Carmen Virginia Carrillo
LA POESÍA DE
CARLOS LISCANO: LA BÚSQUEDA
DE LA PALABRA
QUE REORGANICE LA VIDA.
Liliana Reales/Roberto Ferro (organizadores) Florianópolis: Cultura e Barbárie)
Un joven que sueña con ser escritor, que decide postergar su sueño porqueque siente la necesidad de tomar posición frente a la situación política que vive su país. Un joven que se hace tupamaro, que es hecho prisionero, torturado, sometido a castigos de aislamiento. Un joven que se vuelve hombre a lo largo de trece años de presidio y decide escribir parar salvarse “del delirio permanente”[1]. Un hombre que hace de la escritura su “delirio controlado”[2] en medio del horror de la represión carcelaria; que encuentra entre los muros de la prisión su razón de ser a través de la escritura. Un hombre que sale al exilio y regresa a su país natal tras once años de ausencia. Un escritor que da su opinión sobre lo vivido; que encuentra en el lenguaje el mayor tesoro que al hombre ha podido ofrecerse, que entrega al lector un universo textual de una vasta riqueza. Me refiero al escritor uruguayo Carlos Liscano, el escritor de cuya poesía hablaré en las próximas páginas.
Para Dilthey el contenido de un poema se fundamenta
no solo en la experiencia de vida de su
autor sino también, y sobre todo, en la repercusión afectiva e intelectual de la misma[3],
de ahí el carácter subjetivo de la lírica.
El escritor, en tanto sujeto ético, se
responsabiliza de sus actos y de sus palabras, y ofrece su testimonio desde una dimensión moral y autobiográfica.
En este sentido se puede entender la identificación que, en algunas ocasiones,
se establece entre la figura del autor con el yo lírico que habla desde sus
poemas.
Como sujeto problematizado, el escritor recurre al
lenguaje para expresar el ser y su relación con el mundo. En el texto poético,
el autor se desdobla, es a su vez sujeto de la enunciación y del enunciado, y
desde el poema ofrece una “versión íntima”[4]
de un aspecto de la realidad con la que pretende persuadir al lector, hacerlo
cómplice.
En Carlos Liscano, el texto poético se convierte en
compromiso vital, espacio de la memoria, autodefinición, renuncia de sí. “La
única, la palabra responsable, exacta.”[5]
En el poemario ¿Estará
no más cargada de futuro? (1989), el espectro referencial del hablante se
circunscribe a un contexto situacional particular del autor: la reclusión de
trece años (1972-1985) en el Establecimiento Militar de Reclusión Número 1,
llamada la cárcel de Libertad, por estar ubicada en la ciudad del mismo nombre,
y el posterior exilio en Suecia. A lo largo de esos años, la escritura se
convirtió en “puerta abierta”, “válvula de escape”, “libertad”[6]
en medio de la opresión y el desamparo. En el silencio del aislamiento
carcelario, el poeta lleva a cabo un diálogo consigo mismo, ese diálogo se
traduce en palabra poética y el poema en esperanza.
Forzado a permanecer incomunicado, el poeta vive de
la memoria y trae al presente vivencias de la infancia:
Niño en
la tarde que yo era
Corriendotras
el aro.
Alegría
de aprender el mundo junto a la bahía.
…
Yo soy
o era aquel que descubrió una vez la fuerza
de la
gente unida en marcha.[7].
A
través de la enunciación lírica, el autor construye un espacio en el cual los
tiempos se acercan y el pasado se actualiza en el poema.
La reflexión sobre el tiempo es una
recurrencia temática en la obra poética de Liscano. En los poemas concurren un
presente cuyo transcurrir es lento: “Pedaleo los minutos uno a uno”[8]
—dice el yo lírico—, tiempo sin tiempo del condenado:
El tiempo transcurre gris
y numerado
entre paréntesis de ver
de y verde.[9]
y
un pasado delineado por la alteridad del ser que se ha convertido en otro:
Te recuerdo, solo, alto y
delgado, muchacho,
queriéndote inconfundible.
