jueves, 14 de enero de 2016

Ricardo corazón de hormiga

Carmen Virginia Carrillo



     Estas palabras las escribí para mi hermano Ricardo en su setenta cumpleaños.




Para: Ricardo Corazón de hormiga
De: su hermana mayor.

     
Cuando yo nací mi hermano Ricardo tenía 17 años -ya sé que se están preguntando, pero, entonces? Cómo es que dice que es su hermana mayor?- pues verán, Roc, como cariñosamente lo llamamos los hermanos, es muy original, tanto que a veces parece un personaje de novela, así que él decidió que, como yo era la mayor de las hembras, yo era la hermana mayor. Esto le permite que cada vez que me presenta a alguien, la gente me mire como preguntándose, ¿será que es la versión femenina de Dorian Grey? Y yo tengo que explicarles, a los asombrados interlocutores, que soy la mayor de las hembras y Roc se muere de la risa. 
     Pero volvamos a los 17 de Roc y 0 míos. Para ese entonces ya Ricardo se había ganado una muy merecida fama de tremendo, con no pocas anécdotas dignas de Daniel el travieso, así que de esos primeros años yo sólo les puedo contar lo que me contaron.
         En una oportunidad montó una alcabala frente a la casa con una cuerda que sostenían Miguel y Pedro Emilio, —los dos hermanos que le siguen en la larga lista de ocho—, hacía parar los carros, les echaba fleet en las ruedas y cobrara por ello. La gente, toda conocida del doctor Carrillo, le reía la gracia a sus hijitos y ellos felices, hasta que se enteró papá! 
     Otra vez, Ricardo y dos amigos tomaron prestado el carro de la mamá de uno de ellos, sin avisar a la señora, para pasear a unas chicas. La señora denunció el carro como robado y los mandaron a meter presos, se imaginan ustedes, Roc en el retén de policía. Rápidamente llamaron a papá y su respuesta fue –déjelo ahí unos días para que aprenda! Era prefecto de Valera don Evaristo Rueda gran amigo de la familia. Al día siguiente le devolvió al muchacho ¡porque le estaba alborotando a los presos con sus discursos sobre derechos humanos! 
      La más famosa de las anécdotas es la del circo. Se le ocurrió que podía montar una función muy atractiva para los vecinitos de la cuadra. En esa oportunidad le quitó el burro al kerosenero, mientras el hombre entregaba una garrafa y lo subió a la azotea, donde tenía montado el tinglado con un mono, un zamuro amarrado a un tubo y un loro que todo lo repetía. Cobraba una locha por cada vuelta. Cuando el dueño del animal escuchó el rebuzno y vio a su jumento tan alto, salió corriendo a buscar al doctor Carrillo. Fácil subirlo, pero, cómo bajarlo? Tuvieron que encontrar una pollina que lo entusiasmara a lanzarse escaleras abajo.
      Contaban de las elegancias de Roc, algo extravagantes eso sí, sobre todo se me quedó grabada lo de sus bufandas de seda de colores llamativos. Las imagino de un amarillo intenso como los pantalones con que llegó en una oportunidad a Valera, siendo  ya todos nosotros mayores, para un cumpleaños de mi papá, por supuesto fue la sensación. Y cómo no hablar de las innumerables boinas que lo han caracterizado desde que le salió la calvita carrillera, o de sus zapatos siempre brillantes, que mandaba a pulir en la Plaza Bolívar. En cuanto llegaba a pasar unos días de vacaciones, lo primero que hacía, después de saludar, era reclutar a alguno de sus hermanos menores para que lo acompañara a donde los limpiabotas.
      Roc es como un mago, siempre tiene algo misterioso o sorprendente bajo la manga que mostrar y con ello fascina a los pequeños, a los jóvenes y a los no tan jóvenes. Como sus famosas navajas, o los aperos de los caballos, o libros incunables, o las increíbles historias! Ah, cómo sabe contar historias mi hermano mayor! En eso no hay quien le gane. Recuerdo una vez que llegó a la casa y se puso a contarles a mis hijos la historia de la gran Tamara.
-Pasen señores pasen, a ver a la gran Tamara!… Daba unas carreras y unos saltos, imitando a la famosa equilibrista que hacían retumbar el piso del apartamento en el que vivíamos. Los niños lo aplaudían y pedían replay. Sus onomatopeyas son de antología, sobre todo si se trata de equinos, sus amados caballo. ¿Saben cómo bautizó al último de la colección? Nada menos que “Cagancho”.
     También es como un Shiddartha, siempre buscando y buscándose. En una época se hizo seguidor del Maharishi Mahesh y meditaba con un incienso encendido mientras repetía mantras, a todos nos puso a meditar. En esa época vivía en Caracas, en casa de gran mamá,  porque estaba estudiando en la Universidad Central. Unas vacaciones fuimos a visitarlo y pusieron a Manuel, el quinto de los hermano, a dormir en el mismo cuarto de Ricardo. Cansado de jugar, se había dormido temprano. Cuando Ricardo llegó se desvistió, asumió su posición yogui, prendió un incienso y comenzó a meditar repitiendo mantras. El pobre Manuel despertó con los sonidos guturales y en cuanto abrió los ojos y vio a aquel buda consanguíneo rodeado de humo, pegó un alarido estrepitoso que despertó a la casa entera.
    Recuerdo que cada vez que me invitaba a salir con él en el carro me ponía a escuchar las conferencias del Maestro. Como hablaba un inglés con acento hindú, yo no entendía casi nada, pero cómo decirle que me estaba perdiendo gran parte de las enseñanzas  espirituales del iluminado.
     En fin, podría escribir no uno, sino tres libros sobre Roc, pero eso lo dejo para después, por ahora sólo quiero desearle lo mejor del mundo en los años por venir y darle las gracias por haber sido el fantástico hermano mayor que ha siempre ha sido.


            

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