Carmen
Virginia Carrillo
Rafael Cadenas. Un largo y extraordinario recorrido
(Publicado en El Papel Literario de El Nacional el 23 de abril de 2023)
Uno sólo espera de los poetas
un
óbolo que nos sirva para el trayecto
Rafael
Cadenas
Rafael
Cadenas ha sido galardonado con el
Premio Cervantes 2022, concedido por el Ministerio de Cultura y Deporte de
España, es el primer autor venezolano en recibirlo. Además de ser considerado
como uno de los poetas más importantes del país, Cadenas ha sido, también, un
venezolano íntegro. Desde muy joven se ha manifestado abiertamente en contra
del autoritarismo, las dictaduras o cualquier forma perversa de ejercicio del
poder. No dudamos al decir que el poeta es una de las referencias más
respetadas e inspiradoras de la Venezuela actual. A pocos días de la entrega,
queremos sumarnos, con esta breve reseña de su obra poética, particularmente
enfocada en sus primeros poemarios, al homenaje que el Papel Literario rinde al
querido y siempre admirado poeta.
Cadenas
nació en Barquisimeto, allí pasó su infancia. Siendo adolescente, fue expulsado
del estado Lara por razones políticas y
se mudó a Valencia donde terminó el bachillerato. Una vez graduado, se fue a Caracas a estudiar derecho. Participó en la
primera gran huelga universitaria junto
a Manuel Caballero y Guillermo Sucre, entre otros. Les encargaron tomar la universidad y por ello, los apresaron . Tras cinco días en la cárcel del obispo, lo trasladaron a
la cárcel modelo, donde lo retuvieron por cinco meses. Cuenta Cadenas, en una
entrevista que le hizo Rafael Arraiz Lucca, que un día lo llevaron al
aeropuerto y lo metieron en un avión. Corría el año 1952, el poeta tuvo que
abandonar el país rumbo al destierro, en la isla de Trinidad. Allí vivió cuatro
años y comenzó a escribir un segundo libro titulado Una isla que culminaría
en Venezuela y cuya versión original circuló multigrafiada en la Escuela de
Letras de la Universidad Central de Venezuela en 1977.
Cae
la dictadura de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958 y el poeta regresa a Caracas, allí comienza a escribir
artículos para periódicos y una columna sobre crítica de cine. Entra, luego, a
la escuela de Letras donde ejerce la docencia hasta su jubilación.
A los dieciséis publicó Cantos iniciales (1946). Ya en sus primeros
poemas se perfilaban algunos de los ejes temáticos que reaparecerán a lo largo
de toda su obra, entre ellos, la
exploración del ser y del lenguaje.
En 1959
surge el grupo Tabla Redonda integrado por jóvenes intelectuales -en su
mayoría poetas- militantes o simpatizantes del partido comunista, algunos de
ellos recién llegados del exilio: Jesús Sanoja Hernández (fundador y principal
animador), Rafael Cadenas, Arnaldo
Acosta Bello, Jesús Enrique Guédez, Ángel Eduardo Acevedo, Oswaldo Barreto,
Samuel Villegas, Mateo Manaur be, José Fernández Doris, Manuel Caballero,
Enrique Izaguirre y los pintores Darío Lancini y Ligia Olivieri. Luego se incorporarían Irma Salas, Dacha
Nazoa y José Barroeta. El grupo, consecuente con su ideario político,
desarrolló un persistente trabajo de apoyo a quienes se oponían al gobierno de
Betancourt, sin embargo, nunca supeditaron el trabajo artístico y literario a
los planteamientos ideológicos, por el contrario, la obra de la mayoría se
manifestó al margen de los postulados políticos que, en la práctica, defendían.
Desde sus inicios, Tabla redonda
rechazó y criticó a las posturas
estético-ideológicas del grupo Sardio por considerarlas reaccionarias. Esta pugna contribuyó con la radicalización de algunos de los
miembros de Sardio hacia la izquierda y a la inevitable división del
grupo, surge así El techo de la ballena.