Pura llama consumiéndose entre
llamas,
luchando por ser yo. Es decir, no
el de ahora,
aquel, el que tú sabes, el otro.
Y no era así…
¿O sí era? ¿Quién lo sabe?
¿Aún vive el otro, el mejor yo a
que tú aspiraste?
Porque la tenue luz que eres,
reflejo
de todos los espejos, también se
refleja en los otros y
vuelve. Y el mejor, el soñado,
el nunca jamás confesado, solo
sujeto,
ése aquel, solo y alto,
todavía quiere llegar a ser.[10]
El
hablante se reconoce como un ser escindido entre el sujeto que era y el que
ahora es. Estamos frente a la autocreación de un “yo” que se describe en el
flujo constante de la memoria. Un “yo”
subjetivo, con una historia particular,
se convierte en “yo” impersonal,
representación de todos los hombres. El autor se desvanece en la sombra del yo
enunciativo que lo contiene, pero a la vez lo supera.
En Liscano, la reflexión sobre el lenguaje y la
palabra va acompañada de una serie de reflexiones metapoéticas. En el poema 4 del primer poemario, el hablante precisa:
“Férrea ley de mis poemas:/ escribir para no decir nada.” (8)Nos
encontramos frente a la interrupción del sentido mismo
del acto poético, que supone la creación de un decir esencial. En el poema 8 la
presencia de palabras fragmentadas y silencios gráficos da cuenta de la
percepción que el yo del poeta tiene de la escritura:
Al final, después de cuatro
o cinco
versos
la poesía siempre se
me esca
pa.
Nunca sé si tiene diez
O Nue
ve sílabas.
Cuando quiero con/tar/las/
ya la estro fa
que
da.
No terminada.
Sin aire.
O en él[11]
Esa
condición huidiza que el hablante adjudica a la poesía, ofrece una imagen de
inacabamiento que coincide con el intento del
poema de describir el intento fallido de la propia creación. La
dificultad finalmente se resuelve en el texto poético ofrecido al lector, que
pareciera concluir en la no-escritura.
Palabras negadoras y a la vez generadoras de nuevos
significados, que a su vez se presentan como elusivos e inasibles, tal como se
reitera en el poema 10:
La poesía, el luchar sin
contra quien.
El mano a mano con el ángel.
Este intento de asirle las alas.
Plumerío que queda
entre los dedos.[12]
En
el poema 17, el yo poético nuevamente pone en escena el proceso creador; sin
embargo, en esta oportunidad, el silencio se presenta como consecuencia
inevitable del intento fallido de la escritura:
Bate mi verso el bombo y ni
bochinche mete.
Mi tambor parche de plumas.
Algodón el grito de mi lengua.
De escasez palabras tanta.
Dolor el duro silencio.
Jamás habrá poesía
si no canta el corazón del
hombre.[13]
Para el escritor, el silencio puede ser una elección
voluntaria o una imposición, esta última generalmente proviene de los
detentadores del poder y los represores. Cuando se está obligado a callar, el
silencio se convierte en el espacio de la mutilación; sin embargo, cuando el
silencio es la única arma del condenado, se transforma en expresión de
resistencia.
La representación del silencio en el texto poético
puede expresar advertencia, desafío o apremio del hablante, cuando este siente
la dificultad de transmitir. Estamos frente a un poema que no logra decir, que
solo puede hablar de la ausencia de la palabra; no obstante, en el poema
citado, el verso final deja abierta la posibilidad de restituir la palabra
en la medida en que el enunciante
recupere su esencia emotiva.
En
el poema 22, titulado “Autobiográficas”, el yo poético lleva a cabo un
soliloquio imaginario en el que establece un paralelismo entre el ser y la
palabra que lo nombra.
Severo, sobrio, serio.
¿Qué me falta?
Justo.
Qué ridículo.
Severo, grave, seco.
¿Qué mas?
Íntegro.
Qué pose.
Severo, puro, austero.
Súbito verso blanco.
