miércoles, 12 de febrero de 2025

 

Carmen Virginia Carrillo

 

Rafael Cadenas. Un largo y extraordinario recorrido 

(Publicado en El Papel Literario de El Nacional el 23 de abril de 2023)

             


  Uno sólo espera de los poetas

un óbolo que nos sirva para el trayecto

Rafael Cadenas

 

 

 

Rafael Cadenas ha sido galardonado con  el Premio Cervantes 2022, concedido por el Ministerio de Cultura y Deporte de España, es el primer autor venezolano en recibirlo. Además de ser considerado como uno de los poetas más importantes del país, Cadenas ha sido, también, un venezolano íntegro. Desde muy joven se ha manifestado abiertamente en contra del autoritarismo, las dictaduras o cualquier forma perversa de ejercicio del poder. No dudamos al decir que el poeta es una de las referencias más respetadas e inspiradoras de la Venezuela actual. A pocos días de la entrega, queremos sumarnos, con esta breve reseña de su obra poética, particularmente enfocada en sus primeros poemarios, al homenaje que el Papel Literario rinde al querido y siempre admirado poeta.

            Cadenas nació en Barquisimeto, allí pasó su infancia. Siendo adolescente, fue expulsado del estado Lara por razones políticas  y se mudó a Valencia donde terminó el bachillerato. Una vez graduado, se fue a  Caracas a estudiar derecho. Participó en la primera gran huelga universitaria  junto a Manuel Caballero y Guillermo Sucre, entre otros. Les encargaron  tomar la universidad y  por ello, los apresaron . Tras cinco  días en la cárcel del obispo, lo trasladaron a la cárcel modelo, donde lo retuvieron por cinco meses. Cuenta Cadenas, en una entrevista que le hizo Rafael Arraiz Lucca, que un día lo llevaron al aeropuerto y lo metieron en un avión. Corría el año 1952,  el poeta tuvo que abandonar el país rumbo al destierro, en la isla de Trinidad. Allí vivió cuatro  años y comenzó a escribir un segundo libro titulado Una isla que culminaría en Venezuela y cuya versión original circuló multigrafiada en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela en 1977.

Cae la dictadura de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958 y el poeta  regresa a Caracas, allí comienza a escribir artículos para periódicos y una columna sobre crítica de cine. Entra, luego, a la escuela de Letras donde ejerce la docencia hasta su jubilación.

A los dieciséis publicó Cantos iniciales (1946). Ya en sus primeros poemas se perfilaban algunos de los ejes temáticos que reaparecerán a lo largo de toda  su obra, entre ellos, la exploración del ser y del lenguaje.

En 1959 surge el grupo Tabla Redonda integrado por jóvenes intelectuales -en su mayoría poetas- militantes o simpatizantes del partido comunista, algunos de ellos recién llegados del exilio: Jesús Sanoja Hernández (fundador y principal animador),  Rafael Cadenas, Arnaldo Acosta Bello, Jesús Enrique Guédez, Ángel Eduardo Acevedo, Oswaldo Barreto, Samuel Villegas, Mateo Manaur be, José Fernández Doris, Manuel Caballero, Enrique Izaguirre y los pintores Darío Lancini y Ligia Olivieri.  Luego se incorporarían Irma Salas, Dacha Nazoa y José Barroeta. El grupo, consecuente con su ideario político, desarrolló un persistente trabajo de apoyo a quienes se oponían al gobierno de Betancourt, sin embargo, nunca supeditaron el trabajo artístico y literario a los planteamientos ideológicos, por el contrario, la obra de la mayoría se manifestó al margen de los postulados políticos que, en la práctica, defendían.

            Desde sus inicios, Tabla redonda rechazó y criticó  a las posturas estético-ideológicas del grupo Sardio por considerarlas reaccionarias. Esta pugna contribuyó con la radicalización de algunos de los miembros de Sardio hacia la izquierda y a la inevitable división del grupo, surge así El techo de la ballena. 

Al igual que en  Sardio y El techo de la ballena, los escritores de Tabla redonda desarrollaron una intensa actividad editorial. Publicaron una revista que anunciaba como una publicación de “artes y letras”,  de circulación mensual; sin embargo entre mayo y diciembre de 1959 sólo editaron cuatro números.  En el comité responsable del primer número se encontraban Arnaldo Acosta Bello, Rafael Cadenas, Manuel Caballero, Jesús Enrique Guédez, Jesús Sanoja Hernández y Darío Lancini.  

Además de la revista, bajo el sello editorial del grupo se publicaron libros de sus integrantes entre ellos,  Los cuadernos del destierro (1960) de Rafael Cadenas.

Los miembros de Tabla Redonda consideraban que  la revisión del pasado cultural era fundamental para lograr el cambio en la sociedad.

            Los planteamientos fundamentales del grupo se centraron en el compromiso de los intelectuales  y la desmitificación del escritor como demiurgo. A partir de estos dos núcleos de conflicto cuestionaron la tradición artística nacional; sin embargo, y a diferencia de Sardio y El techo de la ballena, no buscaban una ruptura drástica con la herencia cultural, por el contrario, reconocían la necesidad de la continuidad del trabajo artístico. Las divergencias de Tabla Redonda con  Sardio y con El techo de la ballena se convirtieron en una polémica pública.

             Las posiciones políticas eran determinantes en las valoraciones artísticas y generaban posiciones encontradas de las que pocos lograron escapar. La mayoría de los grupos poéticos que surgieron a finales de los cincuenta y durante los sesenta consideraban fundamental el compromiso político de los escritores;  muchos de ellos produjeron obras de marcado cariz contestatario, como Caupolicán Ovalles y Víctor Valera Mora. Otros, entre ellos  Rafael Cadenas, lograron diferenciar la postura  política de la creación poética. 

             Si bien Tabla Redonda fue el grupo más radicalizado políticamente, sus integrantes no utilizaron la poesía como instrumento de adoctrinamiento, ni como arma de combate. En esta década violenta, como ha sido denominada por la historiografía, unos optaron por llevar al arte la agresividad  y  la iracundia que vivían, otros prefirieron separar el compromiso vital de la obra literaria y centrarse en la reflexión ontológica y  la exploración estética.

El año de 1965 desaparece Tabla Redonda, sus integrantes continuaron con su trabajo intelectual alcanzando, algunos, reconocimiento internacional, tal es el caso de nuestro laureado poeta, Rafael Cadenas.

