad Autónoma del Estado de México. Año 1, número 1,
Toluca, Estado de México, julio-diciembre de 2015. Pp. 45-54.
Durante
las tres últimas décadas del siglo XX y
la primera década del siglo XXI, se observa en la poesía venezolana escrita por
mujeres, la recurrencia de textos que
ponen en escena la condición de la extranjería como eje de la existencia
signada por la diferencia.
En
los setenta, Miyó Vestrini y Margara Russotto incorporaron a sus versos la
representación poemática de su extranjería. Estas escritoras, hijas de
emigrantes que llegaron al país siendo niñas, plasmaron en sus textos la extrañeza experimentada frente a un
entorno desconocido y la percepción de sí mismas en función de las diferencias.
A
finales de la década de los noventa del siglo XX y comienzos del presente, Verónica Jaffé (1957), Laura Cracco (1959), Carmen León Ferro
(1962), Jacqueline Goldberg (1966) y Gina Saraceni (1966) nacidas en Venezuela,
descendientes de europeos que emigraron al país, ponen en escena la otredad
heredada de sus ancestros, en sus textos poéticos.
Por
su parte, Cristina Falcón Maldonado (1963), escritora venezolana residenciada
en Europa desde 1988, reflexiona sobre el desarraigo en su poemario Memoria errante (2009). En el caso de
Falcón, la extranjería está planteada desde el punto de vista de quien emigra
y, desde otro contexto, con otros paisajes y otras experiencias culturales, rememora el terruño.
Para
este trabajo, he seleccionado los poemarios La
casa de pisar duro (2011) de Gina Saraceni y Memoria errante (2009) de
Cristina Falcón, dos libros en los que la noción de extranjería resuena desde dos
matrices semánticas fundamentales: la extrañeza que acompaña al emigrante y la percepción del desarraigo a partir de la
rememoración de la casa materna como espacio de la pertenencia y la nostalgia, .
Gina
Saraceni ha publicado los poemarios Entre
objetos, respirando (1998); Deriva (2000);
Salobre (2004), libro que ganó la
Bienal de Coro “David Elías Curiel”
mención Poesía en el año 2001 y Casa de
pisar duro (2013) premiado en el XI Concurso Transgenérico de la Fundación
para la Cultura Urbana en el 2011. Entre sus trabajos de crítica literaria, cabe destacar: Escribir hacia atrás (2008) y La
soberanía del defecto, (2012).
Su
condición bilingüe la acerca al oficio de la traducción. Y es a través de esta actividad que Saraceni entabla una relación
de doble sentido con la lengua materna, de ahí que se haya ocupado de traducir al
italiano a los poetas venezolanos Rafael Cadenas y Yolanda Pantin y al
castellano a la poeta italiana Alda Merini.
En su libro Salobre (2004)
Saraceni se ocupa del tema de la extranjería. La herencia familiar, con su
carga simbólica y cultural, representada
desde la memoria afectiva de un sujeto
lírico que busca aferrarse al legado de los ancestros, es el eje temático de
los poemas.
Nos encontramos
frente a la articulación de un discurso poético que se construye a partir de la problemática que viven los emigrantes,
quienes tienen que abandonan su lugar de origen y deben enfrentarlo desconocido, y una lengua que les es ajena, de ahí el
extrañamiento que el extranjero plasma en
su escritura. La patria abandonada se hace cada vez más distante y el presente
se puebla de recuerdos.
De todos los
espacios de la memoria personal a los que la voz poética del emigrante remite,
la casa familiar es el más preciado. Universo primigenio convertido en ámbito virtual,
en discurso. La casa de los ancestros
se constituye en el lugar de la añoranza, ese “lugar físico-empático-emocional”
con el que se tiene un doble vínculo temporal, el referido al propio presente
de la enunciación y el que tiene que ver con un pasado que se representa (Casas, 1998:160).
Nueve años después de la publicación de Salobre, se edita el poemario Casa de pisar
duro (2013).
El título del libro lo toma la autora de un poema de Miyó Vestrini, escritora cuya
obra ha analizado en sus trabajos críticos, y que incorporó al estudio de la
poesía venezolana de su libro La
soberanía del defecto (2012).
Consideramos pertinente resaltar cómo el diálogo intertextual, que se anuncia
desde el título del poemario, da cuenta de una escritura signada por la
coincidencia de temas y problemáticas que ocupan a ambas poetas. La experiencia
de la extranjería parecería constituir uno de los ejes fundamentales de ambas aproximaciones
poéticas.
