Carmen
Virginia Carrillo
La escritura tiene la
desgraciada
virtud de hurgar en el alma y desollar
sin escrúpulos los recuerdos, hacer
sangrar de nuevo las
heridas.
Jacqueline Goldberg
La cuestión de la identidad judía
no puede dejarse de lado, si esta
identidad amenaza nuestra vida,
deberíamos entender por qué”[1].
George Steiner
En estos momentos aciagos que vive el planeta como
consecuencia de la intolerancia, en particular, la intolerancia religiosa, se
hace inevitable rememorar eventos terribles que en el pasado, con un mismo guion
y distinto decorado, dieron pie a masacres de millones de personas inocentes. Pienso en el Holocausto judío, entre otros, y
en la imperiosa necesidad de no olvidar las atrocidades que es capaz de cometer el ser humano, si se deja
llevar por la sinrazón del fanatismo.
Pienso en el horror que algunas personas han tenido
que vivir y en el consuelo que puede
llegar a proporcionar la escritura, que permite a los elegidos contar, y a los otros
leer, conocer, conmoverse. Tal es el
caso de la poeta, ensayista, narradora, dramaturga, periodista y editora Jacqueline Goldberg, nacida en
Maracaibo y descendiente de judíos que se salvaron de la Shoá en Polonia y
luego emigraron a Venezuela, quien se ha ocupado del tema judío en reiteradas
oportunidades.
En su escritura periodística y en su obra de creación,
aborda el asunto de la identidad y
reivindica la herencia familiar. Entre los libros
fundamentales que la autora ha publicado sobre el tema en cuestión encontramos:
Luba (1988), Día del perdón[2](2011)
y
Nosotros los salvados. Sobrevivientes
de la Shoá junto a Jacqueline Goldberg (2013).
Este último conjuga la investigación
periodística con la estructura de la lírica. La autora transforma en poemas los
testimonios reunidos en Exilio a la vida,
libro editado por la Unión Israelita de Caracas, y de esta manera ofrece al
lector textos cuyo ritmo ofrece una versión literaria de los devastadores
efectos del nazismo en todos aquellos que lograron salvarse del Holocausto. No
obstante, dirá la autora:
No
son míos estos poemas. Vienen de voces tomadas, recuperadas, usurpadas. Sus
autores huyeron de una masacre, son sobrevivientes, salvados, testigos,
revividos. Soy apenas transcriptora, escucha en lo cóncavo de su dolor, su
memoria, su decir, su olvido. Si acaso, abrevio los muñones de una fragilidad y
propongo una versificación, algunas comas, ciertos espacios…
Los
testimonios de los supervivientes de la Shoá —de la palabra hebrea «masacre»—
y, por tanto, los poemas que de ellos he desmembrado, buscan el registro de una
belleza diferente, donde a la fuerza desaparecen entrevistador, transcriptor,
escritor y autor para despejar el cauce de una escritura venida del desastre,
de lo esencial, de lo más terrible. (2013: 2-3)
Goldberg dedica su poemario Luba, de 1988, a “Luba Kapuschewski, mi abuela, por lo que soy”. A
lo largo del libro, en versos breves, un
yo lírico habla de la saga familiar,
partiendo de la figura de la abuela, sobreviviente del Holocausto, quien vive el desarraigo
desde la desolación. La indagación en los orígenes es a su vez una forma de
entrar en contacto con su interioridad. Memoria afectiva que honra su ascendencia
y se reconoce en la incertidumbre ante un entorno que pareciera siempre ajeno.
En su obra poética encontramos un discurso que habla
desde la melancolía, que intenta reinventarse en la palabra para, de esta
manera, conjurar la angustia existencial
que caracteriza al exiliado. La memoria del destierro de los ancestros reaviva
y actualiza las separaciones que han moldeado al yo lírico.
No
soy lo que digo sin un origen a cuestas
Sigue
irresoluto el olor negro de mi desarraigo
….
Las barbas de mis
bisabuelos
no ocultan magníficas
excepciones.
En mi sanguínea
coartada solo hay herrumbre,
Locos ensimismados,
espaldas encorvadas.[3]
En los textos
se hace referencia no solo a la historia
del colectivo judío, sino también a
historias familiares y particularmente a una historia más íntima, en la que el yo
lírico se desnuda.