             Tres años después de la publicación del largo poema en prosa, Los cuadernos del destierro, apareció el poema más conocido de Cadenas, “Derrota”, texto que plasma la crisis existencial de  una generación que se sintió traicionada. En 1966, la Universidad Central publicó Falsas maniobras, libro que  agudiza la problematización del yo poético, que ya se anunciaba en los textos anteriores.

La obra de Cadenas dialoga con la cultura oriental, particularmente con el pensamiento vedántico, el taoísmo y  el zen. De Occidente encontramos en Cadenas los ecos de Arthur Rimbaud, Walt Whitman, Rainer Maria Rilke, D. H. Lawrence, Fernando Pessoa, Giuseppe Ungaretti, Czeslaw Milosz, Henri Michaux, Carl G. Jung, Alan Watts, entre otros.

Ya en Una isla (1958), poemario cuyos ejes temáticos son el amor y el destierro, muestra Cadenas su interés por la indagación sobre el lenguaje y su relación con la realidad:

SOLA,

Insegura,

Apremiante

Palabra,

Casa Sin extravíos.

 

Para ella desearía

la fuerza

de los árboles.

(2022,50)

 

En Los cuadernos del destierro (1960) destaca la reflexión sobre la identidad del ser y la palabra poética. El hablante se define por su condición de desterrado e intenta fundar un mundo mítico en el cual reconocerse. El desarraigo genera una  crisis de identidad  que el texto poético busca restablecer, relato fundacional  que tiene como marco de fondo el espacio insular de Trinidad. Entre las características más resaltantes del texto se encuentran la fragmentariedad y la ruptura de la lógica del discurso.

Este largo  poema en prosa se enlaza con toda una tradición de poesía narrativa que se inicia en el siglo XIX con los románticos, continúa en Baudelaire y que en América Latina alcanza con Azul de Rubén Darío su concepción más moderna.

La relación del  libro de Cadenas  con Una temporada en el infierno de Rimbaud se percibe desde las primeras líneas. Al igual que el poeta francés, Cadenas inicia el texto estableciendo el origen  ancestral y  mítico del hablante:

Yo pertenecía a un pueblo de grandes comedores de serpientes, sensuales, vehementes, silenciosos y aptos para enloquecer de amor.

Pero mi raza era de distinto linaje. Escrito está y lo saben –o lo suponen- quienes se ocupan en leer signos no expresamente manifestados que su austeridad tenía carácter proverbial. (7).

            Una vez determinada la genealogía, el hablante se describe a sí mismo “Soy desaliñado, camino lentamente y balanceándome por los hombros y adelantando, no torpe, más si con moroso movimiento” y anuncia el propósito del texto: “relataré no sin fabulaciones mi transcurso por tierra de ignominias y dulzuras, ruptura y reuniones,…” (8), rescatar del olvido las vivencias del destierro, y poner en evidencia la intervención de la imaginación en la construcción del poema. La fabulación constituye un ingrediente complementario del texto a través del cual el poeta, en un permanente oscilar de un extremo a otro, se muestra y se enmascara.

El hablante, escindido, se pierde en una multiplicidad de rostros, “un día comenzó la mudanza de los rostros. Uno suplantaba a otro, sin cese. Tal día fueron cien, tal otro mil; todos escenificaban un danza de posesos sobre mis hombros” (9); la representación de un yo dividido plasma los  enigmas de un sujeto que ha perdido su unidad y que puede llegar a la disolución total de sí. Ese yo fragmentado reitera su fidelidad a la memoria:

Hice mis particiones.

Aguas en la memoria, absolutas como los de-

siertos, solamente el silencio del otro en el fo-

llaje puede compararse con vuestro espíritu.

(11).

 

            Y así continúa enumerando imágenes, situaciones, lugares, sonidos, frases de terceros, objetos. Palabra que nombra y al nombrar da nueva vida a los recuerdos, palabra génesis del exiliado que se desborda en imágenes surrealizantes:

Por entre árboles morados ángeles negros tocan la noche

de cuero de cocodrilo. El  cielo  se  pega  a  la  costra  de

los  vegetales. Un  pueblo  aplastado  por  las pezuñas de

la luna  desentierra  voces sepultadas  por  marejadas  de

exilio. (15).

 

            El olvido es una amenaza permanente, en la medida en que los acontecimientos pasados se van borrando de la memoria,  el individuo  va perdiendo  su identidad. En el poema, el hablante lamenta la pérdida de los recuerdos “De aquel idioma raro y de mis pasos por la tierra dicha no existe imagen alguna que no esté hoy extinguida” (16). Todo el texto representa un intento por rescatar las memorias de ese tiempo vivido en el exilio, de la lengua hablada en el país extranjero. 

La alteridad se ofrece como posibilidad para el rescate de la identidad perdida: “Me refiero a la casa meridional del agua donde el olvido recobra sus espejos azules” (18). La presencia del sol, el mar, la luz, se reitera a lo largo del poema; aguas resplandecientes que reflejan las emociones de un yo que se debate en la duda “Mi único caudal eran los botines arrancados al miedo” (19). Comienza entonces la larga lista de inseguridades:

Yo nunca supe si fui escogido para trasladar revelaciones.

Yo nunca estuve seguro de mi cuerpo.

Yo jamás pude precisar si tenía dos manos, dos piernas,

un rostro, una historia.

Yo ignoraba todo lo concerniente a mí y a mis ancestros.

(21).

 

El texto está organizado a partir de dos tiempos, un  presente que se vive añorando, un pasado que se ha ido. Del pasado se conservan sucesos, separaciones, contradicciones, encuentros, pérdidas y reparos. El país del destierro frente  al país natal;  la muerte aparece como  la estación final de las  trajinadas mudanzas de la vida.