Saraceni ha
señalado que su escritura se inserta en una “estirpe de voces” (Marguerite
Duras, Antonio Gamoneda, Marina Tsvietáieva, Celine, Luz Machado, Yolanda
Pantin, Fabio Morábito, Coetzee, Vicente Gerbasi, Sergio Chejfec, Eugenio
Montale, Miyó Vestrini) que la acompañan y señalan “caminos y formas de pensar
los problemas” (Saraceni en Guerrero,
2011: en línea). Entre los temas comunes a estas voces se encuentran la noción
de pertenencia y la reflexión sobre la lengua y el habitar.
Los
poemas reunidos en Casa
de pisar duro hablan de viajes, de
memorias, del dolor de la pérdida y de ese espacio privilegiado que es la casa.
Dividido en tres secciones: “Casalba”, “Cuerpo a Cuerpo” y “Extravío en
Manhattan”, el libro evoca vivencias en
la casa materna y en ciudades
extranjeras (Berlín, Nápoles, Nueva York), en la que temporalmente habita una
voz errante.
Respecto
al poemario, la
autora ha dicho que en el mismo busca:
Explorar cómo la pertenencia se funda paradójicamente en la imposibilidad
de habitar el origen que nos funda y
constituye. Es decir, la casa no es sólo el piso y el techo que nos sostiene y
cobija sino también esa zona siniestra donde lo más familiar e íntimo se
enrarecen y donde la descolocación, la pérdida, la nostalgia son otros modos de
estar “en casa”. (Saraceni en Pietro,
2012).
Al igual que en Salobre, en Casa de pisar duro, la casa se convierte
en el espacio poético por excelencia,
universo de símbolos del que se nutre la memoria. En los poemas, un yo lírico
reflexiona sobre el transcurrir del tiempo
y las huellas que el mismo va dejando en los muros de la casa materna, ahí están guardadas las
experiencias fundamentales de sus
habitantes. Cuando se regresa a la casa
tras la ausencia, solo se encuentra vacío, abandono, sentimientos que se
rescatan de los laberintos de la memoria. No obstante, es necesario volver a la casa, habitarla, enfrentar los recuerdos:
En la casa
se oye crecer una raíz
se abre
paso en cada
hueco que
encuentra
en su
transcurso.
Es sangre
la que corre por esa vena inmensa.
Es la casa entera
que germina
en el piso
abierto de junio.
Una araña mueve
la tierra
hala sus
hebras más delgadas.
Los
helechos saben
que las
raíces crecen
hacia
adentro.
lejos
todavía.
(Saraceni,
2013: 26 )
La
casa, símbolo de lo fundacional y
refugio de valores ancestrales, es el primer universo, “cuerpo de imágenes que
da al hombre razones o ilusiones de estabilidad” (Bachelard, 1983:48). En la
representación poemática, la casa se hace una con la naturaleza, “germina”, se expande por las venas de la
tierra, se mantiene vive, se reproduce.
Más
la memoria no solo se recuerda en los espacios abandonados, busca también
recrear escenas familiares, en las que los ancestros repiten los viejos
rituales:
El amanecer llega a la casa lentamente.
Nada quiebra el silencio que queda de la noche.
Sólo se oye respirar a los insectos.
El padre y la madre desayunan.
El padre muerde el pan duro,
lo moja en agua y aceite
come la harina espesa de la guerra.
La madre, en cambio,
prefiere la avena y la manzana,
hechas arena al tacto de su lengua.
Ambos comen la corteza
del tiempo que se acaba.
Ese ser dos en la vejez,
aferrados a un ritual
que les devuelve los primeros
paisajes de sus vidas.
Ese ser hijos de lo mismo,
del mismo pan duro que mastican,
sin que la miga ceda
al diente que la muerde .
(Saraceni,
2013: 28-29)
En los versos, la cotidianidad
pareciera ser el antídoto al transcurrir del tiempo. Sin embargo, no siempre la
vida toma la palabra. En oportunidades,
como en el poema que citamos a continuación,
la muerte se apodera de la escena y domina la percepción del yo lírico
frente a la casa deshabitada:
Las casas mueren cuando se vuelven árboles,
cuando una mancha vegetal las recubre
y convierte en jardines verticales.
De sus ventanas brotan raíces
que rozan el filo de las nubes.
La casa muere con el verano en la garganta.
Hubo luz, un tiempo, en esa casa.
