Carmen Virginia Carrillo
Temujin, hijo de Yesugei, el jefe de
las tribus de los kiutes y descendiente de Khabul Khan, fue nombrado rey de los mongoles en 1196. Unificó
a las tribus
nómadas del noreste de Asia y en 1206, tras dominar las
tribus de la Alta Mongolia, se hizo nombrar Gran Khan adoptando el nombre de
Gengis, “gobernante universal”. Construyó el imperio contiguo más grande de la
historia, el cual se extendió desde las orillas del Pacífico hasta Europa
oriental.
Con un ejército que llegó a tener
cientos de miles de guerreros feroces y los más diestros jinetes, cruzó la gran muralla china en 1211 y tomó
Pekín el año 1215. En 1221 acabó con la dinastía Khwarizm, musulmana de origen
turco, que incluía Turquestán, Persia y Afganistán.
Este legendario personaje del mundo
asiático ha inspirado numerosas novelas históricas, entre ellas La trilogía Gengis-Kan, Batú y Hasta la última mar
del escritor ruso Vasili
Yan; Gengis Kan el soberano
del cielo de la escritora feminista norteamericana Pamela Sargent; la saga épica Conquistador, compuesta por los libros
El lobo de las estepas, El señor de las flechas
Los huesos de las colinas y El imperio de plata, del inglés Conn
Iggulden y El hijo de Gengis Khan (2013),
del escritor venezolano Ednodio Quintero, novela que analizo en esta ocasión.
La obra de ficción de Quintero toma al emperador mongol
como referente para construir una historia desde los principios de alteridad que rigen la literatura fantástica. En el
texto, el hijo neonato del Gran
Khan se transfigura en un jinete insomne que reconstruye su vida mientras
cabalga solitario por los Andes venezolanos.
A través del soliloquio del protagonista, el autor describe
algunos rasgos del Khan y la idiosincrasia de sus seguidores. El despotismo del conquistador mongol, la crueldad
de sus ejércitos, y la desolación
que éstos dejan a su paso son contados por este narrador en primera persona,
cuyas facultades sobrenaturales le permiten tejer una red de acontecimientos y
ensoñaciones en las cuales se entrelazan realidad y ficción, pasado y presente,
vida y muerte.
En la ficcionalización que hace Quintero de Gengis Khan, la
astucia, la valentía, el liderazgo y la fuerza de carácter son descritos como
parte de la idiosincrasia de una raza que ve en su señor el reflejo de sus
propias aspiraciones:
El Khan supo encarnar la imagen que miles y miles de individuos
aislados tenían de sí mismos, y que había permanecido empañada por el tiempo,
la incomunicación, la ignorancia y el egoísmo. Mi padre les habló con palabras
sencilla y rotundas, sembró en ellos una idea novedosa que en realidad es muy
antigua: la idea de reconocerse. Conocerse de nuevo, que es como adquirir el
conocimiento de nuestro propio poder.” (Quintero, 2013: 17).
Sin embargo, son los defectos del poderoso lo que más
preocupan al hijo, quien lo define como “un hombre cercado por la terquedad y
la impotencia, que se rebela, íngrimo y solitario, contra el destino” (52)
En la primera parte de la novela, el neonato monologa desde
el vientre de Zozlaya, su madre, la
princesa de los Urales y favorita del
Khan. Un viejo adivino percibe los poderes excepcionales de la criatura e
interpreta su canto triste, que anuncia
un presagio funesto. Ya en el octavo mes
de gestación, el desconsuelo se anuncia, mientras el feto entona “la balada del
jinete”, cuyo estribillo dice: “¡Ayé, ayé, ayé! ¡Ayé!”
En la segunda parte de la narración, un jinete acompañado
de su caballo y su perro monologa mientras se desplaza por la cordillera de los
Andes, en Venezuela. Han pasado ocho siglos y este alter ego del neonato retorna al hogar, tras un viaje iniciático en
el que busca recuperar la capacidad de soñar, y encuentra al padre muerto.
