Carmen
Virginia Carrillo
Adriano González León, conocido narrador venezolano, ganador del premio Planeta por su novela País Portátil, formó parte de los
grupos más importantes de la década del
sesenta en Venezuela, Sardio
y El Techo de la Ballena. Sus
compañeros lo consideran el líder de
ambos movimientos.
Hace algunos años, cuando iniciaba mi
investigación sobre las propuestas poéticas de los sesenta en Venezuela, pude
conversar con González León sobre el tema.
He aquí una parte de sus
opiniones.
CVC:
¿Cómo surge Sardio?
AGL: Sardio es el resultado de una agrupación que no se debe al azar.
Hubo acontecimientos de carácter social
y político que contribuyeron a que nos encontráramos en el liceo Fermín
Toro a comienzos de la dictadura de Pérez Jiménez. Mucha gente venía a Caracas de todas las
regiones del país; nosotros coincidimos
allí y descubrimos que teníamos muchas cosas en común: lecturas, sintonías en cuanto al gusto
musical, teatral y cinematográfico, referencias de autores clásicos y, sobre
todo, el gran interés por las transformaciones que el arte y la literatura
habían tenido en nuestro siglo. A través
de movimientos como el surrealismo y el expresionismo, o de individualidades
como James Joice, Marcel Proust o Kafka —por nombrar tres de los grandes—, o las búsquedas idiomáticas
impresionantes de escritores de América como Miguel Ángel Asturias, Jorge Luis
Borges o Alejo Carpentier.
Todo
esto hizo que poco a poco comenzáramos a reunirnos para conversar en
cafés y bares cercanos al liceo o a la universidad. Después que el grupo fue aumentando con
amigos llegados de otras partes, surgió, como siempre surge en todo conjunto de gente nueva, la idea de publicar
una revista y hacer unas ediciones para dar a conocer los trabajos de
la gente.
Como todos los grupos jóvenes,
nosotros pensábamos que lo anterior a nosotros no servía, que los viejos eran
torpes y no habían llegado a grandes realizaciones. Nos gustaba
hablar mal de las figuras consagradas, esto nos unía dentro de las
negaciones; sin embargo, desde temprano tuvimos extraordinarias afirmaciones.
Sabíamos quiénes eran Ionesco y
Samuel Beckett, escuchábamos a Stravinsky, conocíamos al Neruda de Residencia
en la Tierra, a Vicente
Huidobro y a ese extraordinario poeta
del continente que fue César
Vallejo. Todo este conocimiento nos
aportaba elementos que nos ayudaban en nuestros reclamos a las generaciones
anteriores.
CVC: ¿Qué posición asumían frente a las obras de los autores
venezolanos consagrados de la época?
AGL: Hacíamos exagerados reclamos a la narrativa de Rómulo Gallegos, por poner un ejemplo, porque
sentíamos que le había faltado audacia en la transformación del tiempo y
el espacio novelesco, que no había
avanzado en la búsqueda de intenciones imaginativas y frenéticas como las
logradas en Europa y Norteamérica con
Faulkner, en las cuales se presentaban proposiciones del punto de
vista formal muy audaces que ponían a
caminar a la literatura. Quizás
exageramos un poco, y en ello hubo un deseo de simulación banal, de hacernos los niños terribles. Sin
embargo, al lado de todo esto, yo preparaba los relatos que después
constituyeron Las Hogueras más Altas
y Salvador Garmendia preparaba sus
Pequeños Seres —que se convirtió en la gran novela que es—; y Luis García Morales, Ramón Palomares,
Guillermo Sucre, Francisco Pérez Perdomo
y Edmundo Aray preparaban una gran poesía que iba a
formar, sin duda alguna, la expresión nacional.
En cierto modo, ahora que ha
pasado el tiempo y hacemos un balance,
sentimos que teníamos en verdad razón en lo que postulábamos, en la necesidad
de realizar un cambio en las estructuras
narrativas y en la elaboración de una poemática, sobre todo con la libertad creadora y en la
aglomeración de los momentos más audaces, algunas veces extra-poéticos.
Teníamos razón en ciertas proposiciones teóricas en materia estética expresadas
en manifiestos y editoriales, en notas críticas publicadas en nuestra revista,
pero quizás se nos pasó la mano en la absoluta negación de muchas realizaciones
anteriores a nosotros.
CVC: ¿Esa actitud de negación total de la tradición no resultaba un
tanto exagerada?