Hubo vidrios limpios que acogían una
mano temerosa de que el viento los quebrara.
Hubo niños oliendo a pinos y olivares
y una puerta grande donde entraba
todo el pasado y su memoria.
Los muertos regresan a la casa,
hablan una lengua incomprensible y
levantan el polvo acumulado de los años.
Puede que aquí el tiempo se detenga
y solo exista el instante en que la casa
se torna un paisaje fugitivo.
Todo se mueve en su cuerpo de piedra
hasta la hoja más pequeña que se asoma
a la intemperie y se abandona.
No hay de dónde sostenerse
para seguir de pie ante la casa;
para no caer delante de sus ruinas
y volverse una planta más que la recorre.
No se puede mirar tanto pasado
sin perderse en el hueco vertical
de sus paredes.
No se puede mirar en ese quiebre
sin pensar que alguien fue feliz en esta casa
alguien aferrado al canto de los grillos.
(Saraceni, 2013:9-10)
La
memoria nos permite preservar del olvido lo que amamos, mantenerlo vivo. Es en
este punto en el que la poesía permite superar la idea de la extinción, ya que
a través de la palabra la soledad metafísica del extranjero encuentra consuelo.
Detener el tiempo para inmortalizar las anécdotas vividas en la casa, las
emociones allí experimentadas, pareciera
ser una de las intenciones de ese yo lírico que transita por las ruinas de la
antigua morada.
En la poesía de Saraceni el recuerdo se expande desde la escucha amorosa de los
sonidos del pasado, de la infancia, de la casa. Y es precisamente ese prestar
oídos al dictado de la memoria lo que permite volver “a la casa que se
quiebra donde la ausencia no perdona/ al juego que perdura en el tacto del
recuerdo/al tiempo que interroga y no sabemos responderle.” (Saraceni, 2013:47).
Si
como dice Gastón Bachelard “somos diagrama de las funciones de habitar esa casa
y todas las demás casas no son más que variaciones de un tema fundamental” (1983:45),
en los versos de Saraceni las ciudades habitadas, visitadas, constituyen las variaciones de la casa
materna.
Estamos
ante la presencia de un yo lírico
autorreferencial que reflexiona sobre los desplazamientos de sus ancestros y
los suyos propios, sobre las pérdidas, y las renuncias que llevan consigo los hijos de emigrantes, ante la imposibilidad de permanecer en el lugar de
origen.
Cristina
Falcón Maldonado (1963), está residenciada en Europa desde hace 26 años. Actualmente
vive en Cuenca, España. Ha publicado tres poemarios: Premura sagrada (1986), Memoria
errante (2009) y Borrar el paisaje
(2014). Los dos últimos editados por Candaya. Sus poemas han sido publicados en
revistas literarias e incluidos en la Antología En-obra poesía venezolana 1983-2008 (2008), de la Editorial Equinoccio.
Falcón
se ha destacado por sus libros para niños. Entre ellos cabe destacar Letras en los cordeles (2012), que ha sido traducido a varios
idiomas.
El
libro que nos ocupa, Memoria errante (2009),
está dividido en cinco partes. “Hubo de irse”, “Deriva”, “Regresos”,
“Fronteras” y “Destinos”. Estos títulos configuran una bitácora de lectura que
traslada al lector del espacio nativo al país de acogida. A lo largo del
recorrido geográfico, con sus idas y venidas, los temas de la migración, la
memoria como consuelo de extranjero, la rememoración de la infancia y de la casa materna constituyen las matrices
semánticas fundamentales del poemario.
La
extrañeza da pie al cuestionamiento, a la fragmentación de un yo que oscila
entre el presente de extranjera y la memoria del pasado en el país de origen. El
poema XV habla de la hostilidad que percibe en aquellos que insisten en señalar
las diferencias:
XV
Dicen
forastera.
Pero ya no es la infancia
la tarde de juegos
la película del domingo.
Es mi vida.
No dejaré de ser
errante
forastera
hasta que regrese al único lugar
en el que no tengo que volver la cabeza al escucharlo.
(Falcón, 2009: 38)
Para
Guillén, “la poesía del desterrado es un consuelo –en lo esencial, no hay
otro-, una compensación, una inversión del destino del autor” (Guillén, 1998:
37). Desde su condición de extranjera, Falcón encuentra en la palabra poética
un horizonte desde el cual interpreta la alteridad que a ratos se hace
insostenible. Experiencia hecha palabra,
poema, obra.