A lo largo de la obra, el protagonista se define como “una partícula de polvo
vagando por el espacio sideral, acaso dotada con la conciencia de ser” (26), que
se limita “a observar, registrar y
grabar” (27) todo lo que percibe. En el
texto, el pasado es entendido como “una fuerza irresistible, colosal.” (26)
Para Paul Ricoeur, la evocación permite traer al presente lo ausente
percibido, sentido, aprendido (2003: 47) La reconstrucción de un evento
involucra la imaginación, que interviene en la
reelaboración del discurso que da cuenta del pasado. La memoria, como procedimiento de construcción textual, pone en evidencia la capacidad regenerativa
del lenguaje. Así dirá el protagonista: “La memoria, tal como se presenta a mi
entendimiento, no es una mera acumulación de experiencias personales.” (25)
El autor privilegia la hipérbole
como figura literaria ya que ésta le permite ofrecer una dimensión exagerada a
lo onírico y conectarlo con lo fantástico. La alteridad se manifiesta en la
representación del doble y las transgresiones
temporales, espaciales y de causalidad, una estructura binaria simbolizada en
la moneda de dos caras iguales que utiliza Gengis Khan para hacer creer a sus
súbditos que el azar, o los dioses definen la toma de decisiones.
Mi padre, como si tratara de aleccionar a unos escolares díscolos, les
explica con parsimonia que todo se resolverá lanzando al aire una moneda. Si
sale cara, ganamos la batalla. Si sale cruz, perdemos la batalla. En ningún
caso podemos eludir la confrontación.
Me resulta curioso, curioso por no decir raro, que la moneda utilizada
por mi padre para averiguar la voluntad de los dioses tuviera en el anverso su
propio perfil. (52)
Las vivencias del yo y su alter
ego, en los dos espacios geográficos de Asia y América están signadas por insólito y lo siniestro. El
plano de lo real y el plano de lo irreal se alternan a lo largo de la trama y están representados, en la primera parte, por las
percepciones y ensoñaciones del neonato en su estado prenatal y el viaje que éste
realiza en el canto de un pájaro azul
hasta los Andes venezolanos; y en la segunda por el recorrido que realiza el
jinete hacia la casa paterna, mientras padece la irrupción
de un mundo onírico plagado de seres extraños que amenazan al solitario soñador. La
existencia del jinete está determinada por pesadillas en ocasiones aterradoras, en
las cuales la integridad física del protagonista se ve amenazada y la única
salida es despertar.
A través
del sueño y de la ensoñación en la
vigilia se producen los traslados de un ámbito al otro. Los dos espacios geográficamente distantes se alternan en la conciencia
de los protagonistas, y ambos corren el riesgo de no poder regresar a la
realidad: “Cuando estamos dormidos se corre el riesgo de soñar, y en los sueños nos podemos extraviar, y perdido el
rumbo tal vez no encontremos el camino de regreso.” (32)
Si interpretamos el título de la novela como una señal para
determinar la jerarquía de los
protagonistas, podríamos decir que el hijo neonato es el yo y que el jinete, es ese otro
que cabalga en las montañas de los Andes venezolanos y que en
oportunidades reconoce una existencia
anterior en el vientre de la favorita del Khan. También podríamos pensar que estamos ante la
presencia de un mismo personaje que vive simultáneamente en dos tiempos. El jinete dice:
Durante un tiempo fantasioso, que ya se estaba convirtiendo en tiempo
real, me convencí de que flotaba en el
vientre de una muchacha llamada Zolzaya, la favorita del caudillo máximo de los
tártaros, Gengis Khan. Que se entienda de una vez: Zozlaya era mi madre y yo
aún no había nacido. Desde aquel refugio cálido y amniótico yo pontificaba
acerca de lo humano y lo divino como un airado profeta sentado en la poceta. La
sensación de estar resguardado en una especie de búnker antiatómico, donde nada
malo me podía suceder, era tan vívida y convincente que todavía creo que aquel
evento aconteció de verdad. Hasta la fecha nadie me ha demostrado lo contrario.