Al igual
que en Sardio y El techo de la
ballena, los escritores de Tabla redonda desarrollaron una intensa
actividad editorial. Publicaron una revista que anunciaba como una publicación
de “artes y letras”, de circulación
mensual; sin embargo entre mayo y diciembre de 1959 sólo editaron cuatro
números. En el comité responsable del
primer número se encontraban Arnaldo Acosta Bello, Rafael Cadenas, Manuel
Caballero, Jesús Enrique Guédez, Jesús Sanoja Hernández y Darío Lancini.
Además de
la revista, bajo el sello editorial del grupo se publicaron libros de sus
integrantes entre ellos, Los
cuadernos del destierro (1960) de Rafael Cadenas.
Los miembros de Tabla Redonda consideraban
que la revisión del pasado
cultural era fundamental para lograr el cambio en la sociedad.
Los planteamientos fundamentales del
grupo se centraron en el compromiso de los intelectuales y la desmitificación del escritor como
demiurgo. A partir de estos dos núcleos de conflicto cuestionaron la tradición
artística nacional; sin embargo, y a diferencia de Sardio y El techo
de la ballena, no buscaban una ruptura drástica con la herencia cultural,
por el contrario, reconocían la necesidad de la continuidad del trabajo
artístico. Las divergencias de Tabla Redonda con Sardio y con El techo de la ballena
se convirtieron en una polémica pública.
Las posiciones
políticas eran determinantes en las valoraciones artísticas y generaban
posiciones encontradas de las que pocos lograron escapar. La mayoría de los
grupos poéticos que surgieron a finales de los cincuenta y durante los sesenta
consideraban fundamental el compromiso político de los escritores; muchos de ellos produjeron obras de marcado
cariz contestatario, como Caupolicán Ovalles y Víctor Valera Mora. Otros, entre
ellos Rafael Cadenas, lograron
diferenciar la postura política de la
creación poética.
Si bien Tabla
Redonda fue el grupo más radicalizado políticamente, sus integrantes no
utilizaron la poesía como instrumento de adoctrinamiento, ni como arma de
combate. En esta década violenta, como ha sido denominada por la
historiografía, unos optaron por llevar al arte la agresividad y la
iracundia que vivían, otros prefirieron separar el compromiso vital de la obra
literaria y centrarse en la reflexión ontológica y la exploración estética.
El año de 1965 desaparece Tabla
Redonda, sus integrantes continuaron
con su trabajo intelectual alcanzando, algunos, reconocimiento internacional,
tal es el caso de nuestro laureado poeta, Rafael Cadenas.
Tres años después de la publicación del largo
poema en prosa, Los cuadernos del destierro, apareció el
poema más conocido de Cadenas, “Derrota”, texto que plasma la crisis
existencial de una generación que se
sintió traicionada. En 1966,
la Universidad Central publicó Falsas maniobras, libro que agudiza la problematización del yo poético,
que ya se anunciaba en los textos anteriores.
La obra de Cadenas dialoga con la cultura
oriental, particularmente con el pensamiento vedántico, el taoísmo y el zen. De Occidente encontramos en Cadenas
los ecos de Arthur Rimbaud, Walt Whitman, Rainer Maria Rilke, D. H. Lawrence,
Fernando Pessoa, Giuseppe Ungaretti, Czeslaw Milosz, Henri Michaux, Carl G. Jung,
Alan Watts, entre otros.
Ya en Una isla (1958), poemario cuyos ejes
temáticos son el amor y el destierro, muestra Cadenas su interés por la
indagación sobre el lenguaje y su relación con la realidad:
SOLA,
Insegura,
Apremiante
Palabra,
Casa Sin extravíos.
Para ella desearía
la fuerza
de los árboles.