Lejanas latitudes
corro en la memoria
llueven sobre la palabra
me borran.
(Falcón, 2009: 88)
…
De qué nos han valido
los viajes de ida y vuelta
si no somos dueños de bitácora
si el destino no se deja
si nos deja
más que esta pesadumbre
errática.
(Falcón, 2009: 70)
El país de origen, ese espacio
añorado está representado en oposición al país de acogida, que se muestra como un lugar
hostil. La no pertenencia, el sentirse forastero, diferente,
otro, es el resultado de una situación de extrañamiento producto de la
separación del espacio nativo, lo
conocido, la zona de confort, el lugar de los afectos.
Toda
exclusión implica la posible pérdida de la identidad. Lengua, tradiciones,
costumbres, se ven amenazadas por la necesidad de asimilarse a la cultura del
otro. En el poema VII dice Falcón:
No menciones
la memoria
porque en ella pueden encontrar
ese reflejo
al que han decidido tirarle
una piedra.
(Falcón, 2009: 25)
El
deseo de preservar la herencia familiar obliga al extranjero a recurrir a
la memoria, para, a través de ella, mantener lazos perdurables con la raíz de su
existencia: sus creencias, su familia, su tierra:
XXXIII
Vengo de la memoria
allí tengo mi zaguán
mi taza de peltre
mi vacío asomado desde el poyo de la ventana.
Vengo de no estar.
Voy amueblando estancias
sorteando esperpentos
sacudiendo semillas de anís
estrellado
flores de malabar
sortijas de tierra
del barro que soy
Sacudo sortijas
en tierra de nada
de nadie.
(Falcón, 2009: 67)
La
extranjería vista como condición fundamental e inevitable del yo lírico, está representada
a partir de la traslación espacio-temporal: del microcosmos familiar cerrado,
íntimo, protector del pasado, al espacio abierto, amenazante, del presente:
XVII
Siempre hubo errancia
desde que comencé a perderme por el solar
mucho mundo más allá de las tapias
mucho como para quedarse.
No se te vaya a ocurrir
después de todo
necesitar nombres
querer dormir
viendo bajar la neblina
oyendo a café dulce
abrazando una espalda frágil.
Nos hacemos gusanos
a los que ya no les crecen esperanzas.
(Falcón, 2009: 41)
La
relación con el otro, la apertura al otro están determinadas por la condición
de extranjera del yo lírico. Para Martínez de la Escalera “lo que determina lo extraño es la ocasión, el
acontecimiento, la oportunidad; un aquí y ahora transformándose inexorablemente
en un allí y entonces; lo instantáneo (es decir lo congelado en un instante
eterno), lo repentino, lo inesperado.” (Martínez de la Escalera, 2002:85). En
los versos de Falcón, una sucesión de eventos y memorias permiten al yo lírico “desandar las rutas”:
XXI
Voy a marcar rumbo
aunque el faro del sur
no me asista.
Desandar las rutas.
Voy a izar velas en la caliza
a volver
con el bajel a cuestas porque no soy de mar
soy esta especie
de tierra
por todo lo ajeno.
(Falcón, 2009: 45)
La memoria espacial permite al yo
lírico retomar el hilo de su existencia,
volver a sus raíces, al paisaje nativo, a la casa materna:
La memoria no existe
no es nada
si no tiene que ver
con un corredor
con una esquina
un abrazo.
Te falta el aire
y das las gracias
porque después de todo
y del tiempo
tienes que morderte
esa llaga en la boca
al que firma la condena y la constancia
de lo que seguimos siendo.
(Falcón, 2009: 26)
Rememoración
de la infancia desde una percepción sensorial. Ese tiempo feliz en que las certezas cobijan el
desamparo:
Cuando los nombres no nos pertenecen
es mejor cerrar los ojos
volver
a espacios conocidos
respirar la fruta de la infancia
dejar que suene
la voz
que ya no espera ser articulada.
(Falcón, 2009: 34)
La
infancia representada como la edad de la añoranza. Plagada de lugares, aromas y
sonidos que se van perdiendo en los laberintos de la memoria y que el poema
invoca en un intento de perpetuar una verdad que amenaza con diluirse en el
olvido.
Nacer y morir.
Regresar
por las calles de la infancia
cada día.
Mis calles llevan
fechas
que asigna la memoria
nombrarlas
volver calle arriba y calle abajo
se convierte
en el sustento.