Hilo tenso del arco de mi verso,
¿cuál de los tres, brazo, flecha
O arco,
Dará en el blanco?[14]
Rubén Muñoz Martínez explica que la palabra poética
“crea un espacio libre, en donde la
cosa puede llegar a mostrarse plenamente desnuda.”[15]
Los versos de este poema de Liscano
configuran ese espacio en el cual el yo poético intenta definirse en función de
adjetivos que pudieran calificarlo, a la vez que genera un paralelismo entre el
poema y el ser. La interrogación que cierra el texto invita al lector a elegir
entre las posibles respuestas y de esta manera, complementar el intento del
hablante por definirse.
En este poemario, el autor dedica cuatro poemas a
“La casa”. En el segundo de ellos, de 1980, se plantea la necesidad de “dejar
la casa”: “Abandonar la casa, olvidar un padre, aquella madre.”[16],
como única vía para salir al mundo, para
disolverse en el todo.
Lo aprendido, lo olvidado serán los cimientos de la
nueva casa, entendida esta como el lugar
del fuego y del amor. El hablante aspira convertirse en casa, ser la propia
casa y ello solo ha de ser posible en el diálogo que establezca con los otros,
en la palabra pronunciada, compartida, tal como se expresa en el poema 38, “La
casa IV”:
Y cuando encuentre a
los hombres por el camino
y me detenga a
conversar con ellos,
cuando les dé mi
nombre y me den el suyo y
bebamos
yo en sus botellas y
ellos de la mía,
sabré que ellos
entonces están en mi casa
y diré: He llegado,
por fin he llegado a casa.[17]
Miscellanea observata,
el segundo poemario de Carlos Liscano, fue escrito entre 1989 y 1994 en
Estocolmo. El libro está dividido en tres partes: “Paseo en Södermalm” que
consta de nueve poemas numerados; “La cena” con solo dos poemas numerados y
“Mar ajeno” con treinta y cuatro poemas titulados.
En “Paseo en Södermalm” los poemas están escritos en
verso. En el resto del libro, se alternan poemas en verso y en prosa. En los
textos, un hablante reflexiona sobre la palabra; la relación entre la
palabra y la vida; la vida como
repetición de otras vidas.
La soledad del exilado es descrita como un estado
irremediable del presente en el cual el hablante se escinde, se hace otro. Es
la dualidad de quien se encuentra divido entre dos tiempos: el presente y el
pasado; dos situaciones vitales: la reclusión y
la libertad; dos lugares: la ciudad que habita y la ciudad de la
memoria, la que tuvo que dejar atrás y a la que se anhela regresar. Extranjero
de sí mismo, declara:
Mi vida es caminar en
una calle que no está.
Mi vida es caminar
donde no estoy, y estar donde no marcho.
(Tal vez alguna de
estas palabras no ocupa su verdadero
sitio.)[18]
Y en el poema 3:
Camino en Södermalm. Este es mi
barrio, dicen las
palabras.
No, yo soy de La Teja, me digo.
…
Aquí estoy vivo. No hay nada, no
hay nada más que eso.[19]
El diálogo entre la palabra –en este caso hecha
escritura— y el silencio, que constituye uno de los ejes temáticos en ¿Estará no más cargada de futuro?,
reaparece en el segundo libro, y pone en
escena la angustia que genera en el escritor el temor a la esterilidad
creativa. En oportunidades, el poema se puede leer como representación de la
dificultad por nombar:
Al frente el lago.
Detrás el bosque.
Azul en lo alto.
Alguien escribe.
Alguien escribe:
el lago, el bosque, el cielo.
Silencio.
Desaparece.
Nadie escribe.
Lago, bosque, cielo,
alguien,
desaparecen. [20]
Para María Zambrano, las palabras “tratan de apresar
lo más tenue, lo más alado, lo más distinto de cada cosa, de cada instante.”[21]
En el poema anterior, ese intento se ve obstaculizado por el silencio, el cual
se presenta como una amenaza que anula la posibilidad de decir.