(…) Creo que estoy en la obligación de dar cuenta de semejante experiencia. Dar
cuenta quiere decir contar, echar el cuento, narrar los hechos tratados en lo
posible de ser claro y preciso, conciso y enfático cuando el asunto lo
requiera. (Quintero, 2013:225)
La alteridad está representada en la proyección del yo en
el otro. Identidad y diferencia se determinan por el lugar que se ocupa. Del espacio
cerrado del útero al espacio abierto de la montaña.
Ambos personajes se presentan como hacedores
de relatos y establecen un diálogo intratextual con un lector virtual. En la
página 28, un lector interpela al
narrador protagonista: “Muy bien, amigo. Lo felicito por su vasto conocimiento
en desastres naturales. Aprende usted muy rápido la lección. Pero permítame
decirle, y disculpe que me entrometa…”
(28) A lo que el hijo de Khan
replica: “Reconozco su reparo, amigo lector. Tiene usted razón al exigir de
este neonato relator una descripción precisa del tema en cuestión.” (28)
El
neonato aprendiz de escritor dice:
Soy el hijo dilecto de Gengis Khan”, tal vez sea un
comienzo engañoso, pues la frase no prueba que el emisor posea alguna
prerrogativa en especial, como la de ser, por ejemplo, el primogénito el único
varón. Y tampoco alude al lugar desde el cual se narra. Algún lector apresurado
podría presumir que el narrador es un sacerdote que predica desde el púlpito de
la iglesia de un pueblito de los Andes, Los Nevados, quizá, y que esa frase
inicial no es más que el santo y seña para una masacre que tendrá lugar en el
templo en los próximos minutos. No es para tanto, señor. (…) Así que, como ya
sabemos que las palabras son instrumentos de aniquilación, con las cuales no es
muy recomendable andar jugando ni abusando, ni sobándolas como si fueran las
doncellas de un mesón, (…) Será mejor, amigo mío, que postergues para más tarde
—o para más nunca— tu vocación de escribano.
Pues sí, mientras me
acercaba a la casa paterna no hallaba cómo dar inicio del relato. La primera frase se me aparecía como un muro
imposible de franquear.
(Quintero, 2013: 226)
Los tiempos de la novela son reversibles. En la primera
parte estamos en el siglo XIII, el imperio mongol se extiende por Asia y Europa oriental. En la
segunda parte nos trasladamos al siglo XXI; sin embargo, en el sueño y en la
rememoración los tiempos se confunden.
Si el futuro es fuente de sentimientos encontrados, el pasado me atrae
con una fuerza irresistible, colosal. Vengo de allá, me digo. He cumplido todos
los pasos necesarios para llegar al punto donde ahora me encuentro. Sin
embargo, no recuerdo ninguno de los sucesos que me trajeron hasta aquí (…)
¿Tendré entonces que imaginar lo que he venido siendo desde la noche de los
tiempos hasta la oscuridad asaetada por relámpagos del día de hoy? (26)
Entre las isotopías fundamentales del texto encontramos la
realidad percibida como la puesta en escena de la alteridad. Así, el ser, el tiempo y el espacio se presentan como duales y mutables.
La memoria, el sueño, el conflicto con el padre y la reflexión metaliteraria, son los ejes sobre los que gira la existencia y reflexión de los protagonistas.
Asia y América son las dos caras de la misma moneda en la
obra de Quintero. Los dos continente representados en el hijo neonato del Gran
Khan, destinado a morir antes de nacer, y
el jinete solitario de los andes venezolanos, son uno mismo en este texto de ficción regido por las leyes de
la alteridad.
Referencias:
Quintero, Ednodio. 2013. El hijo de Gengis Khan. Planeta: Caracas.
Ricoeur Paul. 2003. La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Trotta.
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