La escritura
apela a la memoria como forma de resurrección
y conocimiento trascendente del pasado:
“Poética”
La
nieve que sortearon mis ancestros
es
reliquia desdichada que no me estremece.
…
Me
relato –si es que punta y vértigo son verdad-
en
el glosario escarpado de una distancia.[4]
Mis
rasgos de muchacha polaca, salvaje de Judea,
Irán
trastornándose.[5]
Los
viajes dicen de mí como algo aparte,
pero
no se trata de huir sino de hacerme en otro lado.[6]
Para Walter Kohan, la extranjería es “una condición
que abre una diversidad de formas de relación con la tierra, con el saber y,
sobre todo, con el otro”[7]. El inevitable desarraigo conlleva el miedo,
la rabia, el sufrimiento vivido por los ancestros. Huir del país de origen,
abandonar la casa, los objetos y los amigos, para desterrarse en un lugar
extraño, convertirse en el “otro”, sentirse amenazado por una lengua
desconocida, son temas que se reiteran a
lo largo de los poemarios de Goldberg.
“Poética”
De pronto
cedo
a
una identidad perseguida.
Me
traduzco lentamente en el poema,
construyo
el espacio de una estructura
que
dicta infortunios, me describe desplegada, informe.[8]
La
diáspora, como forma de supervivencia de un colectivo que ha sido discriminado
por siglos, ha hecho que los judíos sean
definidos “como una identidad descentrada, como la sensación permanente
de que fragmentos de la memoria de la comunidad se han esparcido por al mundo
para formar una especie de patria migrante.”[9] Este
peregrinar en busca de un lugar donde
vivir sin amenazas, ha hecho que el pueblo judío y sus descendientes se impongan la
obligación de no olvidar, y es a través de la memoria y de la imaginación
creadora que la palabra transforma el
pasado doloroso y trágico en un presente que se articula como espacio de lo posible.
“Éxodos”
El
hijo entiende que hay un origen,
libros
que se atizan con los hombros reventados,
vértigos
primigenios.
¿Cuántas
preguntas para su rendición?
¿Cuántos
los adverbios solares
que
me harán más extranjera, más nudosa?[10]
He
comprendido otros desbarros:
me
sacaron de mi casa,
me
arrancaron la ropa,
me
tatuaron una cifra,
me
gasearon,
mi
incineraron,
me
convirtieron.[11]
Monólogo
interior de tono confesional que habla de fracaso, desolación, desencanto; la
experiencia del exilio como pérdida, el
sentimiento de dolor. La enunciación en primera persona se apropia de la voz de
los ancestros y habla de ese pasado irreparable que sigue atormentando a los
descendientes.
En los textos, el viaje que se realiza desde lo
colectivo hacia lo individual está siempre condicionado por la desesperanza. El yo lírico desacraliza la
vida familiar, y descubre, a través del verbo poético, las múltiples máscaras
de lo femenino:
I
tomo
su herencia
de
edades en quiebra
los
oficios tristes del abandono
sus
muertos[12]
IV
casi
deja su tiempo
en
esa casa que nombra en voz baja
mordida
por un quejido de gases
una
madrugada difícil.[13]
XXII
me
acerco a su lengua dolorosa
amaso
un discurso de puertos extranjeros
casas
abandonadas al borde de lo presentido.[14]
En los poemas se aprecia exaltación del padecimiento, no
solamente de los ancestros, sino también de sí misma, lo que, en oportunidades,
refleja un sentimiento cercano al
hastío.
XXIV
Luba
asiste a cuanto soy
detiene
sus raíces
sufre
de nuevo.[15]
Para Teresa Porzecanski, “el vínculo entre judaísmo y
extranjería es paradigma de una marca, de una perturbación”[16].