El hablante se muestra decepcionado y derrotado y nos  dice “Arqueado sobre mi memoria como un ángel despojado de su candidez… Yo desconfío” (29). La representación que el poeta hace de sí mismo oscila entre el polo mítico y el  realista; por un lado tenemos al vate que se reconoce en los orígenes míticos, por el otro la autoreferencia. En uno se oculta y en el otro se revela, llega incluso a manifestarlo de forma explícita: “He resuelto mis vínculos. Ya soy uno” (10), luego “Estoy aquí” (22), y más adelante “Voy a ocultarme de nuevo” (55), para finalizar diciendo “Ahora he regresado. Mi razón ha vuelto a su sitio y a él se ajusta como a la almendra su máscara… He recuperado mi nombre” y de nuevo el ser fragmentado que intenta recuperar su unidad “¡Oh!, tu mi enemigo, dentro de mí, entrégame las llaves definitivas para abrir el más claro aire, las arcas transparentes.” (58-59). El constante debatirse de un ser dividido entre dos realidades se reitera en este fragmento en que el yo interpela a su alter ego:

Con mi voz de calcinado expósito y rodeado de lo preterido, saludo. Calma. Saludo de frente como un ahogado. Calma. Saludo de frente como un réprobo. Calma. Saludo de frente como un ladrón. Clama. –Rafael ¿me oyes? ¿Estás ahí? –Sí, te oigo. Estoy aquí, estoy aquí, estoy aquí. (41).

 

Al nombrarse se identifica y a la vez se distancia, esta marca de sí mismo es a la vez una extrañeza.  Este sujeto no es solamente un desterrado político, es también un “desterrado de sí, a pesar de sí” (115).  

Las dos pasiones ante las que el hablante claudica son un ´tú` femenino a la que dedica parte de estas memorias y el lenguaje “Así como sucumbo a vocablos pudiera sujetarme a tu mirada” (48).

En Los cuadernos del destierro conviven los contrarios, magia y logos, sonido y silencio, presencia y ausencia del hablante, en una lucha por superar el límite del lenguaje mismo.

Mi palabra tiene acento de oración porque el término  del  amor   que   es   destrucción  ha  traído también el deceso de la sed.

Por eso mi palabra tiene ritmo de teoría solemne de contristados y acongojada recorre los cauces graves del logos.

Sin embargo, he aquí que hoy me desnudo y salgo a revocar mis devastaciones.

 (…) (51-52).

 

El hablante plantea la incapacidad del lenguaje para nombrar la realidad, para revivir el pasado y para expresar los estados de ánimo. Esa “amorosa hostilidad hacia el lenguaje” de la que habla Steiner, ese intento de traspasar las fronteras de su lenguaje, se percibe en estos versos de Cadenas:

Mientras caminaba el trecho que marca mi derrota me desesperaba la insuficiencia de mi idioma. Consultaba los inabarcables cursos del verbo, inquiría de las tablas de la dicción sus secretos trasvasables. (54)

 

            La realidad se diluye en las aguas de la imaginación y las fronteras entre uno y otro mundo se borran, al punto en que el poeta se pregunta: ¿He recorrido en verdad los caminos que nombro? (55).

            Un yo lírico que se dibuja desde un imaginario mítico alterna con un yo autobiográfico que se asoma a ratos, ofreciendo pinceladas de la historia personal de Cadenas. Las vidas de estos dos ´yoes` es narrada entrecruzadamente  a lo largo del poema.

El poema “Derrota” (1963) puede considerarse una muestra fundamental de la poesía conversacional en nuestro país. En un  lenguaje en apariencia directo, despojado de artificios, el poeta reitera la sensación de fracaso que ya había anunciado en Los cuadernos del destierro

Yo que no he tenido nunca un oficio

que ante todo competidor me he sentido débil

que aprendí los mejores títulos para la vida

que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo

    que mudarme es una solución)

que he sido negado anticipadamente y escarnecido

   por los más aptos

que me arrimo a las paredes para no caer del todo

que soy objeto de risa para mí mismo

 (1979:111-113) 

            El hablante, en una actitud autocrítica exacerbada, se va describiendo en función de la enumeración detallada de sus carencias, negaciones  e insuficiencias. El poema se articula a partir de la repetición anafórica de la conjunción “que” con la variante “que no” y termina con una conclusión que pareciera volver al principio del acto expiatorio. Construcción de una autoimagen pública en negativo; burla y juicio crítico de sí mismo que lleva implícito un cuestionamiento de la sociedad en general.

            En “Derrota” percibimos un diálogo intertextual con el poema de Fernando Pessoa, -en la voz de su heterónimo Alvaro de Campos-,  “Tabacaria”. Visión pesimista de un mundo que pareciera cerrar todas las posibilidades de integración al hablante, quien se representa en una completa y total disyunción con el entorno social.

En Falsas maniobras (1966) Cadenas da un cambio significativo de estilo. Si bien encontramos algunos de los asuntos de los que ya habían ocupado en Los cuadernos del destierro, tales como la problemática del exilio, la presencia del doble, la reflexión sobre el lenguaje, el cuestionamiento de la identidad de un yo poético conflictivo y desadaptado;  incluso el paisaje, que en algunos momentos se convierte en el eje de los poemas, es el mismo. Sin embargo el lenguaje es otro, en este  poemario Cadenas se despoja de la metáfora surrealista, del discurso poético ambiguo y polisémico, alquimia verbal. La concepción estético-filosófica ha cambiado, ahora la escritura quiere ser un acto de revelación y busca en el Oriente, en el budismo Zen la iluminación. 

En Falsas maniobras el hablante lucha consigo mismo y con un entorno al que percibe hostil; conciencia desgarrada que realiza un ejercicio de autoacusación. El conflicto existencial se despliega en los desdoblamientos y la vacilación del hablante frente a las demandas del entorno social.  Ya en el primer poema nos encontramos con un yo fragmentado, escindido que se debate entre complacer las demandas de los otros o permanecer fiel a sí mismo. Este conflicto se acentúa en poemas como “Monstruo” en el cual el hablante poético se desplaza; trasladado a una tercera persona da paso a la objetivación del sí mismo. Este ´él` cuyas huellas autobiográficas podemos perseguir, da lugar a  un distanciamiento crítico que le permite al poeta hablar de sí mismo como si fuera un  ´otro` externo y distante:

El hombre sin piel se levanta tarde, evita los

comunes tropiezos, rehúye toda relación.