AGL: Desde muy temprano tuve la
oportunidad de darme cuenta del
peligro que se corre al negarlo todo, ya
que tuve la fortuna de conocer a Alejo
Carpentier cuando comenzaba mi trabajo en
El Nacional. Yo era un
poco como secretario de El Papel Literario que dirigía Picón Salas,
escribía la columna Señal de Hispanoamérica y me tropezaba dos
veces por semana con Carpentier en un bar llamado La Pilarica, en el que hacía
un alto mientras llegaba el periódico; durante mucho tiempo me limité a
observarlo desde lejos, hasta que un día me atreví a acercármele y nos pusimos
a conversar. Alejo era una catedral de
conocimientos, además de un extraordinario conversador. Sabía de
literatura, de música, de pintura, de historia, contaba anécdotas
personales con Robert Desnos, Eluard,
Aragón. Estuvo muy cerca del surrealismo
y de la música de vanguardia.
Cuando Carpentier me sentía exageradamente negador de lo anterior me
decía: cuídese de esas fiebres de
primavera, para luego añadir: los
jóvenes siempre tienen razón en lo que afirman, pero no siempre en lo
que niegan. Esta enseñanza de Alejo
Carpentier fue fundamental para mí y para muchos de mis compañeros de Sardio,
de allí que aprendiéramos a afirmar la vanguardia, a revisar los momentos del
pasado en los cuales un escritor, un escultor o un músico habían cumplido a
cabalidad con las apetencias universales y necesarias y cómo, en su momento,
fue revolucionario en su proceso creador.
Esto es el resultado de la conciencia estética del grupo, lo que permite, a la mayoría de los componentes del
grupo, que en uno u otro campo de la creación, figuren con relevancia dentro de
la literatura nacional y continental.
CVC: ¿De dónde surge el nombre del grupo?
AGL: Nosotros, en nuestro afán de no parecernos a los tradicionales,
no queríamos denominar ni las ediciones ni la revista con nombres
acostumbrados. Un día que leíamos El
Apocalipsis de San Juan en voz alta, encontramos la enumeración de los minerales con que estaban
hechas ciertas ciudadelas a las que se refería San Juan, entre esos minerales
aparecía el sardio. Jugando un poco con la palabra, una vez
escribimos una carta a nuestros equivalentes en materia de vanguardia en
Maracaibo, los miembros del grupo Apocalipsis,
que decía: el Sardio que contagia
la frente de los taciturnos —siempre recuerdo esa
expresión porque nos causó a todos mucha impresión. Probablemente no tuvo significación para la
gente ajena a nosotros, pero para
nosotros constituyó un gran hallazgo.
CVC: ¿Cómo se inicia el proceso editorial de Sardio?
AGL: Sardio, al
contrario de todos los grupos que comienzan editando revistas, se inicia con la
edición de mi primer libro de relatos, Las
Hogueras más Altas. Mediante un
ingenioso método de venta de bonos previo a la salida del libro, logramos juntar
el dinero para pagar la imprenta —por supuesto, era una edición limitada de
1.000 ejemplares—. No teníamos el
carácter de editorial en tanto que empresa distribuidora, pero fuimos
difundiendo Las Hogueras más Altas en
algunas librerías de Caracas.
Enviábamos los libros a algunos amigos y compañeros del interior, a
algunos críticos del país y a escritores connotados del continente a los cuales
podrían interesar.
Para gran sorpresa nuestra, a los dos o tres meses comenzaron a llegar
al papel literario trabajos sobre el libro.
Críticos como Labrador Ruiz, de Cuba, y Ricardo Lachant, de Santiago de
Chile, enviaron notas grandes donde expresaban su entusiasmo por el libro. Esto nos animó a seguir con las
ediciones; luego vino El Reino de Ramón Palomares y Los Pequeños Seres de
Salvador Garmendia.
Cuando cae la dictadura ya el grupo tiene
cierta robustez, tenía incluso un lugar
desde donde dirigir sus ediciones artísticas y literarias, como lo era la
librería-galería en un edificio del centro de Caracas. Nos implicamos en el hecho político y en la
resistencia, y cuando comienza a salir la revista se dan también las diferentes
polémicas en el plano estético.
CVC: ¿Cómo asumen los integrantes de Sardio la vanguardia:
como un compromiso consciente,
una búsqueda desde las necesidades ideológicas o por conectarse con lo que se está haciendo en
Europa?
AGL: Venezuela estaba en bastante retraso con respecto a las tareas de
transformación cumplidas en Europa o en los Estados Unidos. Se habían hecho cosas de mayor empuje y mayor
renovación en México y Argentina. Lo que
nosotros hicimos fue tratar de ponernos un poco al día en las búsquedas de
carácter formal, en las maneras de tratar el tiempo y el espacio, en romper los
esquemas lógicos en la expresión literaria.
Nos dimos cuenta que coincidíamos en una búsqueda estética, que teníamos gustos y
preocupaciones comunes y comenzamos a
elaborar códigos de comportamiento, no sólo participábamos en el hecho
estético, sino en la manera de vivir, hasta la comida era en cierto modo, para
nosotros, un “hecho sardiano”. A todos nos debía gustar lo mismo, de acuerdo a un espíritu de
secta que practicábamos. Esto nos llevó
a crearnos una imagen muy antipática
frente al resto de la gente que nos acusó de ser un grupo elitesco y
exclusivista, ajeno a la realidad nacional.
