A
Mario Szichman
El
viudo
Tras la muerte de su esposa, sintió
el peso de la responsabilidad de mantener el apartamento tan pulcro y cuidado
como lo tenía su amada. Su mayor preocupación era las plantas. Todas las
mañanas, antes incluso de tomar café,
con una hermosa regadera de mano, rociaba cantidades bien calculadas de agua a
cada maceta.
Se sentía muy orgulloso de que ninguna hoja hubiera caído en todos esos meses; ni siquiera mostraban signos de envejecimiento. Se lo adjudicaba al cariño que le ponía, a un
magnífico abono que le vendieron en Home
Depot, y al espíritu de su mujer que seguía flotando en el ambiente.
Un día lo invitaron a dictar un ciclo de conferencias en Europa. Al
principio se entusiasmó muchísimo, luego le entró una gran pesadumbre. Quién
iba a cuidar sus plantas, se preguntaba. Después de mucho cavilar y casi a
punto de enviar una carta de renuncia al programa pautado para su visita, se
armó de valor y le pidió a la vecina, con quien no tenía muy buena relación, pues era una mujer dura y seca, que por favor las regara un día sí y un día no.
Tras la primera jornada de trabajo en la Sorbona, preocupado por el
cumplimiento de la señora Lee, se fue a un teléfono público y la llamó.
Cuando, tras el saludo, le preguntó por sus consentidas, la mujer respondió
cortante: “Sus plantas están de maravilla”
"Gracias por regarlas", dijo amedrentado.
"¿Regarlas? Sus plantas son todas de plástico”.
1 comentario:
Gracias, Carmen Virginia, por dedicarme ese bello cuento. Está escrito con mucha ternura, y una enorme comprensión por las fallas del otro. Además, hay humor, nostalgia, y seres de verdad. Es, realmente, un canto a la vida. Hasta las flores de plástico son, en tu relato, un canto a la vida.
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