 (77)

En el poema “El que es” el yo se desdobla en un ser exterior que está en contacto con el entorno y un yo interior que permanece al margen, aislado e incomunicado y a salvo de las agresiones del mundo: “Si alguien me toca, sólo me toca a mí, a ese mí orgulloso, ese mí que no deja franquear su claustro, y no a ese otro alguien, informe, vasto, neutro, que hace gestiones en la oscuridad” (1979:105). Sin embargo en “Rutina” el hablante busca su unidad, nos habla de su habilidad para reconstruirse “Sé reunirme pacientemente, usando rudos métodos de ensamblaje./ Conozco mil fórmulas de reparación. Reajustes, atornillamientos, tirones, las manejo todas” (104). El  sujeto poético se define en su condición de outsider, del ser que se debate entre aceptarse tal como es o rechazarse, adaptarse o  mantenerse al margen. “(No se trata de rearmar un monstruo, eso es fácil, / sino de devolverle a alguien las proporciones)” (104).

Nos encontramos con un lenguaje decantado que tiende a la economía verbal. El autor declaró explícitamente la intención de cambiar su escritura a partir de la nueva visión de la realidad heredada de las filosofías orientales. En  “Reconocimiento” señala:

Me veo frente a este paisaje parecido al que protejo.

No soy el mismo. Debo comprenderlo de una vez.

He de encajar en mi molde.

 

He acechado la aceptación súbita de mi realidad.

 

Despedí la poesía que se cuelga de brazos.

 (96)

 

            Cadenas propone una nueva poética más auténtica y comprometida, a la vez que nos deja entrever la tendencia orientalista de sus planteamientos metapoéticos. La búsqueda de la iluminación a través del Budismo Zen se hace más explícita en los poemas “Mirar” y “Satori”.

El poeta insiste en la reflexión metapoética sobre la capacidad nominadora del lenguaje y  de la poesía.  Vida y escritura congregadas en la página en blanco. La poesía da nombre a los objetos y al nombrar entra en contacto con el ser de las cosas; el poema es el mundo, la experiencia del hablante, sus carencias. Es por ello que  Cadenas se afana  en la búsqueda de la exactitud del lenguaje.

En su siguiente libro, Intemperie (1977), formado por poemas en verso y en prosa, Cadenas cambia el tono de su escritura, de la celebración pasa a la queja. El hablante describe sus flaquezas:

Se hunde uno,

se atasca, Se desoye

y vuelve a unirse. Un pantano.

…(2022, 191)

 

El libro cierra con el Ars poética del autor: “Que cada palabra lleve lo que dice./ Que sea como el temblor que la sostiene…” (195).

 Luego vendrá Memorial (1977), que reúne los poemas de “Zonas” (1970), “Notaciones” (1973) y “Nupcias” (1975).  Poemas breves, escritos en verso y en prosa, reflexión  fragmentaria sobre la cotidianidad y el amor.

En los años ochenta publica Amante (1983). En este poemario, un yo lírico se dirige a una parte de sí mismo que parece ajena, el amante que existe dentro de él; sin embargo, actúa como un visitante o un extraño. Estamos ante a puesta en escena de la dualidad: “No soy lo que soy ni lo que no soy”, dirá el poeta. La presencia del “otro” como proyección negativa del “yo”,  plasma el desconcierto de un sujeto en crisis que asume nuevos modos de representación de sí mismo.

 Gestiones (1992) nos muestra  un yo fragmentado que busca la “honradez” en la escritura.  Además de la temática amorosa, insiste el autor en la problemática del lenguaje y  la autorreflexión del sujeto poético, un yo que se desdobla e intenta construir una imagen de sí, evitando el fingimiento y la palabrería vacua. Poesía escueta,  de tono reflexivo, escritura aforística,  que da cuenta del compromiso del poeta con el lenguaje.

En Cadenas, la búsqueda de la identidad no es solamente la búsqueda del ser, sino la búsqueda de la lengua y su materialización en el ejercicio poético. A lo largo de sus textos, reflexiona sobre la capacidad nominadora el lenguaje y  los procedimientos a través de los cuales el poema se convierte en un generador de mundos.

Bibliografía del autor:

 

CADENAS, Rafael. 1966.  Falsas maniobras.  Caracas: UCV.

 

______________.1960.  Los cuadernos del destierro. Caracas: Tabla Redonda.

 

______________. 1979. Los cuadernos del destierro. Falsas maniobras. Derrota. Caracas.

______________.2022. Obra entera. España: Pretextos.

 

 

jueves, 23 de enero de 2025

LA POESÍA DE CARLOS LISCANO: LA BÚSQUEDA DE LA PALABRA QUE REORGANICE LA VIDA.


Carmen Virginia Carrillo

 

LA POESÍA DE CARLOS LISCANO: LA BÚSQUEDA

DE LA PALABRA QUE REORGANICE LA VIDA.



(Texto publicado en:  Carlos Liscano. Ficções do eu ficções do outro. 2013.

 Liliana Reales/Roberto Ferro (organizadores)  Florianópolis: Cultura e Barbárie) 


 

    Un joven que sueña con ser escritor, que decide postergar su sueño porqueque siente la necesidad de tomar posición frente a la situación política que vive su país. Un joven que se hace tupamaro, que es hecho prisionero, torturado, sometido a castigos de aislamiento. Un joven que se vuelve hombre a lo largo de trece años de presidio y decide escribir parar salvarse “del delirio permanente”[1]. Un hombre que hace de la escritura su “delirio controlado”[2] en medio del horror de la represión carcelaria; que encuentra entre los muros de la prisión su razón de ser a través de la escritura. Un hombre que sale al exilio y regresa a su país natal tras once años de ausencia. Un escritor que da su opinión sobre lo vivido; que encuentra en el lenguaje el mayor tesoro que al hombre ha podido ofrecerse, que entrega al lector un universo textual de una vasta riqueza. Me refiero al escritor uruguayo Carlos Liscano, el escritor de cuya poesía hablaré en las próximas páginas. 

Para Dilthey el contenido de un poema se fundamenta no solo en la experiencia de vida de su  autor sino también, y sobre todo, en la repercusión  afectiva e intelectual de la misma[3], de ahí el carácter subjetivo de la lírica.  El escritor, en tanto sujeto ético, se  responsabiliza de sus actos y de sus palabras, y ofrece su testimonio  desde una dimensión moral y autobiográfica. En este sentido se puede entender la identificación que, en algunas ocasiones, se establece entre la figura del autor con el yo lírico que habla desde sus poemas.