Ese pasado signado por la extrañeza, que pareciera diluirse en los registros de
cada nueva generación, se ve impelido a preservarse en la palabra poética, y el
ejercicio de reescritura de la memoria familiar permite a la autora reelaborar
su propia identidad. En la poesía de Goldberg, la herencia judía está representada
a partir de alusiones autobiográficas y
memorias familiares que constituyen una especie de estigma de la otredad que ha
heredado
El espacio poético se convierte en el territorio desde
el cual el yo lírico se traduce y
construye una identidad que ha de ser completada por los lectores. De ahí que
diga: “existo cuando otros ayudan a deletrearme”[17]
El discurso poético se despoja de retoricismo para
incorporar giros coloquiales y vocabulario del habla cotidiana. Una poesía que tiende a la narratividad, inspirada en las circunstancias que rodearon
la vida de la poeta, y particularmente
vinculada a la herencia judía. Las
experiencias fundamentales y trágicas de este pueblo forman parte de la
conciencia de los sujetos líricos, al convertirse en materia de los textos
poéticos.
El plaquette Día del perdón es un poema largo. Un yo lírico expone su conflicto
interior en relación a su obligación de la práctica religiosa. El texto
comienza la víspera del día del perdón,
y va describiendo hora a hora las sensaciones de esta mujer, hasta el final
del Yom Kipur.
(Luego)
Hay una mujer encerrada en
su habitación,
de espíritu agrio,
párpados pegados a la
ventana.
Diestra en mirar lejos,
se esfuerza en ver hacia
adentro
—la fecha obliga—.
Nunca halló el ser interior
del que hablan los manuales.
Soporta,
persigue un atajo que salve.
Rezará en una lengua que no
sabe ni la abraza.
Irá hasta el asco y el
dolor.
….
(Yom Kipur 7:00 am)
Un solazo inmóvil fisura el ánimo.
(Luego, apenas desayuno)
Soy sacrílega,
de vano resbalar.
No ayuno,
no ruego,
no pongo en jaque mi
esperanza,
me maquillo con arena.
Escribo mi nombre en un
libro profano,
…
(1:35 pm)
De haber cumplido
con los sagrados preceptos
de este día,
no estaría escribiendo.
…
(6:15 pm. Oscuro ya)
….
Absuélveme, Dios,
por intransigir en la
orilla.
(Tarde. Otro año será)
Ato cabos,
veo que soy feliz.
¿Feliz?
—astuta palabra—.
No puedo quejarme, se ha dicho.
¿Y tú, Dios, te quejas de mí?
Desde la experiencia identitaria múltiple y compleja,
la escritora encuentra en la palabra poética una forma de aproximación a la subjetividad y al autoconocimiento.
Goldberg representa su identidad judía a partir de una
poética de la interiorización del yo el estremecimiento y el desenmascaramiento,
siempre vinculados al origen. Temáticas sobre las que reflexiona con un discurso
a ratos irónico e irreverente, en otras oportunidades desde la aflicción y la
desgarradura, siempre marcado por un tono narrativo.
[1]
George Steiner entrevistado por Hobson, Theo en: “George Steiner: un huésped de
la vida” En Criterio Nº 2310, Noviembre, 2005: http://www.revistacriterio.com.ar/cultura/george-steiner-un-huesped-de-la-vida/
(19/01/2014)
[2]Jacqueline,
Goldberg, Día del perdón,
Caracas, El Pez Soluble (plaquette). 2011.
[3]
Jacqueline, Goldberg, Verbos predadores. Poesía reunida 2006/1986,
Caracas, Equinoccio, 2007, p.22.
[4] Ibid., p. 24.
[5] Ibid., p. 25.
[6]
Ibid., p. 26.
[7] Walter,
KOHAN, Infancia, política y pensamiento.
Ensayos de filosofía y educación, Buenos Aires, Del estante, 2007, p. 15.
[8] Jacqueline, Goldberg, op. cit., p. 29.
[9] Denise,
León, Ghetto y poesía. La pérdida del
hogar lingüístico. En: http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero35/ghettop.html
(Revisado el 20/11#2013)
[10]Jacqueline, Goldberg, op. cit., p. 39.
[11] Ibid., p. 53.
[12] Ibid., p. 343.
[13] Ibid., p. 344.
[14] Ibid., p. 350
[15] Ibiden.
[16] Teresa Porzecanski, “Diáspora e
identidades múltiples”, en Revista de
la Biblioteca Nacional. sobre
traducciones, literaturas sin fronteras, relatos de viaje, ambular de
teorías, exilios y otros desplazamientos
de la escritura, Montevideo, Biblioteca
Nacional de Uruguay, n° 6/7, 2012, p. 47.
[17] Jacqueline, Goldberg, op. cit., p. 29.
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