Carmen
Virginia Carrillo
Las horas claras, de Jacqueline Goldberg, ganó el XII Premio Anual Transgenérico de la
Sociedad de Amigos de la Cultura Urbana en el 2012. Un texto híbrido en el que
confluyen diversos géneros: La historia, el reportaje, la novela, la poesía.
Comencemos
por la historia narrada: Una mujer: Eugénie Thellier de La Neuville, Madame
Savoye, ya anciana, recuerda la muerte de Georgette, su amiga de la infancia, envenenada
por una oronja verde, y piensa en su propia muerte. Once años han pasado desde que, en 1928, le pidiera a su marido una casa de
campo. Quería ubicarla en Poissy. Contrata al arquitecto Charles Edouard
Jeanneret, más tarde conocido como Le Corbusier. Madame Savoye habita la casa
que pronto comienza a deteriorarse. Llueve fuera y dentro de Las horas claras, así la ha nombrado, porque siempre quiso que la casa le recordara la
luz. La guerra alcanza a Francia, muere
el marido, la casa es tomada por los nazis, ella se instala en su apartamento
de París. Piensa en la muerte, y en regresar a su villa de verano, pero no se
decide. Finalmente, en 1969 se atreve a volver, una oronja verde le proporcionará su hora más clara.
La muerte abre y cierra la novela en un círculo perfecto.
Esta mujer melancólica sufre. No
encuentra alegría en el matrimonio, ni en la maternidad. Solo desea una casa
“para ser en ella” (32). Las nociones de tiempo y espacio confluyen en el motivo de la casa, que a su vez funciona como un "cuerpo de imágenes que da razones o ilusiones
de estabilidad" (Bachelard, 1983).
La casa constituye el eje simbólico
del texto. La historia de
la villa Savoye, su nacimiento, destrucción y resurrección, tiene su correlato
en un periodo de la historia de Europa
en el cual la segunda guerra mundial y
el holocausto judío configuran un eje de inflexión entre la ilusión de habitar la
casa y la tragedia de ser despojada de ella.
Al inicio de la construcción, Madame Savoye se siente
desahuciada, carga con la tristeza a cuestas. Un día, la villa emite “aullidos
de cal”, “el ruido natal” que “aleja el
vacío congénito” y su dueña la habita. Sin embargo, pronto se
vuelve inhabitable.
El cuerpo de la mujer
y el cuerpo de la casa parecieran vivir en sincronía, padecen al unísono el proceso de deterioro físico. La
memoria corporal de su dueña se asocia a
los recuerdos de ese espacio tan anhelado, tan amado y tan padecido.
Habitante de un perpetuo traslado, Madame Savoye es descrita
en su condición de extranjera: “Extranjera
fue siempre, pero no suscitaba desconfianza, no lloraba, no palidecía en los
festines”. (p. 28). A lo largo de la narración somos testigos de
constantes desplazamientos desde París a
la casa de verano en Poissy, en
oportunidades, estos traslados solo
ocurren en la mente de la protagonista, en el deseo de retornar a su morada.
En el texto, la escritura de la historia está articulada
desde la imaginación poética. La cadencias de un lenguaje tenue y vacilante
propicia intersticios, espacios de
indeterminación, que juegan un papel fundamental en la propuesta transgenérica
de esta magnífica obra.
Goldberg ha logrado conjugar, en este texto cargado de
poesía, la vida íntima de la
protagonista, la historia de la Villa Savoye y la memoria colectiva de un país,
de tal manera que, tras hurgar en heridas particulares y colectivas, solo queda el inefable silencio.
1 comentario:
Carmen Virginia: tu comentario sobre el libro de Jacqueline Goldberg Las horas claras tiene la virtud de alumbrar el texto utilizando un lenguaje cercano a la poesía. Tu reseña me indica que estamos ante un bello relato con múltiples ecos y que Goldberg ha logrado, como tú señalas “hurgar en heridas particulares y colectivas” al examinar un desdichado período de la historia de Francia. Es infrecuente que un crítico logre resumir los aspectos centrales de una obra y añada, al mismo tiempo, su fascinación por la palabra del otro transmitiendo su calidad poética y narrativa de una manera tal que convoca a su lectura. Esa es una de las virtudes de tu luminosa crítica.
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