Como sujeto problematizado, el escritor recurre al lenguaje para expresar el ser y su relación con el mundo. En el texto poético, el autor se desdobla, es a su vez sujeto de la enunciación y del enunciado, y desde el poema ofrece una “versión íntima”[4] de un aspecto de la realidad con la que pretende persuadir al lector, hacerlo cómplice. 

En Carlos Liscano, el texto poético se convierte en compromiso vital, espacio de la memoria, autodefinición, renuncia de sí. “La única, la palabra responsable, exacta.”[5]

En el poemario ¿Estará no más cargada de futuro? (1989), el espectro referencial del hablante se circunscribe a un contexto situacional particular del autor: la reclusión de trece años (1972-1985) en el Establecimiento Militar de Reclusión Número 1, llamada la cárcel de Libertad, por estar ubicada en la ciudad del mismo nombre, y el posterior exilio en Suecia. A lo largo de esos años, la escritura se convirtió en “puerta abierta”, “válvula de escape”, “libertad”[6] en medio de la opresión y el desamparo. En el silencio del aislamiento carcelario, el poeta lleva a cabo un diálogo consigo mismo, ese diálogo se traduce en palabra poética y el poema en esperanza.

Forzado a permanecer incomunicado, el poeta vive de la memoria y trae al presente vivencias de la infancia:

 

Niño en la tarde que yo era

Corriendotras el aro.

Alegría de aprender el mundo junto a la bahía.

Yo soy o era aquel que descubrió una vez la fuerza

de la gente unida en marcha.[7].

         

          A través de la enunciación lírica, el autor construye un espacio en el cual los tiempos se acercan y el pasado se actualiza en el poema.

            La reflexión sobre el tiempo es una recurrencia temática en la obra poética de Liscano. En los poemas concurren un presente cuyo transcurrir es lento: “Pedaleo los minutos uno a uno”[8] —dice el yo lírico—, tiempo sin tiempo del condenado:

 

El tiempo transcurre gris

y numerado

entre paréntesis de ver

de y verde.[9]

 

 

y un pasado delineado por la alteridad del ser que se ha convertido en otro:

 

Te recuerdo, solo, alto y delgado, muchacho,

queriéndote inconfundible.

Pura llama consumiéndose entre llamas,

luchando por ser yo. Es decir, no el de ahora,

aquel, el que tú sabes, el otro.

Y no era así…

¿O sí era? ¿Quién lo sabe?

¿Aún vive el otro, el mejor yo a que tú aspiraste?

Porque la tenue luz que eres, reflejo

de todos los espejos, también se refleja en los otros y

vuelve. Y el mejor, el soñado,

el nunca jamás confesado, solo sujeto,

ése aquel, solo y alto,

todavía quiere llegar a ser.[10]

 

 

          El hablante se reconoce como un ser escindido entre el sujeto que era y el que ahora es. Estamos frente a la autocreación de un “yo” que se describe en el flujo constante de la memoria. Un “yo” subjetivo, con una historia particular,  se convierte en  “yo impersonal, representación de todos los hombres. El autor se desvanece en la sombra del yo enunciativo que lo contiene, pero a la vez lo supera.

En Liscano, la reflexión sobre el lenguaje y la palabra va acompañada de una serie de reflexiones metapoéticas. En el poema 4 del primer poemario, el hablante precisa: “Férrea ley de mis poemas:/ escribir para no decir nada.” (8)Nos encontramos frente a la interrupción del sentido mismo del acto poético, que supone la creación de un decir esencial. En el poema 8 la presencia de palabras fragmentadas y silencios gráficos da cuenta de la percepción que el yo del poeta tiene de la escritura:

 

Al final, después de cuatro

o cinco

versos

la poesía siempre se

                                     me esca

                   pa.

 

Nunca sé si tiene diez

 

               O Nue

               ve sílabas.

 

Cuando quiero con/tar/las/

ya la estro   fa   que

                                                da.

No terminada.

Sin aire.

                        O en él[11]

 

          Esa condición huidiza que el hablante adjudica a la poesía, ofrece una imagen de inacabamiento que coincide con el intento del  poema de describir el intento fallido de la propia creación. La dificultad finalmente se resuelve en el texto poético ofrecido al lector, que pareciera concluir  en la no-escritura.

Palabras negadoras y a la vez generadoras de nuevos significados, que a su vez se presentan como elusivos e inasibles, tal como se reitera en el poema 10:

 

La poesía, el luchar sin

contra quien.

El mano a mano con el ángel.

Este intento de asirle las alas.

Plumerío que queda

entre los dedos.[12]

 

          En el poema 17, el yo poético nuevamente pone en escena el proceso creador; sin embargo, en esta oportunidad, el silencio se presenta como consecuencia inevitable del intento fallido de la escritura:

 

Bate mi verso el bombo y ni

bochinche mete.

Mi tambor parche de plumas.

Algodón el grito de mi lengua.

De escasez palabras tanta.

Dolor el duro silencio.

 

Jamás habrá poesía

si no canta el corazón del hombre.[13]

 

Para el escritor, el silencio puede ser una elección voluntaria o una imposición, esta última generalmente proviene de los detentadores del poder y los represores. Cuando se está obligado a callar, el silencio se convierte en el espacio de la mutilación; sin embargo, cuando el silencio es la única arma del condenado, se transforma en expresión de resistencia.

La representación del silencio en el texto poético puede expresar advertencia, desafío o apremio del hablante, cuando este siente la dificultad de transmitir. Estamos frente a un poema que no logra decir, que solo puede hablar de la ausencia de la palabra; no obstante, en el poema citado, el verso final deja abierta la posibilidad de restituir la palabra en  la medida en que el enunciante recupere su esencia emotiva.

En el poema 22, titulado “Autobiográficas”, el yo poético lleva a cabo un soliloquio imaginario en el que establece un paralelismo entre el ser y la palabra que lo nombra.

 

Severo, sobrio, serio.

¿Qué me falta?

Justo.

 

Qué ridículo.

 

Severo, grave, seco.

¿Qué mas?

Íntegro.

 

Qué pose.

 

Severo, puro, austero.

Súbito verso blanco.

 

Hilo tenso del arco de mi verso,

¿cuál de los tres, brazo, flecha

O arco,

Dará en el blanco?[14]

 

Rubén Muñoz Martínez explica que la palabra poética “crea un espacio libre, en donde la cosa puede llegar a mostrarse plenamente desnuda.”[15] Los versos de este poema  de Liscano configuran ese espacio en el cual el yo poético intenta definirse en función de adjetivos que pudieran calificarlo, a la vez que genera un paralelismo entre el poema y el ser. La interrogación que cierra el texto invita al lector a elegir entre las posibles respuestas y de esta manera, complementar el intento del hablante por definirse.

