sábado, 30 de enero de 2016

La herencia judía en la poesía de Jacqueline Goldberg

Carmen Virginia Carrillo




La escritura tiene la desgraciada
 virtud de hurgar en el alma y desollar
sin escrúpulos los recuerdos, hacer
sangrar de nuevo las heridas. 
Jacqueline Goldberg
La cuestión de la identidad judía
no puede dejarse de lado,  si esta
identidad amenaza nuestra vida,
deberíamos entender por qué”[1].
George Steiner 


En estos momentos aciagos que vive el planeta como consecuencia de la intolerancia, en particular, la intolerancia religiosa, se hace inevitable rememorar eventos terribles que en el pasado, con un mismo guion y distinto decorado, dieron pie a masacres de millones de personas inocentes.  Pienso en el Holocausto judío, entre otros, y en la imperiosa necesidad de no olvidar las atrocidades que es  capaz de cometer el ser humano, si se deja llevar por la sinrazón del fanatismo.
Pienso en el horror que algunas personas han tenido que vivir  y en el consuelo que puede llegar a proporcionar la escritura, que permite a los elegidos contar, y a los otros leer, conocer, conmoverse.  Tal es el caso de la poeta, ensayista, narradora, dramaturga, periodista y editora Jacqueline Goldberg, nacida en Maracaibo y descendiente de judíos que se salvaron de la Shoá en Polonia y luego emigraron a Venezuela, quien se ha ocupado del tema judío en reiteradas oportunidades.
En su escritura periodística y en su obra de creación, aborda el asunto  de la identidad y reivindica la herencia familiar. Entre los libros fundamentales que la autora ha publicado sobre el tema en cuestión encontramos: Luba (1988), Día del perdón[2](2011) y Nosotros los salvados. Sobrevivientes de la Shoá junto a Jacqueline Goldberg (2013). Este último  conjuga la investigación periodística con la estructura de la lírica. La autora transforma en poemas los testimonios reunidos en Exilio a la vida, libro editado por la Unión Israelita de Caracas, y de esta manera ofrece al lector textos cuyo ritmo ofrece una versión literaria de los devastadores efectos del nazismo en todos aquellos que lograron salvarse del Holocausto. No obstante, dirá la autora:

No son míos estos poemas. Vienen de voces tomadas, recuperadas, usurpadas. Sus autores huyeron de una masacre, son sobrevivientes, salvados, testigos, revividos. Soy apenas transcriptora, escucha en lo cóncavo de su dolor, su memoria, su decir, su olvido. Si acaso, abrevio los muñones de una fragilidad y propongo una versificación, algunas comas, ciertos espacios…
Los testimonios de los supervivientes de la Shoá —de la palabra hebrea «masacre»— y, por tanto, los poemas que de ellos he desmembrado, buscan el registro de una belleza diferente, donde a la fuerza desaparecen entrevistador, transcriptor, escritor y autor para despejar el cauce de una escritura venida del desastre, de lo esencial, de lo más terrible. (2013: 2-3)

Goldberg dedica su poemario Luba, de 1988, a “Luba Kapuschewski, mi abuela, por lo que soy”. A lo largo del libro, en versos breves,  un yo lírico habla de  la saga familiar, partiendo de la figura de la abuela,  sobreviviente del Holocausto, quien vive el desarraigo desde la desolación. La indagación en los orígenes es a su vez una forma de entrar en contacto con su interioridad. Memoria afectiva que honra su ascendencia y se reconoce en la incertidumbre ante un  entorno que pareciera siempre ajeno.
En su obra poética encontramos un discurso que habla desde la melancolía, que intenta reinventarse en la palabra para, de esta manera, conjurar  la angustia existencial que caracteriza al exiliado. La memoria del destierro de los ancestros reaviva y actualiza las separaciones que han moldeado al yo lírico.

No soy lo que digo sin un origen a cuestas

Sigue irresoluto el olor negro de mi desarraigo

….
     
             Las barbas de mis bisabuelos
             no ocultan magníficas excepciones.
             En mi sanguínea coartada solo hay herrumbre,
             Locos ensimismados, espaldas encorvadas.[3]
          
 En los textos se hace referencia no solo a  la historia del colectivo judío,  sino también a historias familiares y particularmente a una historia más íntima, en la que el yo lírico se desnuda.
 La escritura apela a la memoria como forma de resurrección y conocimiento trascendente del pasado:

              “Poética”

La nieve que sortearon mis ancestros
es reliquia desdichada que no me estremece.