La relación natural y espontánea que existe entre
las palabras y la realidad pareciera ser cuestionada en los siguientes versos:
No hay palabras que reorganicen
la vida.
(Alguna vez la palabra coincide
con el mundo.
Aire tibio la palabra.
Todo está permitido. El que se
lamenta pierde.)[22]
El poema enuncia la continuidad del ser en función
de su relación con el lenguaje. Creemos
ver en estos versos la representación de palabra como bien primigenio, como
posibilidad suprema de que el hombre sea, tal como lo plantea Heidegger en su
texto Hölderlin y la esencia de la poesía.
Es el regresar a nosotros mismos que permite, como dice Xirau, “oír el
verdadero decir de la palabra: su decir anunciado, pronunciado y callado.”[23]
Digo: haber hablado en vano 25
años
y seguir buscando en la palabra
la verdad de las cosas.[24]
En la segunda y tercera parte del libro, poemas de
corte narrativo dan cuenta de diversas situaciones vitales del hablante. Las
consideraciones sobre la necesidad de quedarse en un lugar y el deseo de
regresar al país de origen se complementan con nuevas reflexiones sobre la
relación entre la palabra y el silencio.
Llama particularmente la atención el poema “El
silencio del mundo”, ya que propone un planteamiento sobre el silencio
diferente al expuesto en el primer poemario. No es más la carencia, la
imposibilidad; por el contrario, el silencio es lo que da sentido a la palabra
en tanto que vive en ella. Nos hallamos ante la presencia del silencio
esencial, que encuentra en la palabra su morada. Según Xirau es “el silencio
que expresa: el silencio que, dicho, entredicho, visto, entrevisto, constituye
nuestro hablar esencial”[25]:
El silencio del mundo
Cuando se escucha atentamente se
oye el silencio.
En el silencio hay una voz que
habla. Es una tenue voz.
Hay que insistir, olvidarse.
Entonces habla la voz.
Si no se oye la voz no se ha oído
el silencio.
Se es en proporción al silencio
que se escucha.
Las cosas están en el silencio.
Son animales mansos,
sedientos de caricias.
¿O son esos animales el silencio?
Una cosa funda su espacio, puebla
el silencio.
Las cosas que carecen de silencio
no significan nada.
Un hombre alza el silencio, y
bajo la cúpula del silencio,
todo se le ordena en torno.
Un escritorio, una silla a su
lado, un teléfono, una lámpara, otra silla, una alfombra, un frasco de perfume,
un cenicero, un reloj, dicen una historia.
Un diploma de un soldado de una
guerra de hace cien
años, el diccionario de la
Academia, otra lámpara, la foto
de una niña, otra foto de una
pareja con un niño, un jarro
lleno de lápices, muchos libros,
cuentan una vida.
Una ventana, siempre una ventana,
papeles, papeles,
una carta abierta, carpetas, más
libros, mapas, una taza
vacía, construyen el lugar.
Un hombre, un hombre no expresa
nada.
Un hombre en el silencio de sus
cosas comienza a tener
sentido.[26]
En
el poema “El instante” el yo poético
hace un balance de la existencia partiendo de su relación con la palabra
y el silencio:
De cierto digo: abundé en
palabras. La lengua es fácil, el
silencio fuerte.
Sobre mi mesa la poesía no dejó
estallar su luz, como yo
hubiera querido.
Alguna vez tuve la suerte de que
la amistad y el vino do-
minaran la casa. Nos veíamos las
caras a través de las
copas y no nos importaba vivir
cien años o morir en el
momento. Habíamos logrado cercar
el tema, el único.
Duró un instante, y fue
suficiente.
…[27]
El
sentimiento de insatisfacción recorre el poema, solo el instante vivido a
plenitud pareciera satisfacer al hablante.
El yo lírico, que en varios poemas de este libro se define en función de
la palabra: “Soy lo que he escrito. Unas páginas que ni a mí me importan. Nunca
sabrán quién fui ni siquiera si yo las escribí”[28],
pareciera advertir la capacidad de consumar[29]
que la propia voz adquiere en el texto:
palabra que en oportunidades se hace eco
y en otras máscara. De ahí que sólo en el silencio encuentre el
hombre el sentido de la existencia.