En este poemario, el autor dedica cuatro poemas a “La casa”. En el segundo de ellos, de 1980, se plantea la necesidad de “dejar la casa”: “Abandonar la casa, olvidar un padre, aquella madre.”[16],  como única vía para salir al mundo, para disolverse en el todo.

Lo aprendido, lo olvidado serán los cimientos de la nueva casa,  entendida esta como el lugar del fuego y del amor. El hablante aspira convertirse en casa, ser la propia casa y ello solo ha de ser posible en el diálogo que establezca con los otros, en la palabra pronunciada, compartida, tal como se expresa en el poema 38, “La casa IV”:

                                                

Y cuando encuentre a los hombres por el camino

y me detenga a conversar con ellos,

cuando les dé mi nombre y me den el suyo y

bebamos

yo en sus botellas y ellos de la mía,

sabré que ellos entonces están en mi casa

y diré: He llegado, por fin he llegado a casa.[17]

 

 

Miscellanea observata, el segundo poemario de Carlos Liscano, fue escrito entre 1989 y 1994 en Estocolmo. El libro está dividido en tres partes: “Paseo en Södermalm” que consta de nueve poemas numerados; “La cena” con solo dos poemas numerados y “Mar ajeno” con treinta y cuatro poemas titulados.

En “Paseo en Södermalm” los poemas están escritos en verso. En el resto del libro, se alternan poemas en verso y en prosa. En los textos, un hablante reflexiona sobre la palabra; la relación entre la palabra  y la vida; la vida como repetición de otras vidas.

La soledad del exilado es descrita como un estado irremediable del presente en el cual el hablante se escinde, se hace otro. Es la dualidad de quien se encuentra divido entre dos tiempos: el presente y el pasado; dos situaciones vitales: la reclusión y  la libertad; dos lugares: la ciudad que habita y la ciudad de la memoria, la que tuvo que dejar atrás y a la que se anhela regresar. Extranjero de sí mismo, declara:

 

Mi vida es caminar en una calle que no está.

Mi vida es caminar donde no estoy, y estar donde no marcho.

 

(Tal vez alguna de estas palabras no ocupa su verdadero

sitio.)[18]

 

Y en el poema 3:

 

Camino en Södermalm. Este es mi barrio, dicen las

palabras.

No, yo soy de La Teja, me digo.

Aquí estoy vivo. No hay nada, no hay nada más que eso.[19]

 

 

El diálogo entre la palabra –en este caso hecha escritura— y el silencio, que constituye uno de los ejes temáticos en ¿Estará no más cargada de futuro?, reaparece en el segundo libro, y  pone en escena la angustia que genera en el escritor el temor a la esterilidad creativa. En oportunidades, el poema se puede leer como representación de la dificultad por nombar:

 

Al frente el lago.

Detrás el bosque.

Azul en lo alto.

 

Alguien escribe.

 

Alguien escribe:

el lago, el bosque, el cielo.

Silencio.

 

Desaparece.

 

Nadie escribe.

Lago, bosque, cielo,

alguien,

desaparecen. [20]

 

Para María Zambrano, las palabras “tratan de apresar lo más tenue, lo más alado, lo más distinto de cada cosa, de cada instante.”[21] En el poema anterior, ese intento se ve obstaculizado por el silencio, el cual se presenta como una amenaza que anula la posibilidad de decir.

La relación natural y espontánea que existe entre las palabras y la realidad pareciera ser cuestionada en los siguientes versos:

 

No hay palabras que reorganicen la vida.

 

(Alguna vez la palabra coincide con el mundo.

Aire tibio la palabra.

Todo está permitido. El que se lamenta pierde.)[22]

 

El poema enuncia la continuidad del ser en función de su relación con  el lenguaje. Creemos ver en estos versos la representación de palabra como bien primigenio, como posibilidad suprema de que el hombre sea, tal como lo plantea Heidegger en su texto Hölderlin y la esencia de la poesía. Es el regresar a nosotros mismos que permite, como dice Xirau, “oír el verdadero decir de la palabra: su decir anunciado, pronunciado y callado.”[23]

Digo: haber hablado en vano 25 años

y seguir buscando en la palabra la verdad de las cosas.[24]

 

En la segunda y tercera parte del libro, poemas de corte narrativo dan cuenta de diversas situaciones vitales del hablante. Las consideraciones sobre la necesidad de quedarse en un lugar y el deseo de regresar al país de origen se complementan con nuevas reflexiones sobre la relación entre la palabra y el silencio.

Llama particularmente la atención el poema “El silencio del mundo”, ya que propone un planteamiento sobre el silencio diferente al expuesto en el primer poemario. No es más la carencia, la imposibilidad; por el contrario, el silencio es lo que da sentido a la palabra en tanto que vive en ella. Nos hallamos ante la presencia del silencio esencial, que encuentra en la palabra su morada. Según Xirau es “el silencio que expresa: el silencio que, dicho, entredicho, visto, entrevisto, constituye nuestro hablar esencial”[25]:

 

El silencio del mundo

 

Cuando se escucha atentamente se oye el silencio.

En el silencio hay una voz que habla. Es una tenue voz.

Hay que insistir, olvidarse. Entonces habla la voz.

Si no se oye la voz no se ha oído el silencio.

Se es en proporción al silencio que se escucha.

 

 

Las cosas están en el silencio. Son animales mansos,

sedientos de caricias.

¿O son esos animales el silencio?

 

Una cosa funda su espacio, puebla el silencio.

Las cosas que carecen de silencio no significan nada.

Un hombre alza el silencio, y bajo la cúpula del silencio,

todo se le ordena en torno.

 

Un escritorio, una silla a su lado, un teléfono, una lámpara, otra silla, una alfombra, un frasco de perfume, un cenicero, un reloj, dicen una historia.

Un diploma de un soldado de una guerra de hace cien

años, el diccionario de la Academia, otra lámpara, la foto

de una niña, otra foto de una pareja con un niño, un jarro

lleno de lápices, muchos libros, cuentan una vida.