Me relato –si es que punta y vértigo son verdad-
en el glosario escarpado de una distancia.[4]

Mis rasgos de muchacha polaca, salvaje de Judea,
Irán trastornándose.[5]

Los viajes dicen de mí como algo aparte,
pero no se trata de huir sino de hacerme en otro lado.[6]

Para Walter Kohan, la extranjería es “una condición que abre una diversidad de formas de relación con la tierra, con el saber y, sobre todo, con el otro”[7].  El inevitable desarraigo conlleva el miedo, la rabia, el sufrimiento vivido por los ancestros. Huir del país de origen, abandonar la casa, los objetos y los amigos, para desterrarse en un lugar extraño, convertirse en el “otro”, sentirse amenazado por una lengua desconocida,  son temas que se reiteran a lo largo de los poemarios de Goldberg.

“Poética”

De pronto cedo
a una identidad perseguida.
Me traduzco lentamente en el poema,
construyo el espacio de una estructura
que dicta infortunios, me describe desplegada, informe.[8]
             
La diáspora, como forma de supervivencia de un colectivo que ha sido discriminado por siglos, ha hecho que los judíos sean  definidos “como una identidad descentrada, como la sensación permanente de que fragmentos de la memoria de la comunidad se han esparcido por al mundo para formar una especie de patria migrante.”[9] Este peregrinar en busca de un lugar donde  vivir sin amenazas, ha hecho que el pueblo  judío y sus descendientes se impongan la obligación de no olvidar, y es a través de la memoria y de la imaginación creadora que la palabra  transforma el pasado doloroso y trágico en un presente que se articula como espacio de lo posible.

“Éxodos”

El hijo entiende que hay un origen,
libros que se atizan con los hombros reventados,
vértigos primigenios.

¿Cuántas preguntas para su rendición?
¿Cuántos los adverbios solares
que me harán más extranjera, más nudosa?[10]

He comprendido otros desbarros:
me sacaron de mi casa,
me arrancaron la ropa,
me tatuaron una cifra,
me gasearon,
mi incineraron,
me convirtieron.[11]


Monólogo interior de tono confesional que habla de fracaso, desolación, desencanto; la experiencia del exilio  como pérdida, el sentimiento de dolor. La enunciación en primera persona se apropia de la voz de los ancestros y habla de ese pasado irreparable que sigue atormentando a los descendientes.
En los textos, el viaje que se realiza desde lo colectivo hacia lo individual está siempre condicionado por  la desesperanza. El yo lírico desacraliza la vida familiar, y descubre, a través del verbo poético, las múltiples máscaras de lo femenino:

I
tomo su herencia
de edades en quiebra
los oficios tristes del abandono

sus muertos[12]

IV
casi deja su tiempo
en esa casa que nombra en voz baja
mordida por un quejido de gases
una madrugada difícil.[13]

XXII
me acerco a su lengua dolorosa

amaso un discurso de puertos extranjeros
casas abandonadas al borde de lo presentido.[14]


            En los poemas se aprecia exaltación del padecimiento, no solamente de los ancestros, sino también de sí misma, lo que, en oportunidades, refleja un sentimiento cercano al  hastío.

XXIV
Luba asiste a cuanto soy
detiene sus raíces
sufre de nuevo.[15]


Para Teresa Porzecanski, “el vínculo entre judaísmo y extranjería es paradigma de una marca, de una perturbación”[16]. Ese pasado signado por la extrañeza, que pareciera diluirse en los registros de cada nueva generación, se ve impelido a preservarse en la palabra poética, y el ejercicio de reescritura de la memoria familiar permite a la autora reelaborar su propia identidad. En la poesía de Goldberg, la herencia judía está representada a partir de  alusiones autobiográficas y memorias familiares que constituyen una especie de estigma de la otredad que ha  heredado 
El espacio poético se convierte en el territorio desde el cual el yo lírico  se traduce y construye una identidad que ha de ser completada por los lectores. De ahí que diga: “existo cuando otros ayudan a deletrearme”[17]
El discurso poético se despoja de retoricismo para incorporar giros coloquiales y vocabulario del habla cotidiana.  Una poesía que tiende a la narratividad,  inspirada en las circunstancias que rodearon la vida de la poeta,  y particularmente vinculada a la herencia judía.  Las experiencias fundamentales y trágicas de este pueblo forman parte de la conciencia de los sujetos líricos, al convertirse en materia de los textos poéticos.
El plaquette Día del perdón es un poema largo. Un yo lírico expone su conflicto interior en relación a su obligación de la práctica religiosa. El texto comienza la  víspera del día del perdón, y va describiendo hora a hora las sensaciones de esta mujer, hasta el final del  Yom Kipur.