La sinuosa senda[30],
tercer poemario del autor[31],
está dividido en dos partes: “La cabeza contra el muro” y “La senda”. En esta
oportunidad, el autor recurre únicamente al poema en prosa. En la primera parte, un yo poético se describe a partir de un
estado de soledad extrema. Estar condenado al aislamiento, buscar la lucidez en
la palabra, ser en la palabra, en lo que se nombra, permiten al hablante
encontrar una luz en medio de la oscuridad que lo circunda. El binomio
luz/oscuridad se amplifica hacia los estados mentales de lucidez/locura.
Para Heidegger, la “poesía es fundación por la
palabra y sobre la palabra”[32]
En ese viaje hacia el interior de sí mismo, hacia el abismo, solo la palabra
instauradora, inicial puede salvar al yo lírico, porque únicamente la palabra
da cuenta del ser:
Nombrar
y ser en lo que se nombra; nombrar
Hasta
que no quedan palabras y el chorro de voz se
hace
grito, susurro, puro aire tibio de animal per
plejo,
y sigue nombrando, regresado al origen, al
asombro,
a la primera vez, cuando era uno con la
naturaleza:
era naturaleza.[33]
El poeta es el encargado de dar nombre a las cosas y
en ese oficio también se nombra a sí
mismo. Nombrar para entender, para saber, para hacerse parte de lo nombrado:
Ser
en lo que se nombra. Querer ser sólo en lo
que
se nombra.
Volverse
lo nombrado, volverse sólo palabra.
Volverse
aire tibio de la voz.
Ser
el vaho que se diluye en el aire frío de la
madrugada,
los ojos abiertos, ciegos de lucidez,
sabiendo
todo, sin pronunciar palabra, para anular
la
maldición, la que persigue al animal hablante.[34]
El
ser fragmentado en múltiples voces busca
la unidad y proyecta su deseo en el
texto: Ser lo nombrado, borrarse, volver a construirse en el lenguaje:
18
…
Ser el torrente de
palabras y a la vez estar fuera del
Torrente, observando a
ese que es, a ese que pasa, a
ese que corre, que ha
nombrado, que solo existe
porque se nombra”[35]
El
yo poético se niega a aceptar lo evidente, irrumpe en el silencio inefable y busca
la esencia de las cosas, su infinitud, más allá de los límites. Así,
entra en contacto con la alteridad, dialoga con ella desde la sombra, a
sabiendas de que solo del otro lado de la palabra se encuentra la verdad.Deseo que se abre y se cierra en la insaciable búsqueda:
25
La palabra es un muro.
La palabra alza un
muro entre el que nombra
y lo nombrado. Lo que
tiene nombre se vuelve
incognoscible.
Para saber hay que
demoler la palabra, ir más allá,
Donde reside lo
nombrado.[36]
26
Buscar la bestia, lo oscuro. Ir a
lo oscuro.
Buscar la luz en la oscuridad.
Llegar con la palabra
a lo anterior a la palabra, al
lado de allá, donde
estuvo la bestia, donde la bestia está, vive, clama en
silencio que se la deje ser.
La segunda parte del poemario está compuesta por
poemas de corte narrativo, algunos de ellos ambientados en Estocolmo, que
relatan la vida del exilio; describen la ciudad, su dinámica y la cotidianidad
del hablante; Una mirada reflexiva sobre la vida, el pasado y los anhelos,
desde la nostalgia que produce el desencanto.
El poema
“Mejor que haya sido así” abre “La senda”. En el texto, el hablante hace un
balance de su pasado: “A los 50 años uno ya sabe que es tarde para todo y que
hay esperanza de modificar lo que fue.”[37],
más adelante, en “El laberinto”, busca definirse a partir de sus ancestros: “Yo
soy ellos. Están en mí esta noche en que se encontraron en el cuaderno de notas
de un individuo confundido al borde de los 50 años”[38].