Una ventana, siempre una ventana, papeles, papeles,

una carta abierta, carpetas, más libros, mapas, una taza

vacía, construyen el lugar.

Un hombre, un hombre no expresa nada.

Un hombre en el silencio de sus cosas comienza a tener

sentido.[26]

 

          En el poema “El instante” el yo poético  hace un balance de la existencia partiendo de su relación con la palabra y el silencio:

 

De cierto digo: abundé en palabras. La lengua es fácil, el

silencio fuerte.

Sobre mi mesa la poesía no dejó estallar su luz, como yo

hubiera querido.

Alguna vez tuve la suerte de que la amistad y el vino do-

minaran la casa. Nos veíamos las caras a través de las

copas y no nos importaba vivir cien años o morir en el

momento. Habíamos logrado cercar el tema, el único.

Duró un instante, y fue suficiente.

[27]

 

          El sentimiento de insatisfacción recorre el poema, solo el instante vivido a plenitud pareciera satisfacer al hablante.  El yo lírico, que en varios poemas de este libro se define en función de la palabra: “Soy lo que he escrito. Unas páginas que ni a mí me importan. Nunca sabrán quién fui ni siquiera si yo las escribí”[28], pareciera advertir la capacidad de consumar[29] que la propia voz adquiere  en el texto: palabra que en oportunidades se hace eco  y en otras  máscara.  De ahí que sólo en el silencio encuentre el hombre el sentido de la existencia.

 

La sinuosa senda[30], tercer poemario del autor[31], está dividido en dos partes: “La cabeza contra el muro” y “La senda”. En esta oportunidad, el autor recurre únicamente al poema en prosa.   En la primera parte,  un yo poético se describe a partir de un estado de soledad extrema. Estar condenado al aislamiento, buscar la lucidez en la palabra, ser en la palabra, en lo que se nombra, permiten al hablante encontrar una luz en medio de la oscuridad que lo circunda. El binomio luz/oscuridad se amplifica hacia los estados mentales de lucidez/locura.

Para Heidegger, la “poesía es fundación por la palabra y sobre la palabra”[32] En ese viaje hacia el interior de sí mismo, hacia el abismo, solo la palabra instauradora, inicial puede salvar al yo lírico, porque únicamente la palabra da cuenta del ser:

 

Nombrar y ser en lo que se nombra; nombrar

Hasta que no quedan palabras y el chorro de voz se

hace grito, susurro, puro aire tibio de animal per

plejo, y sigue nombrando, regresado al origen, al  

asombro, a la primera vez, cuando era uno con la

naturaleza: era naturaleza.[33]

 

 

El poeta es el encargado de dar nombre a las cosas y en ese oficio también  se nombra a sí mismo. Nombrar para entender, para saber, para hacerse parte de lo nombrado:

 

Ser en lo que se nombra. Querer ser sólo en lo

que se nombra.

Volverse lo nombrado, volverse sólo palabra.

Volverse aire tibio de la voz.

Ser el vaho que se diluye en el aire frío de la

madrugada, los ojos abiertos, ciegos de lucidez,

sabiendo todo, sin pronunciar palabra, para anular

la maldición, la que persigue al animal hablante.[34]

 

El ser fragmentado en múltiples voces  busca la unidad y proyecta su deseo  en el texto: Ser lo nombrado, borrarse, volver a construirse en el lenguaje:   

18

 

Ser el torrente de palabras y a la vez estar fuera del

Torrente, observando a ese que es, a ese que pasa, a

ese que corre, que ha nombrado, que solo existe

porque se nombra”[35]

 

 El yo poético se niega a aceptar lo evidente, irrumpe en el silencio inefable  y busca  la esencia de las cosas, su infinitud, más allá de los límites. Así, entra en contacto con la alteridad, dialoga con ella desde la sombra, a sabiendas de que solo del otro lado de la palabra se encuentra la verdad.Deseo que se abre y se cierra en la insaciable búsqueda:

 

25

La palabra es un muro.

La palabra alza un muro entre el que nombra

y lo nombrado. Lo que tiene nombre se vuelve

incognoscible.

Para saber hay que demoler la palabra, ir más allá,

Donde reside lo nombrado.[36]

 

26

Buscar la bestia, lo oscuro. Ir a lo oscuro.

Buscar la luz en la oscuridad. Llegar con la palabra

a lo anterior a la palabra, al lado de allá, donde

estuvo la bestia, donde la  bestia está, vive, clama en

silencio que se la deje ser.

 

 

La segunda parte del poemario está compuesta por poemas de corte narrativo, algunos de ellos ambientados en Estocolmo, que relatan la vida del exilio; describen la ciudad, su dinámica y la cotidianidad del hablante; Una mirada reflexiva sobre la vida, el pasado y los anhelos, desde la nostalgia que produce el desencanto.

El  poema “Mejor que haya sido así” abre “La senda”. En el texto, el hablante hace un balance de su pasado: “A los 50 años uno ya sabe que es tarde para todo y que hay esperanza de modificar lo que fue.”[37], más adelante, en “El laberinto”, busca definirse a partir de sus ancestros: “Yo soy ellos. Están en mí esta noche en que se encontraron en el cuaderno de notas de un individuo confundido al borde de los 50 años”[38].

Si bien la escritura puede ser instrumento de liberación del pasado y refugio, el prisionero que fue lo sigue acompañando en el exilio, y ese aislamiento que le permitió buscarse y encontrarse en el lenguaje sigue acosándolo, de ahí que diga el hablante: “Escribir no espanta la soledad de la carne, que es inderrotable.”[39]

            En el exilio la condición del ser es la de “aquí no soy” y el mundo se mira “como si fuera ajeno”, en contraposición con la ciudad de origen, espacio al que se quiere retornar “para no ser dos”, como lo expresa en el poema “Motivo banal para no cambiar de sitio”[40]:

 

Camino ciudades, pueblos que no conozco, y de

los que nunca recordaré el nombre porque no sé

ni me interesa aprender cómo se llaman.

Lejos, allá muy lejos, hay una ciudad donde yo

sé todo, una ciudad donde vivo de memoria, donde

nunca nadie, excepto yo mismo, me pregunta qué

hago en ese sitio.

Aquí, en estos pueblos, me muevo lento, y tengo

la desventaja de estar casi siempre desorientado por

no saber. Pero también la liviandad de sentir que

puedo dejarme ir, porque aquí no soy.

