Carmen Virginia Carrillo
Estas palabras las escribí para mi hermano Ricardo en su setenta cumpleaños.
Para:
Ricardo Corazón de hormiga
De:
su hermana mayor.
Cuando yo nací mi hermano Ricardo tenía 17 años -ya sé que se están preguntando, pero, entonces? Cómo es que dice que es su hermana mayor?- pues verán, Roc, como cariñosamente lo llamamos los hermanos, es muy original, tanto que a veces parece un personaje de novela, así que él decidió que, como yo era la mayor de las hembras, yo era la hermana mayor. Esto le permite que cada vez que me presenta a alguien, la gente me mire como preguntándose, ¿será que es la versión femenina de Dorian Grey? Y yo tengo que explicarles, a los asombrados interlocutores, que soy la mayor de las hembras y Roc se muere de la risa.
Pero volvamos a
los 17 de Roc y 0 míos. Para ese entonces ya Ricardo se había ganado una muy
merecida fama de tremendo, con no pocas anécdotas dignas de Daniel el travieso,
así que de esos primeros años yo sólo les puedo contar lo que me contaron.
En una oportunidad montó una alcabala frente a
la casa con una cuerda que sostenían Miguel y Pedro Emilio, —los dos hermanos
que le siguen en la larga lista de ocho—, hacía parar los carros, les echaba
fleet en las ruedas y cobrara por ello. La gente, toda conocida del doctor
Carrillo, le reía la gracia a sus hijitos y ellos felices, hasta que se enteró
papá!
Otra vez, Ricardo y dos amigos tomaron prestado el carro de la
mamá de uno de ellos, sin avisar a la señora, para pasear a unas chicas. La
señora denunció el carro como robado y los mandaron a meter presos, se imaginan
ustedes, Roc en el retén de policía. Rápidamente llamaron a papá y su respuesta
fue –déjelo ahí unos días para que aprenda! Era prefecto de Valera don Evaristo
Rueda gran amigo de la familia. Al día siguiente le devolvió al muchacho
¡porque le estaba alborotando a los presos con sus discursos sobre derechos
humanos!
La más famosa de las anécdotas es la del circo. Se le ocurrió que
podía montar una función muy atractiva para los vecinitos de la cuadra. En esa
oportunidad le quitó el burro al kerosenero, mientras el hombre entregaba una
garrafa y lo subió a la azotea, donde tenía montado el tinglado con un mono, un
zamuro amarrado a un tubo y un loro que todo lo repetía. Cobraba una locha por
cada vuelta. Cuando el dueño del animal escuchó el rebuzno y vio a su jumento
tan alto, salió corriendo a buscar al doctor Carrillo. Fácil subirlo, pero,
cómo bajarlo? Tuvieron que encontrar una pollina que lo entusiasmara a lanzarse
escaleras abajo.
Contaban de las elegancias de Roc, algo extravagantes eso sí, sobre todo se me
quedó grabada lo de sus bufandas de seda de colores llamativos. Las imagino de
un amarillo intenso como los pantalones con que llegó en una oportunidad a
Valera, siendo ya todos nosotros mayores, para un cumpleaños de mi papá,
por supuesto fue la sensación. Y cómo no hablar de las innumerables boinas que
lo han caracterizado desde que le salió la calvita carrillera, o de sus zapatos
siempre brillantes, que mandaba a pulir en la Plaza Bolívar. En cuanto llegaba
a pasar unos días de vacaciones, lo primero que hacía, después de saludar, era
reclutar a alguno de sus hermanos menores para que lo acompañara a donde los
limpiabotas.
Roc es como un mago, siempre tiene algo misterioso o sorprendente bajo la manga
que mostrar y con ello fascina a los pequeños, a los jóvenes y a los no tan
jóvenes. Como sus famosas navajas, o los aperos de los caballos, o libros
incunables, o las increíbles historias! Ah, cómo sabe contar historias mi hermano
mayor! En eso no hay quien le gane. Recuerdo una vez que llegó a la casa y se
puso a contarles a mis hijos la historia de la gran Tamara.
-Pasen
señores pasen, a ver a la gran Tamara!… Daba unas carreras y unos saltos,
imitando a la famosa equilibrista que hacían retumbar el piso del apartamento
en el que vivíamos. Los niños lo aplaudían y pedían replay. Sus onomatopeyas
son de antología, sobre todo si se trata de equinos, sus amados caballo. ¿Saben
cómo bautizó al último de la colección? Nada menos que “Cagancho”.
También
es como un Shiddartha, siempre buscando y buscándose. En una época se hizo
seguidor del Maharishi
Mahesh y meditaba con un incienso encendido mientras repetía mantras, a
todos nos puso a meditar. En esa época vivía en Caracas, en casa de gran mamá,
porque estaba estudiando en la Universidad Central. Unas vacaciones
fuimos a visitarlo y pusieron a Manuel, el quinto de los hermano, a dormir en
el mismo cuarto de Ricardo. Cansado de jugar, se había dormido temprano. Cuando
Ricardo llegó se desvistió, asumió su posición yogui, prendió un incienso y
comenzó a meditar repitiendo mantras. El pobre Manuel despertó con los sonidos
guturales y en cuanto abrió los ojos y vio a aquel buda consanguíneo rodeado de
humo, pegó un alarido estrepitoso que despertó a la casa entera.
Recuerdo
que cada vez que me invitaba a salir con él en el carro me ponía a escuchar las
conferencias del Maestro. Como hablaba un inglés con acento hindú, yo no
entendía casi nada, pero cómo decirle que me estaba perdiendo gran parte de las
enseñanzas espirituales del iluminado.
En
fin, podría escribir no uno, sino tres libros sobre Roc, pero eso lo dejo para
después, por ahora sólo quiero desearle lo mejor del mundo en los años por
venir y darle las gracias por haber sido el fantástico hermano mayor que ha
siempre ha sido.
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