(Falcón, 2009: 36)
En
la infancia, lo sensorial y lo emocional predominan sobre lo verbal. El niño
que todavía no habla reside en una esfera de percepciones que se va
transformando a medida que aprende la lengua, y adquiere sistemas de signos que
le permiten comunicarse con mayor fluidez. No obstante, este desarrollo
supone la pérdida de un mundo de
sensaciones que quedan grabadas en la memoria como eventos prelocutivos. La
imposibilidad de recuperar ese estado primigenio genera conflicto y cierta
nostalgia, la misma nostalgia de aquel que ha de abandonar su casa y su tierra
para fundar un nuevo hogar en un país extranjero.
Para
Gómez Mango “el poema aspira y a la vez se nutre de esa primera patria
abandonada” (2012: 17-18). Lugares
que se perciben como privilegiados y se
convierten en espacios de escritura. Los recuerdos se organizan a partir de los
espacios físicos en los que sucedieron y la voz poética va articulando, a lo
largo de sus versos, meditaciones reflexivas en una escritura autobiográfica
cargada de melancolía.
Voy por la casa
nadie parece darse cuenta
de que voy
inclinada hacia adelante
por el peso de la piedra.
Voy por la casa
Como un eco sin retorno.
Busco mi libro
mi lápiz
pronuncio mis habladurías
me visto para la ocasión
le salgo al día como un trasnocho.
Voy por la calle
como por la casa
como por la vida.
(Falcón, 2009: 43)
En los poemas de Cristina Falcón, la extranjería es
representada desde el desamparo que produce la pérdida del espacio originario
de la tierra y la casa familiar. En sus versos, la infancia se nos muestra como
la etapa privilegiada de la existencia, los años de protección bajo el cobijo
materno, la seguridad. En cambio, el presente como extranjera es descrito como
una experiencia dolorosa cuyo único consuelo pareciera ser la escritura.
Tanto Gina Saraceni, como Cristina Falcón parten de
acontecimientos autobiográficos para articular una identidad problemática en el
sujeto lírico, que a su vez se refleja en el discurso poético. La nostalgia es
el sentimiento predominante en la escritura de estas poetas venezolanas que recuperan
el pasado a través de la memoria.
Estamos frente a la representación de una casa que
pareciera desmoronarse en la distancia temporal del recuerdo; que
insistentemente evoca la sensación de pérdida y, en cierto sentido, de
orfandad.
En los poemarios de Saraceni y Falcón, se ponen en
escena desplazamientos, separaciones, desarraigos, añoranzas, a partir de la
representación poemática de ese espacio privilegiado de la memoria, que es la
casa. Y es a través de la
reconstrucción del lugar de origen que la voz poética recupera su identidad.
Referencias
Bibliohemerográficas:
Bachelard, Gaston, 1983, La poética del espacio, Fondo de Cultura
Económica, México.
Casas, Arturo, 1998, “Evidentia, Deixis y enunciación en la lírica de referente
histórico
(la modalidad EHN-T). En Fernando Cabo
Aseguinolaza, Germán
Guillón
(Eds.): Teoría del poema: la enunciación lírica, Rodopi, Ámsterdam. Pp.159-204.
Falcón Maldonado, Cristina, 2009, Memoria errante, Candaya, Barcelona.
Gómez Mango, Edmundo, 2012, “Sitios del
destierro”, en Revista de la Biblioteca Nacional. Palabras sitiadas, sobre
traducciones, literaturas sin fronteras, relatos de viaje, ambular de teorías, exilios y otros desplazamientos de la
escritura, Biblioteca
Nacional, 6/7, Montevideo.
Guillén, Claudio, 1998, Múltiples moradas. Ensayo de literatura comparada, Tusquets,
Barcelona.
Guerrero, Javier,
2011, “Gina Saraceni entrevistada por Javier Guerrero”, en
Martínez de la Escalera, Ana María. 2002. “El
extraño: metáfora de la situación
humana” en Martínez de la Escalera, Ana
María; Cohen, Esther, (coordinadoras) 2002. Lecciones de
extranjería. Una mirada a la diferencia, Siglo XXI, México.
Prieto Adlin de Jesús,
2014, “La literatura es una casa de raíces transversales”.
(13/02/2014)
Saraceni, Gina, 2013, La casa de pisar duro, Sociedad de
amigos de la cultura
urbana, Caracas.
________________ 2004, Salobre, Ediciones Casa de la
Poesía de Falcón, Coro.