(2022,50)
En Los
cuadernos del destierro (1960) destaca la reflexión sobre la identidad del
ser y la palabra poética. El hablante se define por su condición de desterrado
e intenta fundar un mundo mítico en el cual reconocerse. El desarraigo genera
una crisis de identidad que el texto poético busca restablecer,
relato fundacional que tiene como marco
de fondo el espacio insular de Trinidad. Entre las características más
resaltantes del texto se encuentran la fragmentariedad y la ruptura de la
lógica del discurso.
Este
largo poema en prosa se enlaza con toda
una tradición de poesía narrativa que se inicia en el siglo XIX con los
románticos, continúa en Baudelaire y que en América Latina alcanza con Azul de
Rubén Darío su concepción más moderna.
La relación
del libro de Cadenas con Una temporada en el infierno de
Rimbaud se percibe desde las primeras líneas. Al igual que el poeta francés,
Cadenas inicia el texto estableciendo el origen
ancestral y mítico del hablante:
Yo
pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes,
silenciosos y aptos para enloquecer de amor.
Pero mi raza
era de distinto linaje. Escrito está y lo saben –o lo suponen- quienes se
ocupan en leer signos no expresamente manifestados que su austeridad tenía
carácter proverbial. (7).
Una vez determinada la genealogía,
el hablante se describe a sí mismo “Soy desaliñado, camino lentamente y
balanceándome por los hombros y adelantando, no torpe, más si con moroso
movimiento” y anuncia el propósito del texto: “relataré no sin fabulaciones mi
transcurso por tierra de ignominias y dulzuras, ruptura y reuniones,…” (8), rescatar
del olvido las vivencias del destierro, y poner en evidencia la intervención de
la imaginación en la construcción del poema. La fabulación constituye un
ingrediente complementario del texto a través del cual el poeta, en un
permanente oscilar de un extremo a otro, se muestra y se enmascara.
El hablante,
escindido, se pierde en una multiplicidad de rostros, “un día comenzó la
mudanza de los rostros. Uno suplantaba a otro, sin cese. Tal día fueron cien,
tal otro mil; todos escenificaban un danza de posesos sobre mis hombros” (9);
la representación de un yo dividido plasma los
enigmas de un sujeto que ha perdido su unidad y que puede llegar a la
disolución total de sí. Ese yo fragmentado reitera su fidelidad a la memoria:
Hice mis
particiones.
Aguas en la
memoria, absolutas como los de-
siertos,
solamente el silencio del otro en el fo-
llaje puede
compararse con vuestro espíritu.
(11).
Y
así continúa enumerando imágenes, situaciones, lugares, sonidos, frases de
terceros, objetos. Palabra que nombra y al nombrar da nueva vida a los
recuerdos, palabra génesis del exiliado que se desborda en imágenes
surrealizantes:
Por entre
árboles morados ángeles negros tocan la noche
de cuero de
cocodrilo. El cielo se
pega a la
costra de
los vegetales. Un
pueblo aplastado por
las pezuñas de
la luna desentierra
voces sepultadas por marejadas
de
exilio.
(15).
El olvido es una amenaza permanente,
en la medida en que los acontecimientos pasados se van borrando de la memoria, el individuo
va perdiendo su identidad. En el
poema, el hablante lamenta la pérdida de los recuerdos “De aquel idioma raro y
de mis pasos por la tierra dicha no existe imagen alguna que no esté hoy
extinguida” (16). Todo el texto representa un intento por rescatar las memorias
de ese tiempo vivido en el exilio, de la lengua hablada en el país
extranjero.
La alteridad
se ofrece como posibilidad para el rescate de la identidad perdida: “Me refiero
a la casa meridional del agua donde el olvido recobra sus espejos azules” (18).
La presencia del sol, el mar, la luz, se reitera a lo largo del poema; aguas
resplandecientes que reflejan las emociones de un yo que se debate en la duda
“Mi único caudal eran los botines arrancados al miedo” (19). Comienza entonces
la larga lista de inseguridades:
Yo nunca
supe si fui escogido para trasladar revelaciones.