(Luego)
Hay una mujer encerrada en su habitación,
de espíritu agrio,
párpados pegados a la ventana.

Diestra en mirar lejos,
se esfuerza en ver hacia adentro
—la fecha obliga—.
Nunca halló el ser interior
del que hablan los manuales.

Soporta,
persigue un atajo que salve.
Rezará en una lengua que no sabe ni la abraza.
Irá hasta el asco y el dolor.
   ….
(Yom Kipur 7:00 am) 
Un solazo inmóvil fisura el ánimo.

(Luego, apenas desayuno)
Soy sacrílega,
de vano resbalar.

No ayuno,
no ruego,
no pongo en jaque mi esperanza,
me maquillo con arena.

Escribo mi nombre en un libro profano,
  …
(1:35 pm)
De haber cumplido
con los sagrados preceptos de este día,
no estaría escribiendo.

(6:15 pm. Oscuro ya)
 ….
Absuélveme, Dios,
por intransigir en la orilla.

(Tarde. Otro año será)

Ato cabos,
veo que soy feliz.

¿Feliz?
—astuta palabra—.

No puedo quejarme, se ha dicho.
¿Y tú, Dios, te quejas de mí?

Desde la experiencia identitaria múltiple y compleja, la escritora encuentra en la palabra poética una forma de aproximación  a la subjetividad y al autoconocimiento.
Goldberg representa su identidad judía a partir de una poética de la interiorización del yo el estremecimiento y el desenmascaramiento, siempre vinculados al origen. Temáticas sobre las que reflexiona con un discurso a ratos irónico e irreverente, en otras oportunidades desde la aflicción y la desgarradura, siempre marcado por un tono narrativo.  






[1] George Steiner entrevistado por Hobson, Theo en: “George Steiner: un huésped de la vida” En  Criterio Nº 2310, Noviembre, 2005: http://www.revistacriterio.com.ar/cultura/george-steiner-un-huesped-de-la-vida/ (19/01/2014)
[2]Jacqueline, Goldberg,  Día del perdón, Caracas, El Pez Soluble (plaquette). 2011.
[3] Jacqueline, Goldberg,  Verbos predadores. Poesía reunida 2006/1986, Caracas, Equinoccio, 2007, p.22.
[4] Ibid., p. 24.
[5] Ibid., p. 25.
[6] Ibid., p. 26.
[7] Walter, KOHAN, Infancia, política y pensamiento. Ensayos de filosofía y educación, Buenos Aires, Del estante, 2007,  p. 15.

[8] Jacqueline, Goldberg, op. cit., p. 29.
[9] Denise, León, Ghetto y poesía. La pérdida del hogar lingüístico. En: http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero35/ghettop.html (Revisado el 20/11#2013)
[10]Jacqueline, Goldberg, op. cit., p. 39.
[11] Ibid., p. 53.
[12] Ibid., p. 343.
[13] Ibid., p. 344.
[14] Ibid., p. 350
[15] Ibiden.
[16] Teresa Porzecanski, “Diáspora e identidades múltiples”, en Revista de la  Biblioteca Nacional. sobre traducciones, literaturas sin fronteras, relatos de viaje, ambular de teorías,  exilios y otros desplazamientos de la escritura, Montevideo, Biblioteca Nacional de Uruguay, n° 6/7, 2012, p. 47.
[17] Jacqueline, Goldberg, op. cit., p. 29.

jueves, 14 de enero de 2016

Ricardo corazón de hormiga

Carmen Virginia Carrillo



     Estas palabras las escribí para mi hermano Ricardo en su setenta cumpleaños.




Para: Ricardo Corazón de hormiga
De: su hermana mayor.