Si bien la escritura puede ser instrumento de
liberación del pasado y refugio, el prisionero que fue lo sigue acompañando en
el exilio, y ese aislamiento que le permitió buscarse y encontrarse en el
lenguaje sigue acosándolo, de ahí que diga el hablante: “Escribir no espanta la
soledad de la carne, que es inderrotable.”[39]
En el exilio la condición del ser es
la de “aquí no soy” y el mundo se mira “como si fuera ajeno”, en contraposición
con la ciudad de origen, espacio al que se quiere retornar “para no ser dos”,
como lo expresa en el poema “Motivo banal para no cambiar de sitio”[40]:
Camino ciudades, pueblos que no
conozco, y de
los que nunca recordaré el nombre
porque no sé
ni me interesa aprender cómo se
llaman.
Lejos,
allá muy lejos, hay una ciudad donde yo
sé
todo, una ciudad donde vivo de memoria, donde
nunca
nadie, excepto yo mismo, me pregunta qué
hago
en ese sitio.
Aquí,
en estos pueblos, me muevo lento, y tengo
la
desventaja de estar casi siempre desorientado por
no
saber. Pero también la liviandad de sentir que
puedo
dejarme ir, porque aquí no soy.
…
Pero
al tiempo, meses o años después, el individuo
Inventado
para poder vivir aquí también habrá
Inventado
nuevas preguntas. Entonces los problemas
se
duplican. Porque las antiguas, las del otro, también
siguen
esperando su respuesta.
Ese
es el motivo por el que uno regresa y no quiere
moverse
nunca más del sitio: para no ser dos.
La relación del
sujeto con el mundo en tanto que exiliado es ambivalente, ya no se pertenece a
la patria, pero tampoco al país que lo
ha acogido.En ese viaje hacia un lugar donde “la
vida puede llegar a ser fácil y, con suerte, quizás también bella”[41]
el hablante lleva consigo la palabra: “Es una
voz, tenue voz, tímida voz”[42]
que lo acompaña. Sin embargo, cuando el hablante acude a la palabra hecha voz
“para encontrar el nombre de tantas cosas de mi vida que no tienen nombre”,
solo recibe el silencio por respuesta: “se queda horas en silencio”[43].
El poeta funda la realidad con la palabra. Para
Heidegger, “la palabra —el habla— es la casa del ser. En su morada habita el
hombre”[44].
En los versos de Liscano, el yo poético muestra una clara conciencia del poder
fundacional de la palabra, de ahí que diga en su verso: “A donde voy llevo
conmigo la palabra”[45].
Una vida hecha de palabras que en oportunidades parecieran conducir al silencio
inefable: “Envejezco entre palabras”[46]
La cárcel, la tortura, el aislamiento, el exilio
forman parte de “La sinuosa senda” que le ha sido impuesta al poeta; senda
transitada en compañía de la escritura, porque solo en la palabra puede
trascender el hombre. Palabras que a su vez
conducen al silencio esencial, previo a toda palabra, origen, principio
y fin de la existencia del lenguaje.
En los textos poéticos de Carlos Liscano, palabra y
silencio articulan un espacio discursivo y referido sobre el cual el autor
reconstruye su existencia, desde ese espacio enuncia un diálogo continuo. En
oportunidades este diálogo se lleva a cabo entre el yo poético y un alter ego al que se convoca, en otras se
propone al lector in absentia. En ambos casos, la persona del autor se
expresa a través de una instancia enunciativa que lo representa y que le
permite reconstruirse en el texto.
Los aspectos cardinales de la obra poética de
Liscano están relacionados con el carácter
fundacional de la palabra. En los poemas se materializa la esencia del
lenguaje, su capacidad productiva. La soledad y el silencio consecuencia de la
reclusión, el aislamiento y el exilio, son recurrencias temáticas sobre las que
el hablante construye su discurso.