Pero al tiempo, meses o años después, el individuo

Inventado para poder vivir aquí también habrá

Inventado nuevas preguntas. Entonces los problemas

se duplican. Porque las antiguas, las del otro, también

siguen esperando su respuesta.

Ese es el motivo por el que uno regresa y no quiere

moverse nunca más del sitio: para no ser dos.

 

La relación del sujeto con el mundo en tanto que exiliado es ambivalente, ya no se pertenece a la  patria, pero tampoco al país que lo ha acogido.En ese viaje hacia un lugar donde “la vida puede llegar a ser fácil y, con suerte, quizás también bella”[41] el hablante lleva consigo la palabra: “Es una  voz, tenue voz, tímida voz”[42] que lo acompaña. Sin embargo, cuando el hablante acude a la palabra hecha voz “para encontrar el nombre de tantas cosas de mi vida que no tienen nombre”, solo recibe el silencio por respuesta: “se queda horas en silencio”[43].

El poeta funda la realidad con la palabra. Para Heidegger, “la palabra —el habla— es la casa del ser. En su morada habita el hombre”[44]. En los versos de Liscano,  el yo poético muestra una clara conciencia del poder fundacional de la palabra, de ahí que diga en su verso: “A donde voy llevo conmigo la palabra”[45]. Una vida hecha de palabras que en oportunidades parecieran conducir al silencio inefable: “Envejezco entre palabras”[46]

La cárcel, la tortura, el aislamiento, el exilio forman parte de “La sinuosa senda” que le ha sido impuesta al poeta; senda transitada en compañía de la escritura, porque solo en la palabra puede trascender el hombre. Palabras que a su vez  conducen al silencio esencial, previo a toda palabra, origen, principio y fin de la existencia del lenguaje.

 

En los textos poéticos de Carlos Liscano, palabra y silencio articulan un espacio discursivo y referido sobre el cual el autor reconstruye su existencia, desde ese espacio enuncia un diálogo continuo. En oportunidades este diálogo se lleva a cabo entre el yo poético y un alter ego al que se convoca, en otras se propone al lector in absentia.  En ambos casos, la persona del autor se expresa a través de una instancia enunciativa que lo representa y que le permite reconstruirse en el texto.

Los aspectos cardinales de la obra poética de Liscano están relacionados con  el carácter fundacional de la palabra. En los poemas se materializa la esencia del lenguaje, su  capacidad productiva.  La soledad y el silencio consecuencia de la reclusión, el aislamiento y el exilio, son recurrencias temáticas sobre las que el hablante construye su discurso.

 

Bibliografía:

Heidegger, Martin. Carta sobre el humanismo. Buenos Aires: Ediciones del 80, 1985.

______________. Hölderlin y la esencia de la poesía. Bogotá: Anthropos, 1989.

Liscano, Carlos. Miscellanea observata. Montevideo: Editorial Cal y Canto, 1995.

____________. ¿Estará no más cargada de futuro? Montevideo: Vintén Editorial, 1989.

____________. La sinuosa senda. Montevideo: Ediciones del caballo perdido, 2004.

Muñoz Martínez, Rubén. Elogio de la contemplación. Trazos de una mesura imposible.

        Sevilla: Anaquel, 2012.

Xirau, Ramón. Palabra y silencio. México: Siglo XXI, 1968.

Zambrano, María. Filosofía y poesía. México: Fondo de cultura económica, 1996.

 



[2]Ibdem

[3]Dilthey, Wilhelm. Vida y poesía. México: Fondo de cultura económica, 1945

[4]Ferraté, Juan. Dinámica de la poesía. Barcelona: Seix Barral, 1982.

[5] Liscano, Carlos. ¿Estará no más cargada de futuro? Montevideo: Vintén Editorial, 1989. P. 29

[6]En estos términos se ha referido el autor en varias entrevistas.

[7] Liscano, Carlos. Op. Cit., p. 45.

[8] Id., p. 7

[9] Ibdem.

[10] Id., p. 36

[11] Id., p.10

[12] Id., p. 11

[13] Id., p. 13

[14] Id., p.17

[15]Muñoz Martínez, Rubén. Elogio de la contemplación. Trazos de una mesura imposible. Sevilla: Anaquel,2012. P. 61.

 

[16] Liscano, Carlos. Op. Cit., p. 32

[17] Id., p. 34

[18] Liscano, Carlos. Miscellanea observata. Montevideo: Editorial Cal y Canto, 1995. P. 15

[19] Id., p. 17

[20] Id., p. 20

[21] Zambrano, María. Filosofía y poesía. México: Fondo de cultura económica, 1996. P. 21-22.

[22] Liscano, Carlos. Op. Cit., p. 21

[23]Xirau, Ramón. Palabra y silencio. México: Siglo XXI, 1993. P. 151.

[24] Liscano, Carlos. Op. Cit., p. 23

[25]Xirau, Ramón. Op. Cit.,  p.146.

[26] Liscano, Carlos. Op. Cit., p. 55.

[27] Id., p. 68

[28] Id., p. 64

[29] Heidegger entiende por consumar “realizar algo en la suma, en la plenitud de su esencia”. En  Carta sobre

el humanismo. Buenos Aires: Ediciones del 80, 1985. P. 65.

[30]Liscano, Carlos. La sinuosa senda. Montevideo: Ediciones del caballo perdido, 2002.

[31]Con este libro Liscano obtuvo el primer premio de Poesía en el concurso del Ministerio de Educación y

Cultura y en el de Intendencia Municipal de Montevideo del año 2000.

[32]Heidegger, Martin. Hölderlin y la esencia de la poesía. Bogotá: Anthropos, 1989. P. 29.

[33] Liscano, Carlos. Op. Cit. P.12

[34]Ibdem.

[35]Id.,p. 18

[36]Liscano, Carlos. Op. Cit, p.21.

[37]Id., p. 27.

[38] Id., p. 31

[39] Id., p. 33.

[40] Id., p. 41

[41] Id., p. 43.

[42] Id., p. 44.

[43] Ibdem.

[44] Heidegger, Martin. Carta sobre el humanismo. Buenos Aires: Ediciones del 80, 1985. P.65.

[45] Liscano, Carlos. Op. Cit. P.44.

[46] Id., p.  47