Yo nunca
estuve seguro de mi cuerpo.
Yo jamás
pude precisar si tenía dos manos, dos piernas,
un rostro,
una historia.
Yo ignoraba
todo lo concerniente a mí y a mis ancestros.
(21).
El texto
está organizado a partir de dos tiempos, un
presente que se vive añorando, un pasado que se ha ido. Del pasado se
conservan sucesos, separaciones, contradicciones, encuentros, pérdidas y
reparos. El país del destierro frente al
país natal; la muerte aparece como la estación final de las trajinadas mudanzas de la vida.
El hablante se
muestra decepcionado y derrotado y nos
dice “Arqueado sobre mi memoria como un ángel despojado de su candidez…
Yo desconfío” (29). La representación que el poeta hace de sí mismo oscila
entre el polo mítico y el realista; por
un lado tenemos al vate que se reconoce en los orígenes míticos, por el otro la
autoreferencia. En uno se oculta y en el otro se revela, llega incluso a manifestarlo
de forma explícita: “He resuelto mis vínculos. Ya soy uno” (10), luego “Estoy
aquí” (22), y más adelante “Voy a ocultarme de nuevo” (55), para finalizar
diciendo “Ahora he regresado. Mi razón ha vuelto a su sitio y a él se ajusta
como a la almendra su máscara… He recuperado mi nombre” y de nuevo el ser
fragmentado que intenta recuperar su unidad “¡Oh!, tu mi enemigo, dentro de mí,
entrégame las llaves definitivas para abrir el más claro aire, las arcas
transparentes.” (58-59). El constante debatirse de un ser dividido entre dos
realidades se reitera en este fragmento en que el yo interpela a su alter ego:
Con mi voz
de calcinado expósito y rodeado de lo preterido, saludo. Calma. Saludo de
frente como un ahogado. Calma. Saludo de frente como un réprobo. Calma. Saludo
de frente como un ladrón. Clama. –Rafael ¿me oyes? ¿Estás ahí? –Sí, te oigo.
Estoy aquí, estoy aquí, estoy aquí. (41).
Al nombrarse
se identifica y a la vez se distancia, esta marca de sí mismo es a la vez una extrañeza. Este sujeto no es solamente un
desterrado político, es también un “desterrado de sí, a pesar de sí” (115).
Las dos
pasiones ante las que el hablante claudica son un ´tú` femenino a la que dedica
parte de estas memorias y el lenguaje “Así como sucumbo a vocablos pudiera
sujetarme a tu mirada” (48).
En Los
cuadernos del destierro conviven los contrarios, magia y logos, sonido y
silencio, presencia y ausencia del hablante, en una lucha por superar el límite
del lenguaje mismo.
Mi palabra
tiene acento de oración porque el término
del amor que
es destrucción ha
traído también el deceso de la sed.
Por eso mi
palabra tiene ritmo de teoría solemne de contristados y acongojada recorre los
cauces graves del logos.
…
Sin embargo,
he aquí que hoy me desnudo y salgo a revocar mis devastaciones.
(…) (51-52).
El hablante plantea
la incapacidad del lenguaje para nombrar la realidad, para revivir el pasado y
para expresar los estados de ánimo. Esa “amorosa hostilidad hacia el lenguaje”
de la que habla Steiner, ese intento de traspasar las fronteras de su lenguaje,
se percibe en estos versos de Cadenas:
Mientras
caminaba el trecho que marca mi derrota me desesperaba la insuficiencia de mi
idioma. Consultaba los inabarcables cursos del verbo, inquiría de las tablas de
la dicción sus secretos trasvasables. (54)
La realidad se diluye en las aguas
de la imaginación y las fronteras entre uno y otro mundo se borran, al punto en
que el poeta se pregunta: ¿He recorrido en verdad los caminos que nombro? (55).