     
Cuando yo nací mi hermano Ricardo tenía 17 años -ya sé que se están preguntando, pero, entonces? Cómo es que dice que es su hermana mayor?- pues verán, Roc, como cariñosamente lo llamamos los hermanos, es muy original, tanto que a veces parece un personaje de novela, así que él decidió que, como yo era la mayor de las hembras, yo era la hermana mayor. Esto le permite que cada vez que me presenta a alguien, la gente me mire como preguntándose, ¿será que es la versión femenina de Dorian Grey? Y yo tengo que explicarles, a los asombrados interlocutores, que soy la mayor de las hembras y Roc se muere de la risa. 
     Pero volvamos a los 17 de Roc y 0 míos. Para ese entonces ya Ricardo se había ganado una muy merecida fama de tremendo, con no pocas anécdotas dignas de Daniel el travieso, así que de esos primeros años yo sólo les puedo contar lo que me contaron.
         En una oportunidad montó una alcabala frente a la casa con una cuerda que sostenían Miguel y Pedro Emilio, —los dos hermanos que le siguen en la larga lista de ocho—, hacía parar los carros, les echaba fleet en las ruedas y cobrara por ello. La gente, toda conocida del doctor Carrillo, le reía la gracia a sus hijitos y ellos felices, hasta que se enteró papá! 
     Otra vez, Ricardo y dos amigos tomaron prestado el carro de la mamá de uno de ellos, sin avisar a la señora, para pasear a unas chicas. La señora denunció el carro como robado y los mandaron a meter presos, se imaginan ustedes, Roc en el retén de policía. Rápidamente llamaron a papá y su respuesta fue –déjelo ahí unos días para que aprenda! Era prefecto de Valera don Evaristo Rueda gran amigo de la familia. Al día siguiente le devolvió al muchacho ¡porque le estaba alborotando a los presos con sus discursos sobre derechos humanos! 
      La más famosa de las anécdotas es la del circo. Se le ocurrió que podía montar una función muy atractiva para los vecinitos de la cuadra. En esa oportunidad le quitó el burro al kerosenero, mientras el hombre entregaba una garrafa y lo subió a la azotea, donde tenía montado el tinglado con un mono, un zamuro amarrado a un tubo y un loro que todo lo repetía. Cobraba una locha por cada vuelta. Cuando el dueño del animal escuchó el rebuzno y vio a su jumento tan alto, salió corriendo a buscar al doctor Carrillo. Fácil subirlo, pero, cómo bajarlo? Tuvieron que encontrar una pollina que lo entusiasmara a lanzarse escaleras abajo.
      Contaban de las elegancias de Roc, algo extravagantes eso sí, sobre todo se me quedó grabada lo de sus bufandas de seda de colores llamativos. Las imagino de un amarillo intenso como los pantalones con que llegó en una oportunidad a Valera, siendo  ya todos nosotros mayores, para un cumpleaños de mi papá, por supuesto fue la sensación. Y cómo no hablar de las innumerables boinas que lo han caracterizado desde que le salió la calvita carrillera, o de sus zapatos siempre brillantes, que mandaba a pulir en la Plaza Bolívar. En cuanto llegaba a pasar unos días de vacaciones, lo primero que hacía, después de saludar, era reclutar a alguno de sus hermanos menores para que lo acompañara a donde los limpiabotas.
      Roc es como un mago, siempre tiene algo misterioso o sorprendente bajo la manga que mostrar y con ello fascina a los pequeños, a los jóvenes y a los no tan jóvenes. Como sus famosas navajas, o los aperos de los caballos, o libros incunables, o las increíbles historias! Ah, cómo sabe contar historias mi hermano mayor! En eso no hay quien le gane. Recuerdo una vez que llegó a la casa y se puso a contarles a mis hijos la historia de la gran Tamara.
-Pasen señores pasen, a ver a la gran Tamara!… Daba unas carreras y unos saltos, imitando a la famosa equilibrista que hacían retumbar el piso del apartamento en el que vivíamos. Los niños lo aplaudían y pedían replay. Sus onomatopeyas son de antología, sobre todo si se trata de equinos, sus amados caballo. ¿Saben cómo bautizó al último de la colección? Nada menos que “Cagancho”.
     También es como un Shiddartha, siempre buscando y buscándose. En una época se hizo seguidor del Maharishi Mahesh y meditaba con un incienso encendido mientras repetía mantras, a todos nos puso a meditar. En esa época vivía en Caracas, en casa de gran mamá,  porque estaba estudiando en la Universidad Central. Unas vacaciones fuimos a visitarlo y pusieron a Manuel, el quinto de los hermano, a dormir en el mismo cuarto de Ricardo. Cansado de jugar, se había dormido temprano. Cuando Ricardo llegó se desvistió, asumió su posición yogui, prendió un incienso y comenzó a meditar repitiendo mantras. El pobre Manuel despertó con los sonidos guturales y en cuanto abrió los ojos y vio a aquel buda consanguíneo rodeado de humo, pegó un alarido estrepitoso que despertó a la casa entera.
    Recuerdo que cada vez que me invitaba a salir con él en el carro me ponía a escuchar las conferencias del Maestro. Como hablaba un inglés con acento hindú, yo no entendía casi nada, pero cómo decirle que me estaba perdiendo gran parte de las enseñanzas  espirituales del iluminado.
     En fin, podría escribir no uno, sino tres libros sobre Roc, pero eso lo dejo para después, por ahora sólo quiero desearle lo mejor del mundo en los años por venir y darle las gracias por haber sido el fantástico hermano mayor que ha siempre ha sido.