Bibliografía:
Heidegger, Martin. Carta sobre el humanismo. Buenos Aires:
Ediciones del 80, 1985.
______________. Hölderlin y la esencia de la poesía. Bogotá:
Anthropos, 1989.
Liscano, Carlos. Miscellanea
observata. Montevideo: Editorial Cal y Canto, 1995.
____________.
¿Estará no más cargada de futuro? Montevideo: Vintén Editorial,
1989.
____________. La
sinuosa senda. Montevideo: Ediciones del caballo perdido, 2004.
Muñoz Martínez, Rubén. Elogio de la contemplación. Trazos de una mesura imposible.
Sevilla:
Anaquel, 2012.
Xirau, Ramón. Palabra
y silencio. México: Siglo XXI, 1968.
Zambrano, María. Filosofía
y poesía. México: Fondo de cultura económica, 1996.
[1]Así lo ha expresado el autor en una entrevista. http://globovision.com/articulo/escritor-uruguayo-carlos-liscano-publicara-sus-manuscritos-de-la-carcel. (14/02/2013)
[2]Ibdem
[3]Dilthey, Wilhelm. Vida y poesía.
México: Fondo de cultura económica, 1945
[4]Ferraté, Juan. Dinámica de la poesía. Barcelona: Seix
Barral, 1982.
[5] Liscano, Carlos. ¿Estará no más cargada de futuro?
Montevideo: Vintén Editorial, 1989. P. 29
[6]En estos términos se
ha referido el autor en varias entrevistas.
[7] Liscano, Carlos. Op.
Cit., p. 45.
[8] Id.,
p. 7
[9] Ibdem.
[10] Id., p. 36
[11] Id., p.10
[12] Id., p. 11
[13] Id., p. 13
[14] Id., p.17
[15]Muñoz Martínez, Rubén.
Elogio de la contemplación. Trazos de una
mesura imposible. Sevilla: Anaquel,2012. P. 61.
[16] Liscano, Carlos. Op.
Cit., p. 32
[17] Id.,
p. 34
[18] Liscano, Carlos. Miscellanea observata. Montevideo:
Editorial Cal y Canto, 1995. P. 15
[19] Id., p. 17
[20] Id.,
p. 20
[21] Zambrano, María. Filosofía y poesía. México: Fondo de
cultura económica, 1996. P. 21-22.
[22] Liscano,
Carlos. Op. Cit., p. 21
[23]Xirau, Ramón. Palabra y silencio. México: Siglo XXI,
1993. P. 151.
[24] Liscano,
Carlos. Op. Cit., p. 23
[25]Xirau, Ramón. Op.
Cit., p.146.
[26] Liscano,
Carlos. Op. Cit., p. 55.
[27] Id.,
p. 68
[28] Id., p. 64
[29] Heidegger entiende
por consumar “realizar algo en la suma, en la plenitud de su esencia”. En Carta
sobre
el humanismo. Buenos Aires:
Ediciones del 80, 1985. P. 65.
[30]Liscano, Carlos. La sinuosa senda. Montevideo: Ediciones
del caballo perdido, 2002.
[31]Con este libro Liscano
obtuvo el primer premio de Poesía en el concurso del Ministerio de Educación y
Cultura
y en el de Intendencia Municipal de Montevideo del año 2000.
[32]Heidegger, Martin. Hölderlin y
la esencia de la poesía. Bogotá: Anthropos, 1989. P. 29.
[33] Liscano, Carlos. Op.
Cit. P.12
[34]Ibdem.
[35]Id.,p.
18
[36]Liscano, Carlos. Op. Cit, p.21.
[37]Id.,
p. 27.
[38]
Id., p. 31
[39]
Id., p. 33.
[40]
Id., p. 41
[41]
Id., p. 43.
[42]
Id., p. 44.
[43]
Ibdem.
[44] Heidegger,
Martin. Carta
sobre el humanismo. Buenos Aires: Ediciones del 80, 1985. P.65.
[45]
Liscano, Carlos. Op. Cit. P.44.
[46] Id., p. 47
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