En el criterio estético del momento parecía privar el realismo
socialista; nosotros lo considerábamos abominable y, en este sentido,
constituíamos una excepción; participábamos de la izquierda en cuanto movimiento
político, pero no creíamos en los postulados
impuestos por el estalinismo, nosotros fuimos incluso anti-estalinistas.
CVC: ¿Por qué muere Sardio?
AGL: A Sardio le ocurre lo que a todo grupo o movimiento en el mundo: tiene un tiempo de comienzo y
tanteo, un tiempo de madurez y un tiempo de disolución. Esa ley es implacable y se cumplió. No podía durar mucho tiempo el acuerdo
ideológico y estético entre todos los miembros del grupo. Hubo un tiempo en que no estuvimos de acuerdo y pienso que fue concretamente en el
plano político. Fue la revolución cubana sin duda alguna la
que contribuyó a la ruptura. El sector
que se alineó a las proposiciones de la revolución —que para ese momento
juzgábamos extraordinarias— tomó un rumbo, y el sector que veía con reservas el
personalismo de Fidel, y que era respetuoso de la militancia que ya había
tenido un papel en la organización
política de Betancourt, tomó otro rumbo.
Sardio en tiempos de la dictadura estaba compuesto por adecos y
comunistas, y esa unidad, una vez caída la dictadura, se fue fragmentando igual
que el hecho político y el proceso ideológico.
Estéticamente continuamos con los mismos criterios de vanguardia, sólo
que en un momento dado al sector revolucionario —sector que se fue más a la izquierda— se le suman
nuevos nombres como los de Juan Calzadilla, Caupolicán Ovalles, Gabriel
Morera. Quisimos ser más agresivos, un
poco como resultado de la violencia que en el país comenzó a generarse. A partir de los sesenta se produce el fin de Sardio y surge El Techo de la Ballena.
CVC: ¿Cuáles son los elementos más
resaltantes de El techo de la Ballena?
AGL: El Techo de la Ballena
hizo de la agresión, del desplante, de la provocación, un hecho estético. Teníamos conciencia de que esa provocación y
ese desplante se cumplía como protesta, pero se agotaban en el mismo momento en
que se cumplían. Teníamos conciencia de
que eran actos irrepetibles, como por ejemplo en el terreno plástico, que fue
donde más se destacó El Techo de la
Ballena. Ante el exceso académico
al que llegó el abstraccionismo geométrico,
nosotros propusimos la presencia de la materia, la libertad del trabajo
con los materiales más dispersos y extra
pictóricos. Para formar las estructuras
del cuadro nos asociamos a las corrientes informalistas que, desde España,
acaudillaban Tapies y Millares, una pintura que rompía con el criterio
equilibrado de línea vertical y horizontal. Había un apetito más denso, expresivo y sensual de la materia, en el color
y los elementos que formaban parte del cuadro.
Carlos Contramaestre junto a Caupolicán Ovalles dieron el nombre al
grupo. Organizamos una exposición
titulada “Homenaje a la Necrofilia”, porque la muerte estaba a la orden del día
en un gobierno donde la represión era brutal, y nosotros hicimos de la agresión
y la tortura en el arte una bandera de combate solidaria con la gente que en
ese momento en las montañas o en las agrupaciones urbanas hacían oposición al
régimen. Cuadros hechos de materia
deleznable, como lo era la carne de
oveja, no iban a durar más de diez días.
La exposición de la necrofilia ha sido una de las provocaciones más
altas y terribles que se ha hecho en la historia de la pintura en Venezuela.
El Techo de la Ballena tuvo contactos internacionales muy importantes
y hasta de carácter personal con el grupo de los Beatneaks, la
generación terrible de San Francisco,
con los poetas del Nadaísmo colombiano, con La Bufanda del Sol de Ecuador.
En este sentido se sumaba a una corriente continental de transformación
en el ámbito artístico, que sin duda ha marcado una pauta en la literatura
latinoamericana de las últimas décadas.
Adriano González León, como la
mayoría de los escritores que se manifestaron en los sesenta continuó su
trabajo como narrador, y luego como poeta, en las décadas posteriores. Aquellos
que habían optado por el discurso subversivo,
suavizaron el tono político y contestatario. Muchos de ellos alcanzaron
la madurez de su trabajo en décadas posteriores y fueron galardonados por las
más prestigiosas instituciones, logrando un pleno reconocimiento social.
En la medida en que los procesos de pacificación política se fueron
consolidando en Venezuela, y las instituciones culturales del estado abrieron
sus puertas a los artistas y escritores, éstos
pasaron a ocupar cargos en los diversos organismos, editoriales,
programas de televisión, revistas y universidades, llegando incluso a ocupar cargos diplomáticos, como sucedió
con González León.
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