Un yo lírico que se dibuja desde un
imaginario mítico alterna con un yo autobiográfico que se asoma a ratos,
ofreciendo pinceladas de la historia personal de Cadenas. Las vidas de estos
dos ´yoes` es narrada entrecruzadamente
a lo largo del poema.
El poema
“Derrota” (1963) puede considerarse una muestra fundamental de la poesía
conversacional en nuestro país. En un
lenguaje en apariencia directo, despojado de artificios, el poeta
reitera la sensación de fracaso que ya había anunciado en Los cuadernos del
destierro
Yo que no he
tenido nunca un oficio
que ante
todo competidor me he sentido débil
que aprendí
los mejores títulos para la vida
que apenas
llego a un sitio ya quiero irme (creyendo
que mudarme es una solución)
que he sido
negado anticipadamente y escarnecido
por los más aptos
que me
arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy
objeto de risa para mí mismo
… (1979:111-113)
El hablante, en una actitud
autocrítica exacerbada, se va describiendo en función de la enumeración
detallada de sus carencias, negaciones e
insuficiencias. El poema se articula a partir de la repetición anafórica de la
conjunción “que” con la variante “que no” y termina con una conclusión que
pareciera volver al principio del acto expiatorio. Construcción de una
autoimagen pública en negativo; burla y juicio crítico de sí mismo que lleva
implícito un cuestionamiento de la sociedad en general.
En “Derrota” percibimos un diálogo
intertextual con el poema de Fernando Pessoa, -en la voz de su heterónimo
Alvaro de Campos-, “Tabacaria”. Visión
pesimista de un mundo que pareciera cerrar todas las posibilidades de integración
al hablante, quien se representa en una completa y total disyunción con el
entorno social.
En Falsas
maniobras (1966) Cadenas da un cambio significativo de estilo. Si bien encontramos
algunos de los asuntos de los que ya habían ocupado en Los cuadernos del
destierro, tales como la problemática del exilio, la presencia del doble,
la reflexión sobre el lenguaje, el cuestionamiento de la identidad de un yo
poético conflictivo y desadaptado;
incluso el paisaje, que en algunos momentos se convierte en el eje de
los poemas, es el mismo. Sin embargo el lenguaje es otro, en este poemario Cadenas se despoja de la metáfora
surrealista, del discurso poético ambiguo y polisémico, alquimia verbal. La
concepción estético-filosófica ha cambiado, ahora la escritura quiere ser un
acto de revelación y busca en el Oriente, en el budismo Zen la
iluminación.
En Falsas maniobras el hablante lucha
consigo mismo y con un entorno al que percibe hostil; conciencia desgarrada que
realiza un ejercicio de autoacusación. El conflicto existencial se despliega en
los desdoblamientos y la vacilación del hablante frente a las demandas del entorno
social. Ya en el primer poema nos encontramos
con un yo fragmentado, escindido que se debate entre complacer las demandas de
los otros o permanecer fiel a sí mismo. Este conflicto se acentúa en poemas
como “Monstruo” en el cual el hablante poético se desplaza; trasladado a una
tercera persona da paso a la objetivación del sí mismo. Este ´él` cuyas huellas
autobiográficas podemos perseguir, da lugar a
un distanciamiento crítico que le permite al poeta hablar de sí mismo
como si fuera un ´otro` externo y
distante:
El hombre sin piel se levanta tarde, evita los
comunes tropiezos, rehúye toda relación.
(77)
En el poema “El que es” el yo se desdobla en un
ser exterior que está en contacto con el entorno y un yo interior que permanece
al margen, aislado e incomunicado y a salvo de las agresiones del mundo: “Si
alguien me toca, sólo me toca a mí, a ese mí orgulloso, ese mí que no deja
franquear su claustro, y no a ese otro alguien, informe, vasto, neutro, que
hace gestiones en la oscuridad” (1979:105). Sin embargo en “Rutina” el hablante
busca su unidad, nos habla de su habilidad para reconstruirse “Sé reunirme
pacientemente, usando rudos métodos de ensamblaje./ Conozco mil fórmulas de
reparación. Reajustes, atornillamientos, tirones, las manejo todas” (104).
El sujeto poético se define en su
condición de outsider, del ser que se debate entre aceptarse tal como es
o rechazarse, adaptarse o mantenerse al
margen. “(No se trata de rearmar un monstruo, eso es fácil, / sino de
devolverle a alguien las proporciones)” (104).
Nos encontramos
con un lenguaje decantado que tiende a la economía verbal. El autor declaró
explícitamente la intención de cambiar su escritura a partir de la nueva visión
de la realidad heredada de las filosofías orientales. En “Reconocimiento” señala:
Me veo
frente a este paisaje parecido al que protejo.
No soy el
mismo. Debo comprenderlo de una vez.
He de
encajar en mi molde.
He acechado
la aceptación súbita de mi realidad.
Despedí la
poesía que se cuelga de brazos.
(96)
Cadenas propone una nueva poética
más auténtica y comprometida, a la vez que nos deja entrever la tendencia
orientalista de sus planteamientos metapoéticos. La búsqueda de la iluminación
a través del Budismo Zen se hace más explícita en los poemas “Mirar” y
“Satori”.
El poeta insiste
en la reflexión metapoética sobre la capacidad nominadora del lenguaje y de la poesía. Vida y escritura
congregadas en la página en blanco. La poesía da nombre a los objetos y
al nombrar entra en contacto con el ser de las cosas; el poema es el mundo, la
experiencia del hablante, sus carencias. Es por ello que Cadenas se afana en la búsqueda de la exactitud del lenguaje.
En
su siguiente libro, Intemperie
(1977), formado por poemas en verso y en prosa, Cadenas cambia el tono de su
escritura, de la celebración pasa a la queja. El hablante describe sus
flaquezas:
Se hunde uno,
se atasca, Se desoye
y vuelve a unirse. Un pantano.
…(2022, 191)
El
libro cierra con el Ars poética del
autor: “Que cada palabra lleve lo que dice./ Que sea como el temblor que la
sostiene…” (195).
Luego vendrá Memorial (1977), que reúne los poemas de “Zonas” (1970), “Notaciones” (1973) y “Nupcias” (1975). Poemas breves, escritos en verso y en prosa, reflexión fragmentaria sobre la cotidianidad y el amor.
En
los años ochenta publica Amante
(1983). En este poemario, un yo lírico se dirige a una parte de sí mismo que
parece ajena, el amante que existe dentro de él; sin embargo, actúa como un
visitante o un extraño. Estamos ante a puesta en escena de la dualidad: “No soy
lo que soy ni lo que no soy”, dirá el poeta. La presencia del “otro” como
proyección negativa del “yo”, plasma el desconcierto
de un sujeto en crisis que asume nuevos modos de representación de sí mismo.
Gestiones
(1992) nos muestra un yo fragmentado
que busca la “honradez” en la escritura. Además de la temática amorosa, insiste el
autor en la problemática del lenguaje
y la autorreflexión del sujeto poético,
un yo que se desdobla e intenta construir una imagen de sí, evitando el
fingimiento y la palabrería vacua. Poesía
escueta, de tono reflexivo, escritura
aforística, que da cuenta del compromiso
del poeta con el lenguaje.
En Cadenas, la búsqueda de la identidad no es
solamente la búsqueda del ser, sino la búsqueda de la lengua y su
materialización en el ejercicio poético. A lo largo de sus textos, reflexiona
sobre la capacidad nominadora el lenguaje y los procedimientos a través de los cuales el
poema se convierte en un generador de mundos.
Bibliografía del autor:
CADENAS, Rafael. 1966. Falsas maniobras. Caracas: UCV.
______________.1960. Los cuadernos del destierro. Caracas:
Tabla Redonda.
______________. 1979. Los cuadernos del destierro. Falsas maniobras. Derrota. Caracas.
______________.2022. Obra entera. España: Pretextos.
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